Tulsi Gabbard, Rusia y las teorías del 2016: ¿fact-checking o estrategia política?
Una mirada crítica a las revelaciones de Tulsi Gabbard sobre la supuesta 'conspiración' del gobierno de Obama para influenciar las elecciones de 2016
Una aparición sorpresiva, una vieja narrativa
El mes de julio de 2025 trajo al escenario político estadounidense una aparición inesperada en la sala de prensa de la Casa Blanca: la excongresista y ahora Directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard. Rodeada de micrófonos y cámaras, Gabbard presentó una serie de documentos recién desclasificados, con los que intentó revivir una narrativa que marcó los años posteriores a la elección presidencial de 2016: la supuesta manipulación política del aparato de inteligencia estadounidense por parte del gobierno de Barack Obama para perjudicar a Donald Trump.
¿Conspiración o interpretación selectiva?
La acusación de Gabbard fue rotunda: declaró que había una "conspiración traicionera" para fabricar un dossier de inteligencia que señalara a Rusia como cómplice en la elección de Trump, una narrativa que —según Gabbard— favorecía a Hillary Clinton e inflaba la imagen de una Rusia omnipresente en la política estadounidense. Pero, ¿qué evidencia sustenta realmente estas afirmaciones?
Los documentos desclasificados incluyen correos electrónicos de funcionarios de la era Obama y un informe de hace cinco años elaborado por una comisión de la Cámara de Representantes. Sin embargo, las pruebas divulgadas hasta ahora no contradicen las conclusiones de múltiples investigaciones previas, ni respalda claramente las afirmaciones de Gabbard.
Lo que realmente dijo la inteligencia estadounidense sobre Rusia
En enero de 2017, la comunidad de inteligencia estadounidense (ICA por sus siglas en inglés) concluyó que el presidente ruso, Vladimir Putin, había ordenado una campaña de influencia para socavar la fe pública en el proceso democrático estadounidense y favorecer a Donald Trump sobre Hillary Clinton. Esta evaluación fue respaldada por:
- El Comité de Inteligencia del Senado, en una investigación bipartidista.
- El inspector general del Departamento de Justicia.
- Dos fiscales especiales (Robert Mueller y John Durham).
Todas estas investigaciones reconocieron la injerencia rusa mediante hackeos a cuentas del Partido Demócrata y operaciones de desinformación en redes sociales.
La afirmación de un ‘cambio de narrativa’
Uno de los puntos centrales de la postura de Gabbard es que la inteligencia estadounidense supuestamente cambió de posición después de la victoria de Trump. Sin embargo, los documentos indican que ya en agosto de 2016, funcionarios del Departamento de Seguridad Nacional decían que no había pruebas de que Rusia intentara manipular el conteo de votos, algo que la evaluación de enero de 2017 también reconoció. Lo que sí ocurrió fue una aceleración e intensificación de la campaña rusa en redes sociales, pero dentro del mismo marco estratégico detectado desde meses antes.
¿Preferencias de Putin? Él mismo lo dijo
Otro de los motivos de discordia es la supuesta fabricación de la afirmación de que Putin prefería a Trump. Gabbard cita a un supuesto "denunciante" dentro de la inteligencia que expresó dudas sobre tal conclusión. Pero el proceso de elaboración de este tipo de informes se basa justamente en el consenso entre múltiples agencias, y las discrepancias son normales y documentadas.
En 2018, el propio Vladimir Putin respondió ante la prensa que sí había preferido a Trump: “Sí, lo hice. Porque él hablaba de normalizar las relaciones entre EE.UU. y Rusia”. Una respuesta que, dice mucho.
¿El dossier Steele como prueba clave?
Gabbard también apuntó contra el ampliamente discutido Steele dossier, una compilación de informes no verificados producidos por el exespía británico Christopher Steele y financiado por demócratas. Es cierto que el FBI usó parte del dossier para justificar órdenes de vigilancia, particularmente contra un antiguo asesor de campaña de Trump, Carter Page. Sin embargo, como concluyó el inspector general del Departamento de Justicia, la investigación del FBI no se inició por ese dossier, sino por una alerta proporcionada por autoridades australianas tras una conversación entre un integrante del equipo de Trump y un diplomático.
Además, fue un informante humano cercano al Kremlin, manejado por la CIA, quien proporcionó información crítica para concluir que Putin tenía una clara preferencia por Trump. Las versiones de que el dossier fue el eje de toda la narrativa son exageradas.
¿Estamos viendo un 'revival' del Trumpismo en otra forma?
Más allá de los méritos técnicos de las afirmaciones, su contexto es significativo. Gabbard ha emergido en los últimos años como figura clave de un populismo heterodoxo, mezclando posturas tradicionalmente asociadas tanto a la derecha como a la izquierda. Su ascenso dentro del círculo más cercano a Trump sugiere un intento deliberado de reorganizar la narrativa del “Russiagate” como un ataque ilegítimo al populismo de 2016.
En palabras de Gabbard: “Usaron información falsa, lo sabían, y aun así la promovieron para manipular la percepción pública”. El problema es que, hasta ahora, los documentos publicados no respalden ese tipo de afirmaciones categóricas.
¿Conspiración, confusión o cálculo político?
Los elementos presentados por Gabbard, hasta ahora, no desmienten las conclusiones previas, sino que parecen intentar reabrir viejos debates desde una lógica política más que fáctica. Como escribió el informe final del Comité del Senado sobre Inteligencia en 2020: “No encontramos evidencia de que los analistas fuesen presionados políticamente”.
¿Acaso estamos frente a un nuevo capítulo en la politización de la inteligencia? ¿O simplemente ante una figura que busca posicionarse políticamente reavivando polémicas del pasado? La respuesta, como siempre, está en los detalles, y en lo que el público —y los votantes— decidan aceptar.
El verdadero legado del 2016
La interferencia rusa en 2016 existió, fue amplia y sofisticada. Involucró el uso de social bots, granjas de contenido, hackers militares y una estrategia clara para dividir a la sociedad estadounidense. Desde entonces, las amenazas a la integridad democrática mediante desinformación no han disminuido.
Algunas cifras clave sobre el impacto:
- Más de 3.000 anuncios fueron comprados en Facebook por cuentas vinculadas a Rusia entre 2015 y 2017.
- La cuenta de Twitter @Ten_GOP, controlada desde San Petersburgo, acumuló más de 150.000 seguidores antes de ser cerrada.
- La Oficina del Fiscal Especial (Mueller) imputó a 13 ciudadanos rusos por su papel en la llamada “Agencia de Investigación de Internet”.
¿Qué sigue para Gabbard y la política de inteligencia?
En un entorno cada vez más polarizado, el papel de las agencias de inteligencia se vuelve delicado. ¿Deben abstenerse de hacer juicios sobre intenciones políticas extranjeras para evitar parecer parcializadas? ¿O su función es precisamente alertar sobre amenazas, sin importar lo incómodas que resulten para algunos?
Mientras tanto, Gabbard está moldeando una carrera basada en la provocación, en la mezcla de datos con interpretaciones sesgadas y en discursos populistas que apelan a la duda permanente. Un terreno ya conocido, pero no por ello menos riesgoso.