El éxodo silencioso de los cristianos en Siria: entre el miedo y la resistencia
Tras el atentado en la iglesia de Mar Elías, las minorías cristianas enfrentan una crisis existencial en medio de una Siria transformada por el islamismo militante y una nueva clase política incierta
Un crimen que deja cicatrices profundas
El 22 de junio de 2025, un atentado suicida sacudió a la comunidad cristiana de Siria. El objetivo fue la iglesia greco-ortodoxa de Mar Elías en Dweil’a, a las afueras de Damasco. Al menos 25 personas perdieron la vida y decenas más resultaron heridas en el ataque, considerado el más mortal contra cristianos en la capital siria desde la masacre de 1860.
Este crimen no fue solamente una tragedia: se convirtió en el símbolo de un temor creciente entre las minorías religiosas del país, especialmente los cristianos, que han visto en los últimos años la transformación de Siria en un país dominado por milicias islamistas radicalizadas tras la caída del régimen de Bashar al-Asad en diciembre del 2024.
Miedo y frustración en aumento
En los días posteriores al atentado, cientos de cristianos salieron a las calles de Damasco con indignación. Al grito de “¡Siria libre, terroristas fuera!”, exigieron la expulsión de los combatientes extranjeros, que ahora gozan de un protagonismo alarmante dentro de las milicias.
El aparente silencio, o incluso la condescendencia, del nuevo gobierno encabezado por Ahmad al-Sharaa ante estos actos violentos ha provocado una creciente sensación de vulnerabilidad. Aunque el Ejecutivo condenó el atentado, muchos cristianos consideran que no fue una reacción suficientemente firme. La polémica se intensificó cuando las autoridades evitaron usar el término “mártires” para referirse a los muertos, lo que muchos interpretaron como una muestra de exclusión religiosa.
La reconfiguración del poder y la peligrosa influencia extranjera
Tras la retirada del poder de la familia Asad, diversos grupos armados tomaron protagonismo en Siria. Entre ellos, Hayat Tahrir al-Sham, liderado por Al-Sharaa, intenta consolidarse como un gobierno de facto. Sin embargo, su estrategia ha incluido algo inédito: la promoción de combatientes extranjeros a altos rangos militares.
Entre los nuevos altos mandos destacan individuos de Egipto, Jordania y Albania, como Abdul Samrez Jashari, designado como terrorista por Estados Unidos en 2016. Estos combatientes no sólo han contribuido a la caída de Asad, sino que ahora podrían obtener la ciudadanía al haber contraído matrimonio con mujeres sirias.
Según el centro de estudios Recon Geopolitics con sede en Beirut, “el tiempo no está del lado de Siria”. Su informe advierte que los combatientes extranjeros, al asentarse y formar redes de poder local, podrían perpetuar un nuevo ciclo de radicalización e islamización institucionalizada.
Islamización progresiva del tejido social
Muchos sirios cristianos que una vez apoyaron a los nuevos líderes ahora sienten que sus libertades están siendo erosionadas. En barrios cristianos, se reportan episodios donde misioneros musulmanes utilizan altavoces para invitar a la conversión al islam. La imposición del uso del burkini en piscinas públicas, salvo en resorts exclusivos, también ha sido vista como un indicio de imposición religiosa.
Es también preocupante la creciente presión social ejercida por milicianos barbudos que hostigan a hombres y mujeres en sitios de recreación nocturna, como bares y clubes en Damasco. La ministra de Asuntos Sociales, Hind Kabawat, es actualmente la única cristiana (y la única mujer) en un gabinete de 23 ministros.
De 2,3 millones a menos de 1,5 millones
La comunidad cristiana siria, que representaba cerca del 10% de la población antes del estallido de la guerra en 2011, ha sufrido un éxodo masivo. Ataques, secuestros, destrucción de iglesias —todo ha erosionado su presencia. Algunas estimaciones indican que un tercio de los cristianos sirios ha abandonado ya el país. Sacerdotes y monjas han sido blanco de los radicales en repetidas ocasiones.
“Somos un componente esencial de esta nación y nos quedaremos”, declaró el patriarca greco-ortodoxo Juan X Yazigi durante el funeral colectivo de los mártires de Mar Elías.
Un panorama de desigualdad social y política
Una encuesta nacional realizada en mayo por el grupo Etana revela datos inquietantes: el 85% de los sunitas dijeron sentirse seguros bajo el nuevo régimen, mientras apenas el 21% de los alauitas (la secta de Asad) y 18% de los drusos compartían esa opinión. Los cristianos caen en un rango intermedio: solo un 45% se siente protegido. Los temores de represalias, marginación y homogeneización religiosa se han disparado.
“El tamaño del miedo ha crecido entre los cristianos”, aseguró el político y analista Ayman Abdel Nour tras reunirse con líderes religiosos. “Muchos están considerando definitivamente irse del país”.
Un éxodo en cámara lenta
La historia tiene ecos del éxodo cristiano en Irak tras la caída de Saddam Hussein en 2003. Siria podría convertirse en el próximo escenario de la desaparición silenciosa de esta minoría, incluso si oficialmente los líderes aseguran lo contrario.
Monumentos que resisten en el tiempo
En lugares como Maaloula, donde aún se habla arameo, la lengua de Jesús, el cristianismo forma parte del ADN histórico y cultural. Una estatua de la Virgen María corona un acantilado con vistas al poblado, testimoniando siglos de tradición.
Sin embargo, ni la historia ni la fe bastan ante la realidad de ser un pueblo cercado. Desde 2011, las comunidades cristianas han sido más símbolos de resistencia que protagonistas en la reconstrucción del país.
¿Un futuro sin cristianos?
La reconstrucción de Siria está en juego, pero también lo está su identidad. La desaparición paulatina de las comunidades cristianas dejaría un vacío espiritual, cultural e histórico imposible de llenar. Si Siria pierde a sus cristianos, perderá también una parte vital de su alma.
La pregunta clave no es si los cristianos se quedarán, sino: ¿qué tipo de Siria quedará para ellos?
El mundo observa, en gran parte en silencio, mientras estos pueblos originarios y milenarios deciden si quedarse o partir, perseguidos no por sus acciones, sino por su fe.
La historia juzgará no sólo a quienes perpetran la violencia, sino a quienes, pudiendo alzar la voz, eligieron callar.