Europa y China al filo de la desconfianza: ¿Aliados estratégicos o rivales del Siglo XXI?

El intento de Bruselas por reconciliar tensiones con Pekín revela tensiones comerciales, geopolíticas y climáticas difíciles de disimular

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Un encuentro de titanes con pocas expectativas

Mientras el mundo navega por una mar de incertidumbres financieras, conflictos armados e inestabilidad estratégica, los líderes de la Unión Europea (UE) y China se reunieron en Beijing para celebrar 50 años de relaciones diplomáticas. Sin embargo, este aniversario tuvo más sabor a reproche que a celebración. Con una agenda originalmente planeada para extenderse dos días, los encuentros se comprimieron en tan solo uno, reflejo de lo árido del terreno común entre ambas potencias.

Lo que debía ser una plataforma para estrechar lazos comerciales, reforzar compromisos frente al cambio climático y hallar entendimientos sobre conflictos globales como la guerra en Ucrania, terminó convirtiéndose en una vitrina de profundas sospechas mutuas.

Un desequilibrio comercial abismal

Europa y China comparten una cuantiosa relación económica: el 30% del comercio mundial involucra a estas dos potencias. China es el segundo socio comercial más importante para la UE —después de Estados Unidos—, pero eso no significa que todo fluya con armonía. Más bien lo contrario: el déficit comercial europeo con China ronda los 300 mil millones de euros anuales.

La razón principal de esta enorme brecha radica en el acceso desigual a los mercados y el papel central de China en la producción de minerales estratégicos. Esta asimetría se ha agravado en sectores como el de los vehículos eléctricos (VE), donde las masivas subvenciones del gobierno chino han permitido a las marcas del país crecer exponencialmente en Europa. Esto alarma no solo a los líderes políticos, sino también a los sindicatos y empresarios europeos.

"La industria automotriz europea, que emplea a 2,5 millones de personas directamente y a más de 10 millones indirectamente, podría verse desplazada por el avance agresivo de los vehículos eléctricos chinos", advirtió la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

La respuesta china: embestidas diplomáticas y económicas

China, por supuesto, no ha permanecido pasiva. En respuesta a la presión europea, Pekín ha iniciado investigaciones sobre productos como carne porcina, lácteos, y bebidas alcohólicas, especialmente el cognac y armagnac francés. Además, ha calificado de "discriminatorias" nuevas regulaciones europeas que excluyen a empresas chinas del mercado de equipos médicos gubernamentales.

Alicia García-Herrero, especialista en economía china del think tank Bruegel, señaló que “aunque China ha perdido atractivo para la inversión europea, aún necesita ese mercado para exportar. En un contexto con crecientes presiones desde EE. UU., Europa sigue siendo un pilar importante para su estabilidad económica”.

La sombra de Washington

La relación entre Europa y China no puede entenderse sin incluir a Estados Unidos. Tras el tumultuoso mandato de Donald Trump y sus políticas arancelarias agresivas, la diplomacia europea se ha visto obligada a evitar un acercamiento excesivo a China para no irritar aún más a Washington.

“Europa camina sobre una cuerda floja. Necesita mantener abiertas las puertas con China sin parecer que ignora los intereses estratégicos de EE. UU.”, explicó Fabian Zuleeg, economista jefe del European Policy Center.

Ese equilibrio se vuelve más difícil cuando China considera que su postura dura rindió frutos frente a Trump, lo que le ha quitado incentivos para ceder ante las exigencias europeas.

Guerra en Ucrania: la línea roja entre Bruselas y Pekín

Uno de los temas que más tensión genera es el apoyo implícito de China a Rusia en la invasión de Ucrania. Aunque Pekín mantiene una postura oficialmente neutral, las estrechas relaciones entre Xi Jinping y Vladímir Putin dicen lo contrario. Las importaciones chinas de petróleo y gas ruso han crecido notablemente, así como su colaboración en tecnología militar y financiera.

La UE, por su parte, ha incluido en su último paquete de sanciones a empresas chinas por su presunta colaboración con el complejo militar ruso, lo que ha desencadenado una respuesta furiosa del Ministerio de Comercio chino denunciando violaciones graves a los derechos de sus empresas.

Aunque Von der Leyen y el presidente del Consejo Europeo António Costa presionaron a Xi para reducir este apoyo, los analistas coinciden en que es poco probable que Pekín ceda. China valora su creciente influencia sobre Rusia y no está dispuesta a sacrificar esa alianza por una Europa vacilante.

Un tablero geopolítico en rediseño

Europa, atrapada entre una China intransigente y un EE. UU. impredecible, ha empezado a mirar hacia nuevos aliados. En las últimas semanas ha cerrado un pacto de libre comercio con Indonesia, intensificado la cooperación estratégica con Japón y acelerado negociaciones con América Latina y México.

“Vivimos en un mundo donde los intereses se utilizan como armas y donde cada dependencia se vuelve un punto de presión,” dijo Von der Leyen en su visita a Tokio. “Es comprensible que aliados con valores similares quieran unirse y fortalecerse mutuamente”.

Japón, por su parte, ha incorporado el fortalecimiento de sus lazos con Europa como uno de los tres pilares de su nueva doctrina militar para 2025, junto con mantener su vínculo con EE. UU. e impulsar capacidades defensivas propias.

¿Hacia un desacoplamiento total?

Pese a los esfuerzos por mantener una relación estable con China, las señales apuntan hacia un progresivo desacoplamiento económico y estratégico. El término “derisking”, promovido por Von der Leyen, implica reducir riesgos en lugar de cortar lazos por completo, pero en la práctica está llevando a una fragmentación creciente del comercio mundial.

Si China sigue apostando por una postura confrontativa y la UE por proteger sus industrias clave ante lo que percibe como competencia desleal, el desacoplamiento será inevitable. Y si la geopolítica global continúa polarizándose, el sueño de una gobernanza económica multilateral, impulsada por dos gigantes como la UE y China, quedará cada vez más lejos.

Alianzas, sí. Sombras también.

El reciente encuentro entre Bruselas y Pekín deja claro que las diferencias no son solo económicas o comerciales —son estructurales, ideológicas y estratégicas. En muchos aspectos, esta es una guerra fría comercial y diplomática, donde los equilibrios se miden no con fuego, sino con aranceles, sanciones, normas regulatorias y silencios diplomáticos.

Este nuevo orden multipolar será más diverso, pero también más inestable. Europa deberá decidir cuál será su lugar: ¿un mediador entre potencias o un jugador activo con voz propia? Por ahora, esta cumbre ha mostrado que la desconfianza aún reina sobre los gestos diplomáticos.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press