Muerte por honor en Pakistán: el precio trágico de amar sin permiso en pleno siglo XXI

Un crimen brutal en Balochistán vuelve a encender el debate sobre los asesinatos por honor en una sociedad atrapada entre tradición y modernidad

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El horror viral que conmovió a Pakistán

Era un día como cualquier otro en el distrito de Deghari, en la provincia paquistaní de Balochistán, hasta que una historia trágica, tan antigua como estremecedora, volvió a sacudir los cimientos morales del país: un joven matrimonio fue ejecutado a plena luz del día por haber tomado una decisión tan humana como vital —casarse por amor, sin la aprobación de sus respectivas familias.

Un video que se propagó rápidamente en redes sociales muestra los últimos momentos de Bano Bibi y Ahsan Ullah. Las imágenes, filmadas crudamente como si fueran un espectáculo de castigo colectivo, retratan a la pareja enfrentando su destino con una mezcla estremecedora de dignidad y desesperación. La joven, hablando en su lengua local, exclama con valentía: “Ven, camina siete pasos conmigo y después puedes dispararme”. Lo siguiente es el silencio de la muerte.

¿Qué son los asesinatos por honor?

En muchas regiones de Asia del Sur, incluidos Pakistán, India e incluso Afganistán, los llamados asesinatos por honor siguen formando parte de una siniestra tradición. Se perpetran, en la mayoría de los casos, contra mujeres que han “deshonrado” a sus familias al ir en contra de normas sociales: casarse sin permiso, negarse a un matrimonio arreglado, tener relaciones fuera del matrimonio o incluso simplemente usar ropa considerada inapropiada.

Según Human Rights Watch, cada año mueren cientos de mujeres y algunos hombres por estos crímenes, que ni por asomo pueden considerarse “de honor”. La Comisión de Derechos Humanos de Pakistán (HRCP, por sus siglas en inglés) documentó al menos 430 asesinatos por honor en 2021. En muchas ocasiones, los culpables no enfrentan consecuencias judiciales por contar con el respaldo de sus propias comunidades o beneficiarse de lagunas legales.

Una justicia lenta y un silencio cómplice

El caso de Bano y Ahsan no fue distinto. Sólo después de que el brutal video se volviera viral, las autoridades reaccionaron. Se arrestaron a 11 sospechosos, incluido un líder tribal conocido como Sardar Satakzai, quien habría ordenado la ejecución luego de que el hermano de Bano se quejara del casamiento.

Lo más alarmante es que los propios familiares de la pareja mantuvieron silencio, una muestra más de cómo el sistema patriarcal sigue imponiéndose incluso después de la muerte. Naveed Akhtar, jefe de la policía local, señaló que “ningún familiar ha dado un solo paso para buscar justicia por la pareja”.

Un problema estructural que trasciende generaciones

El asesinato por honor es mucho más que un acto aislado de violencia: es un síntoma profundo de estructuras sociales opresivas y arcaicas. El tejido comunitario en muchas zonas rurales de Pakistán —en especial en provincias como Balochistán, Sindh o Khyber Pakhtunkhwa— está dominado por sistemas tribales donde el honor familiar reside en el control absoluto del comportamiento femenino.

Y no se trata solo de dinero, educación o acceso a comunicación. El problema es ideológico. Mientras en las grandes urbes como Karachi o Lahore florece una juventud cada vez más conectada al mundo global, en zonas rurales el control social sobre las mujeres persiste sin obstáculos.

Una mujer valiente ante la tragedia

Farhatullah Babar, activista de derechos humanos y exsenador paquistaní, describió con crudeza el momento: “La valentía mostrada por la mujer asesinada es tanto conmovedora como notable, pues no suplicó por su vida ni mostró debilidad”. Su observación subraya algo importante: mientras los asesinos se escudaban en una falsa superioridad moral, ella enfrentó la muerte con dignidad.

Estos pequeños gestos de individualidad se han vuelto poderosas herramientas de resistencia dentro de sectores oprimidos. En unos segundos, Bano logró captar la atención del país de una manera en que pocas manifestaciones o discursos podrían hacerlo.

¿Hasta cuándo seguirán ocurriendo estos crímenes?

A pesar de los arrestos, la justicia efectiva en Pakistán aún parece lejana. En muchos casos, los asesinos son liberados por perdón familiar. La Ley de Delitos Contra las Mujeres, reformada en 2016, busca castigar a los asesinos aun cuando las familias perdonen, pero su aplicación sigue siendo desigual debido a problemas institucionales y culturales.

“Pakistán vive entre dos mundos: uno moderno que busca la igualdad, y otro medieval que defiende su derecho a controlar los cuerpos ajenos”, comenta Yasmeen Rehman, directora de la ONG Aurat Foundation, que lucha por los derechos de las mujeres. “Los asesinatos por honor –continúa– no son más que la punta del iceberg de una cultura profundamente misógina que equipara el valor femenino con el silencio y el sacrificio”.

La presión internacional y el camino hacia el cambio

Casos como el de Bano y Ahsan han sido noticia internacional. Organizaciones como Amnistía Internacional y la ONU han pedido al gobierno paquistaní medidas estrictas y sostenidas para erradicar estos crímenes de raíz. Además, la presión sobre la justicia informal (los jirgas tribales que sentencian fuera del marco constitucional) ha crecido considerablemente.

La clave, sin embargo, no está solo en mayor castigo, sino en una transformación cultural profunda. La educación, el empoderamiento económico y político de las mujeres, el acceso igualitario a la justicia y una reforma del sistema legal son esenciales.

Honor no es matar: redefiniendo el concepto cultural

Parte de la lucha pasa por desmantelar el concepto tóxico de “honor” vinculado al control femenino. En culturas donde la masculinidad se define por la autoridad sobre hermanas, esposas e hijas, el mayor acto de “honra” que puede realizar un hombre es permitirles ser libres.

Numerosos intelectuales, artistas y feministas del sur de Asia han trabajado años por resignificar la palabra “honor”. En palabras de la activista pakistaní Mukhtaran Mai, sobreviviente de una violación ordenada por un jirga: “Mi honor está en contar mi historia, no en esconderla”.

Un desafío de humanidad, no solo feminismo

Al final, esto no solo interpela al mundo islámico, ni a Oriente ni a Occidente. El derecho a elegir, a amar, a ser tratado con dignidad, son derechos humanos universales. Cada crimen por honor es una derrota colectiva de la humanidad.

Pakistán, una nación con una rica herencia cultural, con premios Nobel como Malala Yousafzai y movimientos sociales cada vez más dinámicos, tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de liderar esta transformación.

Las muertes de Bano Bibi y Ahsan Ullah no deben quedarse solo como una tragedia viral. Deben servirnos como un espejo que nos obligue a mirar nuestras tradiciones con sentido crítico y recordar que una sociedad sin libertad no es sociedad, es sumisión perpetua.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press