Un gigante al borde de la extinción: La batalla por salvar a la ballena franca del Atlántico Norte

Con apenas 370 ejemplares vivos, Canadá y EE. UU. enfrentan críticas por su lenta respuesta ante las amenazas letales para esta especie icónica

Una especie icónica al borde del abismo

La ballena franca del Atlántico Norte (Eubalaena glacialis) se encuentra entre las especies más amenazadas del mundo. Según cálculos recientes de científicos marinos, quedan apenas 370 ejemplares y su número continúa en descenso. Esta ballena, que alguna vez surcó en grandes manadas las costas del Atlántico norte, es ahora un símbolo de la lucha por la conservación marina.

Históricamente, esta ballena fue cazada casi hasta su desaparición durante siglos por su grasa y carne. El nombre “franca” proviene de “right whale” en inglés, ya que era considerada la ballena “correcta” para cazar: se movía lentamente, flotaba tras ser muerta y solía nadar cerca de la costa.

El largo recorrido migratorio... y peligroso

Las ballenas francas dan a luz frente a las costas del sureste de EE. UU., principalmente en aguas cálidas frente a Georgia y Florida. Luego, migran hacia el norte, hasta zonas de alimentación en Nueva Inglaterra y Canadá, especialmente en el Golfo de San Lorenzo.

Pero este trayecto, que atraviesan año tras año, está plagado de peligros:

  • Colisiones con barcos comerciales, especialmente en rutas marítimas de alto tráfico.
  • Enredos con artes de pesca comercial, que pueden provocar heridas graves, infecciones o hasta la muerte.
  • Contaminación acústica, afectando su capacidad de comunicación y navegación.

En 2017, al menos 17 ballenas francas del Atlántico Norte fueron halladas muertas en aguas canadienses y estadounidenses, un número alarmantemente alto para una población tan escasa. Las necropsias revelaron que la mayoría había muerto por causas humanas, principalmente atropellos y enredos.

Medidas de Canadá: ¿reacción o imposición?

Este verano, el gobierno canadiense anunció nuevas medidas de protección para mitigar el daño que sufre esta especie en sus aguas.

Transport Canada informó que todos los barcos de más de 13 metros (42,7 pies) deberán cumplir con límites de velocidad obligatorios en zonas designadas para reducir el riesgo de colisión. Además, se recomienda desacelerar de forma voluntaria en otras áreas.

“Transport Canada ha estado tomando medidas para ayudar a proteger a esta emblemática especie de las colisiones con embarcaciones en el Golfo de San Lorenzo, una zona de alto tráfico donde se observa con frecuencia”, indicó la institución en un comunicado el 27 de junio.

Estas regulaciones reflejan el compromiso declarado de Canadá con la conservación de la ballena franca. Sin embargo, los grupos ambientalistas alegan que las medidas llegaron demasiado tarde y no son lo suficientemente duras como para marcar una diferencia significativa.

Estados Unidos: pasos vacilantes

En contraste, el gobierno estadounidense retiró este año una propuesta que habría requerido a más barcos reducir su velocidad en la costa este. La decisión se tomó a finales del mandato de la administración Biden, bajo el argumento de que ya no había tiempo suficiente para implementar las nuevas reglas antes de la asunción del nuevo gobierno.

“Es profundamente decepcionante que el gobierno federal prefiriera la inacción burocrática frente a una crisis de extinción”, comentó Michael Jasny, director del Programa Marino del Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales (NRDC).

EE. UU. también enfrenta críticas por la poca fiscalización de las trampas de pesca que capturan accidentalmente a estas ballenas. Los enredos pueden causar amputaciones, heridas profundas y estrés crónico que reduce la capacidad reproductiva de las hembras.

Preocupaciones científicas: declive reproductivo

Una de las alarmas más urgentes en el ámbito científico es la reducción drástica en el número de nacimientos. Según datos del Acuario de Nueva Inglaterra en Boston, solo se registraron 11 pares de madre-cría durante la temporada de cría pasada.

Los expertos estiman que la especie necesita un número mínimo de 50 crías por año para comenzar a recuperarse. Pero desde hace más de una década, raramente se alcanza esta meta.

“Vemos un patrón preocupante: reproducción insuficiente, mortalidad alta y una población envejecida. Es una receta para el colapso”, advierte la Dra. Regina Asmutis-Silvia, directora ejecutiva de Whale and Dolphin Conservation en Norteamérica.

Consecuencias ecológicas de la extinción

La extinción de la ballena franca no solo representaría la pérdida de una especie carismática, sino también de un actor clave del ecosistema marino. Las grandes ballenas contribuyen al ciclo de nutrientes. Su presencia mejora la productividad de fitoplancton a través de lo que los científicos denominan “la bomba de la ballena”, un proceso en el cual los nutrientes resurge del fondo marino a través de sus excreciones.

Menos fitoplancton significa menos oxígeno y menos alimento para otras especies. En síntesis, la desaparición de esta ballena podría provocar un efecto dominó ecológico.

Presión internacional y activismo

Organismos internacionales, como la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), han clasificado a la ballena franca del Atlántico Norte como “en estado crítico” desde hace más de una década. Entre los actores clave que impulsan regulaciones más estrictas están grupos como Oceana, NRDC, Sea Shepherd y el Center for Biological Diversity.

En 2020, Oceana publicó un informe donde señala que el 90% de las ballenas observadas presentaban señas de haber quedado atrapadas en artes de pesca al menos una vez en su vida.

¿Cuál es el futuro?

El porvenir de la ballena franca del Atlántico Norte dependerá de decisiones valientes y coordinadas.

Los científicos insisten en que medidas como supervisión satelital de barcos, uso de trampas sin soga y corredores marítimos protegidos deben implementarse de inmediato y con fuerza de ley, no como simples sugerencias.

Es necesario un pacto entre Canadá, EE. UU. y el sector pesquero que ponga la biodiversidad por delante de los intereses económicos. Como dijo Sylvia Earle, bióloga marina y exploradora de National Geographic: “Sin el océano, no hay vida en el planeta. Y proteger a sus mayores habitantes es protegernos a nosotros mismos”.

El tiempo se agota para una especie que ha soportado siglos de persecución. Quedan 370 razones —y vidas— para actuar ahora.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press