Fatal Error en Sala de Resonancia: El Riesgo Oculto de los MRI y la Falta de Protocolos Claros
El trágico fallecimiento de un hombre en Nueva York evidencia las fallas en seguridad magnética en centros de imagenología médica
La reciente muerte de Keith McAllister, un hombre de 61 años, tras ser arrastrado por el poderoso campo magnético de una máquina de resonancia magnética (MRI) debido a una cadena metálica que portaba, ha puesto nuevamente sobre la mesa las lagunas en protocolos de seguridad en centros de salud en Estados Unidos. Un incidente similar ya había ocurrido hace más de dos décadas, pero al parecer no se han aprendido las lecciones necesarias.
Un campo magnético potencialmente mortal
Los dispositivos de resonancia magnética usan potentes electroimanes que pueden generar campos que superan los 3 teslas, lo que equivale a más de 60.000 veces la fuerza del campo magnético de la Tierra. Según el Instituto Nacional de Imágenes Biomédicas e Ingeniería Bioingenieril (NIBIB), estos campos "pueden atraer objetos ferromagnéticos con suficiente fuerza como para lanzar una silla de ruedas a través de una sala".
McAllister acudió al centro Nassau Open MRI en Nueva York para acompañar a su esposa Adrienne Jones-McAllister, quien se sometía a una MRI de rodilla. Cuando ella solicitó ayuda para bajarse de la camilla, un técnico convocó al esposo a la sala, según relató ella misma entre lágrimas al canal News 12 Long Island. Keith llevaba puesta una cadena de 20 libras usada para entrenamiento físico.
"Le hice una seña para que se acercara y me ayudara, y justo cuando entró, el campo magnético lo atrajo violentamente y lo lanzó contra la máquina", dijo Adrienne. "Me miró, me saludó con la mano, y su cuerpo se volvió completamente inerte".
Un caso de negligencia trágicamente evitable
La ausencia de chequeos de seguridad y la permisividad de entrada a la sala de resonancia con accesorios claramente metálicos evidencian una falla sistemática en los protocolos de seguridad. La cadena de McAllister no podía pasar desapercibida, y mucho menos ser ignorada por un técnico entrenado.
Este no ha sido un caso aislado. En julio de 2001, Michael Colombini, un niño de 6 años en Nueva York, falleció cuando una bombona de oxígeno fue atraída por la máquina MRI durante un procedimiento, golpeándolo en la cabeza. La familia recibió una indemnización de 2,9 millones de dólares tras llegar a un acuerdo judicial.
Estos incidentes iluminan un patrón alarmante: la subestimación de los riesgos asociados a los campos magnéticos y la normalización de malas prácticas dentro de salas MRI.
¿Por qué siguen ocurriendo estos incidentes?
Los ambientes controlados de un MRI deben operar con protocolos estrictos. Se espera que toda persona —paciente, técnico o visita— pase por un proceso de detección de objetos metálicos mediante formularios, entrevistas y escaneo físico. La OSHA (Administración de Salud y Seguridad Ocupacional) advierte específicamente que todas las herramientas y accesorios metálicos deben eliminarse de las inmediaciones del equipo antes de activar un escaneo.
“No se puede permitir que personas con implantes, dispositivos electrónicos o incluso ropa con componentes metálicos ingresen sin mayor evaluación”, sostiene el radiotecnólogo colombiano Luis Peña, con experiencia en clínicas de alta complejidad. “Una cadena de 20 libras es más que visible, y jamás debió estar cerca del campo magnético”.
Un sistema de responsabilidad difusa
El incidente ha causado indignación no solo por la muerte misma de McAllister, sino por la reacción institucional. El centro Nassau Open MRI se negó a emitir comentarios y la policía del condado de Nassau dice que no ha recibido autorización para divulgar el nombre de la víctima.
Esta falta de transparencia revive el dilema ético y legal sobre la responsabilidad de los centros médicos privados en tragedias prevenibles. ¿Quién dicta los protocolos en centros de MRI independientes? ¿Cómo se fiscalizan? ¿Cuáles son las sanciones por omisión?
La tecnología no es el problema, el protocolo lo es
La resonancia magnética es una de las tecnologías más avanzadas y no invasivas disponibles para diagnóstico clínico. Se estima que más de 40 millones de MRI se realizan al año solo en Estados Unidos, según datos de la American College of Radiology. La mayoría se lleva a cabo sin inconvenientes. El problema no es la tecnología en sí, sino su manejo humano y logístico.
Los errores humanos, la capacitación deficiente y la negligencia en la implementación de protocolos de seguridad son las verdaderas amenazas.
¿Qué cambios son urgentes?
Desde la tragedia de Colombini en 2001, se han propuesto múltiples mejoras en procedimientos MRI:
- Implementación obligatoria de sistemas de doble verificación para detectar metales en personas que ingresan al cuarto de resonancia.
- Pólizas de seguro médico que cubran únicamente a centros que cumplan con normas de seguridad certificadas por organismos como la Joint Commission.
- Capacitación anual obligatoria en seguridad magnética para los técnicos de MRI.
- Presencia de personal vigilante que evite el ingreso de personas no autorizadas o sin control previo.
Sin embargo, la falta de regulación vinculante y el descuido generalizado en centros privados ha neutralizado muchos de estos esfuerzos.
Un luto nacional que debería transformarse en reforma
La muerte de Keith McAllister no debe caer en el olvido como un simple accidente excepcional. Es el reflejo de un sistema de salud que necesita modernizar y estandarizar sus medidas de seguridad tecnológica. De no hacerlo, más personas podrían quedar expuestas a peligros invisibles en salas donde deberían estar más seguras que nunca.
En palabras de su esposa: "Solo quería ayudarme a levantarme. No puedo entender cómo un acto tan amoroso terminó así".
Los familiares de víctimas y comunidades recorren nuevamente el camino del luto, pero esta vez con la determinación de exigir cambios. Mientras tanto, la pregunta persiste: ¿cuántos muertos más se necesitan para que la seguridad en los centros de imagen sea realmente prioritaria?