La crisis del agua potable en California: el rostro olvidado de los trabajadores agrícolas latinos
Desigualdad, contaminación y desconfianza marcan la vida de miles de familias latinas en el Valle de Coachella, a más de una década de reconocer el derecho al agua limpia
El acceso al agua: un derecho negado en tierra de abundancia
A pesar de que California reconoció legalmente en 2012 que toda persona tiene derecho al agua limpia, segura y potable, más de una década después, cerca de 878,000 residentes están conectados a sistemas de agua que incumplen los estándares sanitarios, según datos oficiales del estado de 2024.
La situación es particularmente crítica en el Este del Valle de Coachella, una región agrícola que provee frutas y vegetales al país, pero en la que miles de personas, en su mayoría trabajadores agrícolas latinos e indígenas, no pueden beber el agua que sale de sus grifos.
La historia de Ricarda y Agustín Toledo: sobrevivir, no prevenir
Ricarda y Agustín Toledo, inmigrantes mexicanos y residentes de un parque de casas móviles en Oasis, California, viajan casi cada semana más de 20 kilómetros para llenar galones de agua potable. “No podemos consumir el agua; no podemos usarla ni para cocinar”, dice Ricarda. La familia comparte su hogar con hijos y nietos, luchando por salir adelante con los pocos recursos que tienen.
Su caso no es único. En palabras de Luz Gallegos, directora ejecutiva de TODEC, una organización de justicia ambiental: “Nuestra comunidad no piensa en prevención; piensa en sobrevivir”.
Parques de casas móviles: nidos de desigualdad ambiental
Muchos parqueos de casas móviles del este de Coachella funcionan con sistemas de agua obsoletos, que violan repetidamente los estándares estatales y federales. Estas comunidades se han convertido en un claro ejemplo de lo que varios académicos llaman “racismo ambiental”.
“Las familias latinas, bilingües y de bajos ingresos viven con agua contaminada porque no tienen otra opción de vivienda”, explica Gallegos.
Uno de los contaminantes más comunes encontrados en el agua de estas comunidades es el arsénico, un elemento que, en concentraciones elevadas, puede causar problemas severos de salud, incluyendo el cáncer.
Miedo al grifo: cuando el agua limpia no basta
Uno de los mayores retos no es solo restaurar el suministro de agua segura, sino también restablecer la confianza de los residentes. Incluso después de que la Agencia de Protección Ambiental (EPA) anunciara el restablecimiento del suministro seguro a más de 900 habitantes, la mayoría no confía en abrir el grifo.
Casos como el de Flint, Michigan, o estudios recientes en Evanston, Illinois, han demostrado que las comunidades no blancas tienen tres veces más probabilidades de desconfiar del agua del grifo en comparación con los blancos, de acuerdo al Center for Water Research de la Universidad Northwestern.
Consecuencias ocultas: salud, economía y medio ambiente
- Las familias gastan hasta 10% de su ingreso mensual en agua embotellada.
- Hay una mayor incidencia de consumo de bebidas azucaradas, lo que aumenta el riesgo de obesidad e hipertensión.
- La proliferación de microplásticos en el agua embotellada es otro riesgo emergente.
- El impacto ambiental: miles de botellas de plástico de un solo uso contaminan desiertos y vertederos.
“Nos dijeron que el agua es segura, pero no lo creemos”, dice Virgilio Galarza, otro residente de Oasis. Su cocina está repleta de botellas, garrafones y dispensadores. A pesar de tener filtros y pruebas regulares, el miedo permanece.
El legado del arsénico: eczema, pérdida de cabello e infecciones
Martha, residente por años en el parque móvil Oasis, recuerda cómo el agua olía a huevos podridos. Sufría erupciones en la piel y pérdida de cabello. Hoy vive con su familia en otro parque móvil donde el agua ha sido «certificada» como segura, pero aún así, sólo consumen agua embotellada. “Simplemente no confiamos”, concluye.
El fantasma de Flint: un precedente nacional
El caso de Flint, Michigan, donde se descubrieron niveles alarmantes de plomo en el agua en 2014, destruyó la confianza pública en el gobierno y generó un antecedente de desconfianza duradera. Aunque las cifras han bajado significativamente, la mayoría de los residentes aún no bebe del grifo.
Los costos de la desconfianza
De acuerdo con Anisha Patel, profesora de pediatría en la Universidad de Stanford, inmigrantes de países con mala calidad de agua traen consigo esa percepción y en muchos casos, nunca llegan a confiar en el agua local.
“Estas percepciones pueden llevar a consecuencias económicas y de salud importantes: desde gastos excesivos en bebidas hasta obesidad infantil”, advierte.
Soluciones comunitarias y recomendaciones de expertos
- Mejorar la infraestructura: reparar plomerías y sistemas envejecidos.
- Invertir en organizaciones comunitarias que ya tienen la confianza de los residentes, como TODEC.
- Desarrollar campañas de educación sobre cómo interpretar resultados de pruebas de agua y buen mantenimiento de filtros.
- Implementar programas de verificación y monitoreo autónomo que empoderen a los vecinos.
“Tenemos más de diez años estudiando este problema, y los patrones son consistentes”, señala Silvia R. González, investigadora del Instituto de Política Latina de la UCLA, quien lideró un estudio sobre desconfianza hacia el agua en comunidades latinas.
Una deuda pendiente con quienes nos alimentan
Paradójicamente, estas comunidades en crisis trabajan los campos que suministran alimentos para millones. No es solo un problema técnico o ambiental, es un problema moral. ¿Cómo puede permitirse un país rico que sus trabajadores esenciales no tengan acceso a agua limpia?
“El agua es vida”, dicen los organizadores comunitarios. Pero para muchos como Ricarda, Agustín, Martha o los Galarza, sigue siendo una lucha diaria, física y emocional.
La solución no vendrá sólo con políticas estatales o medidas tecnológicas. Requiere voluntad política, acción comunitaria e inversión decidida en infraestructura, confianza y justicia.