Militarización en la frontera entre EE. UU. y México: ¿Seguridad nacional o espectáculo político?

Miles de soldados estadounidenses, vehículos de combate y tecnología de vigilancia avanzada se despliegan en la frontera sur bajo una emergencia nacional firmada por Trump. ¿Lucha real contra el crimen o símbolo de división?

Por qué nos importa lo que sucede en la frontera

La imagen de soldados estadounidenses en vehículos Stryker, patrullando colinas áridas con vista a la verja entre Estados Unidos y México, parece sacada de una zona de conflicto internacional. Pero no: esto ocurre en Nogales, Arizona y Sunland Park, Nuevo México, bajo la emergencia nacional declarada por el expresidente Donald Trump.

¿Qué impulsa este despliegue militar masivo en una zona que, históricamente, ha sido terreno de autoridades civiles? ¿Estamos realmente ante un problema de seguridad nacional... o ante una narrativa política altamente mediática? Desde soldados inmigrantes patrullando una verja que ellos mismos alguna vez cruzaron, hasta sistemas de vigilancia de largo alcance montados en vehículos de combate, el panorama parece cada vez más una película distópica que una política migratoria eficaz.

El nuevo rostro de la frontera sur

7,600 soldados estadounidenses de todas las ramas del ejército han sido desplegados a la frontera sur con México, acompañados de drones, helicópteros y vehículos como los Stryker. Estas fuerzas comparten vehículos y centros de mando con la Patrulla Fronteriza, un hecho sin precedentes modernamente.

La operación se habilitó bajo una declaración de emergencia nacional en 2019, que permitió al gobierno desviar miles de millones de dólares del Departamento de Defensa para construir partes del muro fronterizo y financiar la militarización de esta zona.

El General de División Scott Naumann, quien lidera el despliegue, indicó que la presencia de los soldados ha sido fundamental para liberar a los agentes de tareas "menores", permitiéndoles enfocarse en aprehensiones y operativos contra el tráfico de personas y drogas.

¿Qué está en juego realmente?

Más allá del discurso oficial, diversas voces se preguntan cuál es el verdadero impacto de esta presencia militar. Numerosos reportes indican que el flujo migratorio en esta zona ha sido históricamente variable, afectado por múltiples factores: economía, violencia en países de origen, cambios climáticos y más.

Según el U.S. Customs and Border Protection (CBP), en el año fiscal 2023 se registraron más de 2.4 millones de encuentros con migrantes en toda la frontera suroeste. Pero incluso con ese número en mente, los expertos advierten que el despliegue militar genera más simbolismo que seguridad tangible.

“Cuando se militariza una frontera sin una reforma migratoria coherente, sólo se genera miedo y división, no soluciones reales”, dijo Raúl Hinojosa, profesor de estudios chicanos en la Universidad de California.

El papel de la tecnología: vigilancia a gran escala

La frontera no solo ha sido reforzada con hombres armados, sino también con sistemas de vigilancia de última generación. El Long Range Advanced Scout Surveillance System (LRAS3) permite captar movimientos a kilómetros de distancia e interpretar datos en tiempo real. Estos sistemas, montados en los Strykers, son similares a los que se utilizan en escenarios de guerra.

Además, el uso de drones y helicópteros agrega otra capa de control aéreo. Todo esto genera una pregunta inquietante: ¿Dónde termina la defensa nacional y dónde comienza la invasión de la privacidad?

Militares que también son inmigrantes

Una de las paradojas más significativas de esta operación es la cantidad de soldados desplegados que son hijos de inmigrantes o inmigrantes naturalizados. Algunos de ellos han compartido que se trata de una experiencia emocional intensa, incluso confusa.

“Estoy sirviendo a mi país, pero también protegiendo un muro que hubiera impedido mi llegada hace 10 años”, comentó un sargento de infantería que pidió mantenerse anónimo.

Carteles, crímenes y realidades

Si bien es innegable que el narcotráfico y la trata de personas representan amenazas reales en la frontera, expertos en seguridad advierten que los carteles se adaptan con rapidez a nuevas rutas y desafíos. La militarización puede afectar temporalmente sus operaciones, pero rara vez los elimina.

Recientes hallazgos a través de la verja, como la visibilidad de santuarios improvisados dedicados a líderes criminales en Ciudad Juárez, dan cuenta del control simbólico que estos grupos tienen en ciertas áreas. Pero en lugar de enfocarse en los factores estructurales del problema, la política migratoria de EE. UU. ha puesto la lupa en una fortificación física. ¿Es esto pragmatismo o populismo?

Una frontera donde llueven críticas

El despliegue militar en la frontera ha sido duramente criticado por organizaciones de derechos humanos como ACLU, quienes argumentan que la presencia de tropas crea un ambiente de hostigamiento e intimidación, especialmente para comunidades latinas, indígenas y migrantes.

También preocupa la falta de transparencia en cuanto al uso de equipos y presupuestos. En su momento, el Pentágono autorizó la cesión de más de $10.000 millones a este esfuerzo fronterizo bajo la administración Trump, lo que fue objeto de múltiples demandas.

Un espectáculo para la campaña

Para Donald Trump, la frontera fue eje central de su campaña política. Bajo su eslogan “Build the Wall”, logró canalizar temores y frustraciones hacia un enemigo visual y simplificado: el migrante. El refuerzo militar de la frontera, lejos de ser una solución humanitaria, fue entonces convertido en una herramienta de campaña.

Incluso hoy, el discurso de la militarización sigue siendo utilizado por algunos sectores políticos para ganar capital electoral. El problema es que mientras tanto las verdaderas causas de la migración siguen sin atenderse.

No es la primera vez... ¿ni la última?

Este no es el primer despliegue militar en la frontera. En 2006 bajo el presidente George W. Bush, y en 2010 bajo Barack Obama, también se enviaron tropas a apoyar con logística. La diferencia es que entonces no se legalizó la participación activa de las Fuerzas Armadas en tareas de detención, como se ha hecho ahora.

La línea entre seguridad interior y uso político de las Fuerzas Armadas debería ser extremadamente clara. Sin embargo, parece haberse vuelto más difusa con el paso del tiempo.

¿Y los civiles?

Durante operativos recientes, militares y civiles comparten estaciones de control. Para muchos analistas jurídicos esto representa una zona gris legal, dado que las fuerzas armadas no están autorizadas legalmente para cumplir funciones policiales en territorio nacional bajo el Posse Comitatus Act de 1878.

Pero bajo una emergencia nacional, estas barreras han sido temporalmente suspendidas, generando críticas constitucionales e incluso demandas en tribunales federales. ¿Hasta qué punto estamos normalizando una excepción que podría volverse regla?

Una frontera con heridas abiertas

El despliegue militar ha dejado una huella en las comunidades fronterizas. No solo por la presencia física de tropas y vehículos blindados, sino también por el cambio en la percepción del terreno: de comunidad a campo de batalla.

Este enfoque ha creado un ambiente hostil para residentes, muchas veces ciudadanos estadounidenses de origen latino, quienes ahora viven rodeados de helicópteros, luces intermitentes y vigilancia constante.

¿Qué sigue?

Con las elecciones presidenciales a la vista en 2024, el discurso sobre la seguridad fronteriza volverá al centro del escenario. La pregunta es si veremos más tropas, más muros y más tecnología militar, o si se abrirá finalmente el camino hacia un enfoque más humano, eficaz y bilateral en política migratoria y seguridad fronteriza.

Mientras tanto, la frontera sur de EE. UU. sigue siendo un símbolo cargado: de esperanza para quienes cruzan, de miedo para quienes observan y de poder para quienes gobiernan.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press