¿Congreso sometido? El segundo mandato de Trump y el debilitamiento del poder legislativo

La nueva era política en Washington revela un Congreso republicano que ha cedido su independencia, reconfigurando el equilibrio constitucional de poderes

El simbolismo del mazo: ¿Una transferencia de poder?

El Día de la Independencia de 2025 fue testigo de un momento que, por trivial que pareciera, encarnó una transformación monumental en la política estadounidense. El presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, entregó el mazo utilizado para aprobar una enorme ley de recortes fiscales y de gastos al presidente Donald Trump, quien lo blandió simbólicamente con una serie de golpes suaves sobre su escritorio.

Aparte del gesto de cortesía ceremonial, este simbolismo representó algo mucho más profundo: el aparente traslado del poder legislativo hacia el Ejecutivo. Aunque el Congreso es definido en la Constitución como el primero de los poderes, esta escena dejó ver una transferencia de autoridad tan significativa como preocupante.

Un Congreso subordinado al ejecutivo

Durante el primer semestre del segundo mandato de Trump, los legisladores republicanos han demostrado una obediencia cada vez mayor al líder del Ejecutivo. El Congreso, controlado por los republicanos, ha acatado con sorprendente rapidez casi todas las iniciativas del presidente: desde aprobar un paquete de recortes tributarios y de gastos valuado en miles de millones de dólares, hasta confirmar sin mayor resistencia a miembros controvertidos de su gabinete, como Robert F. Kennedy Jr. en Salud o Pete Hegseth en Defensa.

También han retrocedido con celeridad en sus propios intereses. El ejemplo más dramático fue la decisión de congelar sanciones a Rusia propuestas por ambos partidos, luego de que Trump solicitara dar a Vladimir Putin 50 días adicionales para alcanzar un acuerdo de paz en Ucrania.

No se trata únicamente de sumisión: se está debilitando el sistema de pesos y contrapesos que ha definido la democracia constitucional de EE. UU. durante más de 230 años.

La cultura del miedo dentro del Partido Republicano

La presión para obedecer las directrices del presidente es intensa. Aquellos que se han atrevido a disentir han enfrentado las consecuencias políticas de inmediato. La senadora Lisa Murkowski (R-Alaska), por ejemplo, expresó abiertamente su oposición al recorte en los fondos para la radio pública y otros gastos sociales, argumentando que el Congreso debería legislar, no ejecutar los deseos del Ejecutivo. Aún así, fue una de las pocas voces disidentes.

Figuras como Mitt Romney y Liz Cheney ya no están en el Congreso. Los legisladores que se atreven a votar su conciencia, como lo señaló Jeff Flake, exsenador republicano por Arizona, se enfrentan al ostracismo político: "En el Partido Republicano de hoy, votar en conciencia es prácticamente una sentencia de muerte política", escribió en un artículo en The New York Times.

La ‘normalidad’ redefinida por el trumpismo

Muchos de los actuales congresistas republicanos llegaron a la política bajo la influencia del movimiento Make America Great Again. Esta nueva generación no solo apoya a Trump: lo imita. Los líderes de la Cámara y del Senado, como Mike Johnson y John Thune, mantienen estrecha coordinación con la Casa Blanca.

En algunos casos, Trump interviene personalmente para desbloquear desacuerdos internos. Cuando se estancó una propuesta legislativa sobre criptomonedas, fue el propio presidente quien convocó a los legisladores reacios a la Oficina Oval para convencerlos, mientras Johnson participaba por teléfono. El papel de jefe de Estado se entrelaza con el de estratega legislativo.

El poder judicial como único freno

Con el Congreso desvaneciendo su papel como contrapeso, la responsabilidad recae en el poder judicial. Decenas de demandas han sido interpuestas para limitar los efectos de diversas decisiones del Ejecutivo, desde políticas de inmigración hasta modificaciones presupuestarias impuestas desde la Casa Blanca.

"El genio de nuestra Constitución es la separación de poderes", recordó la expresidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, en una entrevista. "Que los republicanos del Congreso ignoraran por completo la institución que representan y derritieran su poder para hacer lo que dice el Ejecutivo es inadmisible".

Voces resistentes y sus consecuencias

Algunos senadores han resistido, aunque con un alto costo. El senador Thom Tillis (R-Carolina del Norte) mostró preocupación por los recortes a programas hospitalarios, lo cual le valió amenazas directas del propio Trump, quien advirtió que haría campaña contra él. Tillis anunció que no buscará la reelección en 2026.

Susan Collins (R-Maine) también votó contra el paquete de recortes a pesar de las advertencias del presidente. Solo un puñado de legisladores mantiene una posición independiente. El representante Thomas Massie (R-Kentucky), por ejemplo, ha presionado para desclasificar los archivos del caso Jeffrey Epstein, algo que la administración Trump había evitado hacer.

Como expresó el senador demócrata Brian Schatz (Hawái): "En ninguna parte de la Constitución dice que, si el presidente quiere algo, hay que dárselo".

El equilibrio roto: cifras y comparaciones

  • $9,000 millones recortados por petición directa de Trump en áreas como la radiodifusión pública y la ayuda exterior.
  • 14 estados visitados por Trump en los primeros seis meses de su segundo mandato.
  • 49 viajes realizados por Trump desde su retorno a la Casa Blanca, muchos de ellos centrados en eventos deportivos y golf.

Estas cifras contrastan con su desempeño en 2017, cuando visitó 21 estados en su primer semestre. Si bien su ritmo fue alto, su impacto legislativo ha sido aún mayor gracias a un Congreso cooperativo hasta el extremo.

La presidencia ilimitada en evolución

Lo que ocurre en 2025 no es nuevo. Desde el primer mandato de Trump, muchos republicanos evitaban criticar sus decisiones públicas por temor a represalias. Pero hoy, la composición del Congreso facilita un modelo de gobierno presidencialista mucho más pronunciado. Se ha transformado no solo el estilo, sino las reglas no escritas del poder en Washington.

Ahora, cualquier oposición interna puede significar el final de una carrera política. La institucionalidad, como explicó Charlie Sykes, exconservador y actual comentarista en The Bulwark, está en juego: “Estamos viendo cómo el poder moral y legislativo del Congreso se funde ante una presidencia sin controles internos”.

¿Hacia dónde camina el Congreso?

El presidente de la Cámara dice aspirar a un “Congreso normal”, pero mientras Kennedy Jr. dirige la política sanitaria, se elimina el financiamiento de organismos autónomos y se detiene la imposición de sanciones internacionales debido al capricho presidencial, resulta difícil imaginar esa “normalidad” como otra cosa que no sea una fachada.

El desbalance de poder ya es evidente. La democracia estadounidense enfrenta una de sus pruebas más importantes no solo en las urnas, sino dentro de las paredes del Capitolio.

Como lo dijo Nancy Pelosi: “Si uno de los tres poderes se autocancela, la democracia corre serio peligro”.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press