Dalái Lama: el futuro de un símbolo espiritual y político bajo la sombra de China
Con cerca de 90 años, el líder tibetano confirma que sí habrá un sucesor. Pero, ¿será libre o un instrumento de Pekín?
Un “simple monje” con la carga de una nación exiliada
Tenzin Gyatso, el decimocuarto Dalái Lama, ha repetido durante décadas que es solo “un monje budista sencillo”. Sin embargo, esta modestia contrasta con su gigantesco papel histórico, religioso y político: es considerado la encarnación viviente de Chenrezig, el bodhisattva de la compasión, y líder espiritual de los tibetanos desde su infancia. Desde su investidura como Dalái Lama en 1937, su vida ha sido un testimonio del poder espiritual enfrentado a los vaivenes del poder temporal.
Después de la invasión china del Tíbet en 1950 y del fallido levantamiento de 1959, el Dalái Lama y miles de tibetanos huyeron a India, estableciendo en Dharamsala un gobierno en el exilio, desde el cual ha dirigido la lucha por conservar la identidad, la cultura y la autonomía tibetana —una lucha ampliamente respaldada por la diáspora y entidades internacionales, aunque rechazada ferozmente por China.
Los 90 años de un líder en el exilio
Con sus celebraciones de cumpleaños ya en marcha según el calendario tibetano, el Dalái Lama se ha apresurado a disipar una preocupación central en la comunidad tibetana: ¿Habrá otro Dalái Lama después de él?
La respuesta ha sido afirmativa. Lo más significativo es que, ha asegurado, su sucesor será identificado siguiendo los métodos tradicionales, bajo la guía de su oficina y respetando las señales espirituales —un desafío directo a China, que insiste en arrogarse el control del proceso de sucesión.
La gran disputa: ¿quién elige al próximo Dalái Lama?
Beijing ha dejado claro que pretende controlar la reencarnación del Dalái Lama, alegando prerrogativas históricas. De hecho, ya impuso su propia versión del Panchen Lama —la segunda figura en jerarquía del budismo tibetano— tras desaparecer al niño designado por el actual Dalái Lama en 1995. La selección del próximo Dalái Lama podría replicar este patrón, generando un Dalái Lama designado por el Partido Comunista Chino y otro reconocido por la comunidad tibetana en el exilio —una división que evocaría los cismas religiosos más complejos de la historia, desde los antipapas hasta los patriarcas rivales en el mundo ortodoxo.
Más que religión: el símbolo de una lucha por la identidad
Para millones de tibetanos, tanto dentro como fuera del Tíbet, el Dalái Lama no solo representa una figura religiosa, sino que es un símbolo de la lucha contra la opresión cultural y el intento sistemático de sinización del territorio tibetano. Las políticas chinas en el Tíbet han sido documentadas ampliamente por organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, incluyendo restricciones a la enseñanza del idioma tibetano, represión de prácticas religiosas y vigilancia masiva.
Frente a esto, el Dalái Lama ha defendido una “vía intermedia”: no la independencia total, sino una autonomía genuina que permita preservar la cultura y la religión tibetana. Esta postura le valió el Premio Nobel de la Paz en 1989 por su rechazo categórico a la violencia.
El proceso de reencarnación: una cuestión espiritual y política
Tradicionalmente, tras la muerte de un Dalái Lama comienza una compleja búsqueda espiritual que puede tomar años. El alma reencarnada del líder —según la creencia budista tibetana— puede manifestarse en un niño, cuyos signos y comportamiento deben coincidir con los atributos del predecesor. Se consultan oráculos, se interpretan sueños y se envían monjes a buscar señales.
Sin embargo, el actual Dalái Lama ha planteado la posibilidad de nombrar a su sucesor en vida o dejar instrucciones escritas. Esto marcaría un precedente inaudito en la tradición tibetana, pero también evitaría —o al menos retrasaría— que China tome el control exclusivo del proceso.
En sus propias palabras: “Es muy probable que, cuando llegue el momento, el próximo Dalái Lama será encontrado en un país libre, y no en el Tíbet ocupado.”
Beijing vs Dharamsala: dos visiones del budismo tibetano
Mientras el gobierno chino intenta establecer una autoridad religiosa que funcione bajo su control estricto, el Dalái Lama sigue siendo una figura venerada en todo el mundo. Líderes religiosos, políticos y de derechos humanos continúan considerándolo un referente moral en un mundo cada vez más polarizado.
China ha calificado en el pasado al Dalái Lama como “un lobo con piel de monje” y “el escoria del budismo”, reflejo del claro conflicto entre el respeto espiritual global que genera esta figura y la narrativa china que lo ve como un elemento de inestabilidad nacional.
El control del Tíbet y su cultura no es un mero asunto religioso. Se trata también de la posición geoestratégica de la región, la presencia de recursos naturales y la importancia del Himalaya como fuente de agua para gran parte de Asia.
¿Dalái Lama por duplicado?
Es cada vez más probable que, tras la muerte del actual Dalái Lama, China proclame una reencarnación oficial, como ya realizó con el Panchen Lama, mientras que el gobierno en el exilio habrá de buscar y reconocer a un niño en un país libre, posiblemente India, Nepal o incluso Estados Unidos. Este niño será instruido conforme a las enseñanzas budistas tradicionales, pero también seguramente como un líder político nato.
Estamos, pues, ante una inevitable bifurcación de la institución del Dalái Lama. No es solo una cuestión de espiritualidad, sino de legitimidad. La historia está repleta de dilemas similares: ¿quién tiene derecho a nombrar a los líderes religiosos? Roma vs Constantinopla, el Rey vs el Papa, Pekín vs Dharamsala.
¿Quién sigue siendo tibetano?
La diáspora tibetana y las nuevas generaciones nacidas fuera del Tíbet enfrentan un doble desafío: mantener su cultura viva y asegurarse de que no desaparezca el liderazgo carismático que representa el Dalái Lama.
Ya en 2011, el Dalái Lama cedió los poderes políticos a un primer ministro elegido democráticamente por la comunidad tibetana en el exilio. Sin embargo, la autoridad religiosa aún recae sobre él. Muchos temen que el próximo Dalái Lama, sin la trayectoria ni la presencia del actual, no tenga la misma capacidad de movilización internacional.
Pero también podría ser al revés. Un nuevo líder joven, nacido en libertad y formado sin las ataduras de la vieja geopolítica, podría encarnar una nueva esperanza para el Tíbet moderno.
El legado vivo del Dalái Lama
En una era donde los símbolos espirituales han perdido peso frente al ruido de las redes y las luchas de poder, el Dalái Lama ha sido una constante. Una figura que habla con líderes mundiales pero también bendice a humildes creyentes. Que promueve la meditación en universidades de Occidente pero sigue con vida monástica austera en los Himalayas. Que ha sopesado el curso de su propia muerte para proteger a su pueblo más allá del velo de la reencarnación.
El mayor homenaje que puede recibir en su cumpleaños 90 quizás no sea una estatua o un templo, sino la certeza de que su legado —moral, político y espiritual— seguirá vibrando en las montañas del Tíbet y en los corazones de los millones que aún lo reconocen como su verdadero líder.