Geopolítica a lo Trump: ¿puede un campo de golf definir relaciones internacionales?
El expresidente de EE. UU. utiliza sus campos de golf en Escocia como escenario de encuentros políticos clave, mientras el conflicto entre Israel y Palestina reaviva las discusiones globales sobre el futuro de Medio Oriente
Donald Trump nunca ha sido un político convencional. Desde su llegada a la Casa Blanca hasta su salida, ha hecho todo con un enfoque empresarial, mediático y —en muchos sentidos— inédito. Ahora, con un pie dentro del juego político global desde su club de golf en Turnberry, Escocia, el expresidente estadounidense se convierte nuevamente en protagonista de un escenario internacional complejo, en el que comercio, guerra y diplomacia se entrelazan como los hoyos de un complicado campo de juego.
Turnberry, política y comercio por el fairway
Turnberry no es solo un campo de golf legendario; se ha convertido en un lugar simbólico para la política geoestratégica envuelta en una alfombra verde y búnkers perfectamente diseñados. Trump elogió el campo en 2019 como "el mejor del mundo" y resaltó cómo "fortalece la relación U.S.-U.K.". Esa afirmación, en ese momento, sonaba a hipérbole. Hoy, con la visita del primer ministro británico Keir Starmer, toma un cariz más real.
A pesar de no ser golfista, Starmer ha reconocido la importancia de los activos de Trump en Escocia. Su visita no es solo cortesía diplomática; es una forma de mantener favorable la balanza comercial y asegurar futuros acuerdos, especialmente tras el Brexit. Reino Unido necesita mantener satisfechos a sus aliados estratégicos, y Trump parece dispuesto a negociar desde un campo de golf.
Del green a Gaza: la diplomacia entre campos de batalla
Más allá del comercio, la reunión entre Trump y Starmer también abordó la guerra en Gaza y las tensiones entre Israel y Hamas. Starmer, con apoyo europeo, busca presionar a Trump para respaldar un alto al fuego duradero que involucre a Qatar y Egipto como intermediarios clave.
"La necesidad urgente de detener la lucha y aliviar el sufrimiento humano en Gaza es innegociable", afirmó una fuente cercana a Downing Street.
Las imágenes de niños desnutridos, la destrucción de infraestructura sanitaria e incesantes bombardeos han intensificado la presión internacional. Según la ONU, más del 70% de la población en Gaza está en inseguridad alimentaria severa.
Una cumbre sin Estados Unidos ni Israel: la paradoja de la paz
Mientras tanto, en Nueva York se celebró una conferencia de alto nivel sobre la solución de dos Estados entre Israel y Palestina, coorganizada por Francia y Arabia Saudita. ¿El detalle más llamativo? Estados Unidos e Israel decidieron boicotear la reunión.
El canciller francés Jean-Noël Barrot fue tajante: "Este proceso está más amenazado que nunca. Era absolutamente necesario reiniciar una vía política que logre una paz sostenible".
La conferencia, aunque desprovista de liderazgo estadounidense, logró reunir a 40 ministros de distintos países y marcó un punto de inflexión: Francia anunció que reconocerá el Estado palestino en septiembre. Hasta ahora, 145 países lo han hecho. El gesto francés otorga legitimidad a una causa bloqueada por décadas de estancamiento diplomático.
Netanyahu y la línea roja
Para el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, la idea de un Estado palestino es inaceptable. Él y su base nacionalista consideran que ceder Cisjordania sería renunciar a una tierra bíblica y estratégica. El conflicto no solo es político; es profundamente ideológico.
Netanyahu acusó a Macron de "recompensar el terrorismo" y expresó que reconocer a Palestina corre el riesgo de "crear un nuevo proxy iraní, como ocurrió en Gaza". Estas posiciones, junto con la expansión de asentamientos ilegales y la negativa a volver a las negociaciones, han empañado aún más el panorama.
Palestina busca estado, apoyo económico y reconstrucción
En contraste, líderes palestinos como Ahmed Majdalani han destacado que la meta es clara: establecer un proceso para un Estado soberano, obtener apoyos económicos para la reconstrucción posbélica —especialmente en Gaza—, y sumar nuevos reconocimientos internacionales como el del Reino Unido.
"Queremos un plan político creíble e irreversible que aborde las raíces del conflicto y ofrezca un camino real a la dignidad y la seguridad mutua", dijo Majdalani.
Trump y la táctica del arte del comercio
En este delicado contexto, Trump aparece como un jugador dual: reúne acuerdos comerciales con Starmer y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, mientras no oculta su desdén hacia la vía multilateral de la ONU. Durante su gira escocesa, junto con la comitiva estadounidense, anunció un marco comercial con aranceles del 15% a la mayoría de productos transatlánticos, aunque sin detallar aspectos clave.
Y, entre visita y visita, aprovechó para promocionar la apertura de un nuevo campo de golf en Aberdeen (con reservas agotadas para agosto). Para Trump, la diplomacia y los negocios son inseparables.
Una política hecha con hierro 7
Trump ha conseguido insertar sus empresas dentro de una visión nacionalista comercial. Esta triangulación entre los negocios, la geopolítica y su base política es sintomática del modelo trumpiano: “Estados Unidos está protegido porque yo los quiero”, dijo, a medio camino entre una broma y una advertencia.
Según el Censo de EE. UU., el país tuvo un superávit comercial de 11,400 millones de dólares con el Reino Unido el año pasado, y las proyecciones indican que podría ampliarse. Para Trump, esto valida su enfoque centrado en aranceles y presión bilateral.
El expresidente regresará al Reino Unido en septiembre para su segunda visita de Estado, un hecho sin precedentes, donde será recibido por el rey Carlos III y la reina Camila en el castillo de Windsor.
¿Se puede jugar a la paz desde un campo de golf?
Pese a los símbolos y las intenciones, la falta de participación estadounidense y el rechazo israelí a un Estado palestino impiden avances reales. Naciones Unidas ha reiterado que la comunidad internacional no solo debe apoyar la solución de dos Estados, sino también materializar las condiciones para lograrlo.
La paradoja actual es clara: mientras el caos crece en Gaza y las posibilidades de una paz duradera se complican, buena parte del liderazgo global parece más inclinado a las cumbres diplomáticas en resorts de lujo que a compromisos reales en terreno.
Aunque la paz definitiva no se firme en un hoyo 18, cada paso —incluso simbólico— ayuda a mover el marcador. El riesgo es que los campos de golf de Trump se conviertan en el nuevo foro sin resultados, donde se negocia más por intereses comerciales que por salvar vidas humanas.