Siria en tensión: el conflicto en Sweida reaviva viejas heridas y despierta nuevos fantasmas
La rebelión drusa expone las divisiones sectarias tras la caída de Assad, mientras Israel amenaza con escalar su intervención en un conflicto regional que sigue ardiendo
Después de casi 14 años de una brutal guerra civil, Siria se encuentra de nuevo al borde del abismo. Esta vez, la provincia sureña de Sweida, habitada mayoritariamente por la minoría drusa, se ha convertido en el epicentro de una ola de violencia que amenaza con desestabilizar aún más la ya fragmentada nación.
El fin de Assad, el inicio de nuevas incertidumbres
La caída del presidente Bashar al-Assad en diciembre marcó un punto de inflexión histórico para Siria. A pesar de la esperada euforia internacional por el fin de un régimen autoritario, la realidad local fue mucho más compleja. El vacío de poder generado no fue llenado por una fuerza cohesionada sino por un mosaico de grupos armados, muchos de ellos de origen islamista, lo que ha despertado una notable desconfianza entre las minorías religiosas y étnicas del país.
Entre esas comunidades históricamente marginadas se encuentra la drusa, de la que más de la mitad de su población mundial —cerca de un millón de personas— reside precisamente en Siria. Grupos drusos ya habían mantenido cierta neutralidad o distancia frente a la opresión del régimen, pero el caos actual parece haberlos empujado a tomar las armas por su propia cuenta en defensa de su territorio y sus derechos.
¿Qué pasó en Sweida?
Todo empezó como un conflicto local entre facciones drusas y tribus beduinas suníes, con intermitentes secuestros mutuos y pequeñas escaramuzas a modo de represalia. Sin embargo, la intervención de fuerzas del gobierno central desencadenó una escalada. Lejos de calmar las tensiones, su presencia encendió aún más el polvorín.
Los enfrentamientos entre el ejército sirio y agrupaciones armadas drusas han devenido en una crisis abierta. Casas civiles han sido incendiadas, se han reportado saqueos y ejecuciones extrajudiciales cometidas por las fuerzas del gobierno. De acuerdo con el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, con sede en el Reino Unido, el número de muertos hasta el miércoles era de más de 250 personas, entre ellas 138 soldados, 5 mujeres y 4 menores de edad.
Un cese al fuego fue anunciado el martes 15 de julio, pero rápidamente colapsó, con ambos bandos acusándose mutuamente de romper el acuerdo. El Ministerio de Defensa de Siria justifica la continuación de sus operaciones como un esfuerzo por proteger a los residentes, pero los reportes en el terreno pintan una realidad más siniestra.
Israel entra en escena: ¿protector o provocador?
A todo esto se suma el ingrediente más delicado: la injerencia israelí. Desde el estallido de los enfrentamientos, Israel ha llevado a cabo ataques aéreos contra convoyes del ejército sirio. Lo justifica como una medida para proteger a la comunidad drusa, especialmente sensible en su territorio, donde goza de cierta integración: muchos drusos israelíes sirven incluso en el ejército.
El ministro de Defensa de Israel, Israel Katz, ha declarado que no sólo continuarán los ataques contra las fuerzas del gobierno sirio si no cesan su invasión a Sweida, sino que “pronto elevarán el nivel de respuesta”. Por su parte, el primer ministro Netanyahu afirmó que Israel tiene “el compromiso de conservar la región suroeste de Siria como una zona desmilitarizada y de salvaguardar a la comunidad drusa”.
Sin embargo, los analistas advierten que esta aparente defensa de los derechos drusos podría encubrir intereses mucho más estratégicos: el objetivo de no permitir que grupos pro-iraníes o islamistas se acerquen a las fronteras del Golán, ocupado por Israel desde 1967.
Factores sectarios: herida abierta en la posguerra siria
El conflicto en Sweida ha reactivado tensiones latentes entre diferentes comunidades. En marzo ya se habían registrado brutales enfrentamientos entre pro-gubernamentales y grupos drusos que derivaron en represalias sectarias contra la comunidad alauita —a la que pertenecía Assad— donde se reportaron cientos de muertos.
Las minorías como los alauitas, cristianos, kurdos y drusos temen que la Siria post-Assad derive en un sistema dominado por extremistas suníes, lo cual podría no sólo marginarlos sino amenazar su supervivencia como comunidades dentro del país.
Históricamente, la comunidad drusa ha apostado por la discreción y la autonomía. Desde sus orígenes en el siglo X como una escisión del islam ismailí, el drusismo ha sido celosamente cerrado y al mismo tiempo perseguido durante siglos por mayorías suníes. Hoy, sus miembros están divididos: algunos quieren integrarse a la Siria actual, otros exigen una región autónoma al estilo kurdo, y otra parte aboga por un exilio encubierto.
La comunidad internacional: silencio, ambigüedad y cálculo
La mirada del mundo está puesta, mayoritariamente, en Ucrania y el mar del sur de China. Siria ha quedado relegada mediáticamente. A pesar de las más de 500.000 muertes provocadas por la guerra civil desde 2011, y el desplazamiento de más de la mitad de su población, los actores globales han reducido en gran medida su involucramiento.
Algunos observadores ven la postura israelí como una premonición de un nuevo orden. “Israel está dibujando con fuego las fronteras de lo que considera su zona de seguridad”, dijo el analista político Elias Farhat en una entrevista con Al Mayadeen. Si la región drusa se convierte en una zona autónoma bajo protección israelí, eso podría abrir la puerta para un protectorado de facto, desdibujando aún más la soberanía siria.
¿Qué viene para los drusos y Siria?
Las alternativas no son esperanzadoras. Si el gobierno sirio retoma Sweida por la fuerza, el costo en vidas podría ser enorme y la brecha con los drusos sería casi irreparable. Si los drusos consolidan su control, podrían enfrentar represalias aún más duras y el aislamiento internacional. Y si Israel intensifica su intervención, arriesga detonar una reacción en cadena que involucre a Hezbolá —ya activa en el sur de Siria— o a Irán.
Más allá de conjeturas y geopolítica, la situación humanitaria se degrada minuto a minuto. Aunque el gobierno sirio no ha actualizado la cifra oficial de muertos desde el lunes 14 de julio —cuando reportó 30 fallecidos— testimonios en redes sociales hablan de desapariciones forzadas, niños desplazados y hospitales completamente saturados.
Todo esto hace que Suría camine, una vez más, sobre el filo de la navaja.
Una guerra sin final visible
Quienes esperaron que con la caída de Assad llegara la paz, han recibido un baño de realidad. El conflicto parece haber mutado, no cerrado. Las viejas heridas sectarias se reabren y la falta de un liderazgo inclusivo abre espacio a señores de la guerra y poderes extranjeros con agendas ocultas.
En medio del caos, las preguntas son muchas y las respuestas pocas. Pero algo es seguro: lo que ocurra en Sweida marcará no solo el destino de la comunidad drusa, sino también el modelo de Siria que surgirá en la posguerra.