Gigablue y el negocio del carbono azul: ¿Solución climática o ciencia de ficción con fines lucrativos?

La startup israelí que promete secuestrar carbono en el océano mediante partículas misteriosas causa revuelo científico y plantea grandes incógnitas en el todavía desregulado mercado de créditos de carbono oceánico

Un gigante emergente en el mercado del carbono oceánico

En sólo tres años, la startup Gigablue ha pasado de ser un proyecto ambicioso a una figura central en el incipiente mercado de carbono azul. Fundada por empresarios israelíes, la empresa se propone mitigar el cambio climático mediante el uso de partículas diseñadas para atrapar CO₂ en el fondo del océano. Su reciente venta de 200.000 créditos de carbono a la compañía SkiesFifty —la mayor transacción registrada de este tipo a nivel marino— ha encendido alarmas entre científicos, ambientalistas y defensores de una regulación más estricta.

¿Cómo funciona el método de Gigablue?

La propuesta de Gigablue se basa en partículas artificiales que al ser liberadas en el océano flotan durante varios días, permitiendo el crecimiento de fitoplancton que absorbe el CO₂ del agua. Posteriormente, estas partículas, enriquecidas ahora con microalgas, se hunden rápidamente al fondo marino. El objetivo es que el carbono capturado en esta biomasa quede sepultado por cientos o miles de años, aislado del sistema atmosférico.

La idea no es del todo nueva. Desde los años 90, proyectos similares han coqueteado con la noción de "fertilización oceánica" como estrategia climática. Sin embargo, hasta ahora no se había alcanzado tal escala comercial ni visibilidad internacional.

Créditos de carbono: ¿una vía eficaz o una fachada ecológica?

Los créditos de carbono permiten a empresas compensar sus emisiones invirtiendo en proyectos que teóricamente capturan o reducen CO₂. Estos se han vuelto sumamente populares: empresas como Microsoft, Google, e incluso organizadores de eventos, los adquieren como forma de maquillar su huella ecológica.

Gigablue se ha sumado a esta tendencia con precios más bajos que otras iniciativas de captura de carbono. Según datos de CDR.fyi, su venta de 200.000 créditos representa más del 50% de toda la venta de créditos oceánicos en 2023.

El misterio detrás de las partículas

Uno de los principales focos de crítica es que Gigablue no ha revelado abiertamente la composición de sus partículas. Dicen que varía según la temporada y zona oceánica, y alegan propiedad intelectual.

Sin embargo, permisos de ensayo en Nueva Zelanda revelan que están compuestas por vermiculita (una arcilla porosa), rocas molidas, ceras vegetales, hierro y manganeso. Un documento con patente sugiere que podrían incluso incluir materiales como algodón, cáscaras de arroz o fibras sintéticas como poliéster.

“Todo lo que usamos es natural, no tóxico y seguro para los ecosistemas marinos”, ha defendido la CTO Sapir Markus-Alford. Pero como señala Ken Buesseler, oceanógrafo del Woods Hole Oceanographic Institution, resulta "casi inconcebible" que estas partículas no alteren la biología del agua en alguna forma.

Dudas científicas: entre el escepticismo y la protesta

Expertos independientes cuestionan duramente la ausencia de datos públicos que respalden la eficacia de esta tecnología.

  • Thomas Kiørboe (Technical University of Denmark) duda que el fitoplancton pueda crecer sobre superficies sólidas en condiciones oceánicas.
  • Philip Boyd (University of Tasmania) alerta que el rápido descenso de las partículas (hasta 100 metros por hora) podría provocar que las algas se desprendan antes de llegar al fondo.
  • James Kerry, de OceanCare, señala que "estamos ante una tecnología no probada que ya está monetizando sus promesas".

Además, la posibilidad de que estas partículas sean consumidas por peces y bacterias reduciría la eficiencia del proceso, y potencialmente perturbaría la cadena alimentaria marina.

¿Se trata de fertilización oceánica encubierta?

La inclusión de hierro como aditivo clave en las partículas lleva a muchos científicos a equiparar el proyecto con la fertilización marina con hierro, una técnica prohibida comercialmente por el Protocolo de Londres desde 2008 por sus posibles efectos colaterales en ecosistemas marinos.

Gigablue niega que su método sea fertilización oceánica, alegando que no se producen floraciones incontroladas. “Nos inspiramos en la fertilización con hierro para saber qué evitar”, declaró el CEO Ori Shaashua.

Pero el borrador metodológico de Puro.earth —entidad que certifica la validez de sus créditos— menciona preocupaciones similares a las formuladas sobre la fertilización con hierro: riesgos para la red alimentaria marina, sobreextracción de nutrientes y efectos acumulativos no monitoreados.

¿Quién regula esta tecnología?

Aquí radica el meollo del asunto: nadie.

Ni Nueva Zelanda —donde se han realizado pruebas—, ni la mayoría de los países anfitriones tienen protocolos sólidos para supervisar experimentos comerciales de esta índole. De hecho, los ensayos de Gigablue han sido clasificados como actividades "con fines de investigación", exentos de revisión pública o consulta con comunidades locales.

La verificación de los resultados recae exclusivamente en entidades privadas como Puro.earth, que además enfrentan un conflicto de intereses evidente, pues cobran por cada tonelada de carbono certificado.

“Las startups venden créditos antes de tener resultados científicos certeros”, comenta Marianne Tikkanen, directora de estándares de Puro.earth, admitiendo que el proceso puede fomentar conducta oportunista.

El mercado del carbono azul: oportunidades y riesgos

Gigablue no es un caso aislado. Startups como Running Tide, que intentó sumergir algas y astillas de madera en el océano, cerraron en 2023 pese a haber vendido miles de créditos y contar con inversiones millonarias. El mercado marino del CO₂ es joven, riesgoso y costoso.

No obstante, ha crecido exponencialmente: de 2.000 créditos vendidos en 2021 a más de 340.000 en 2023.

Según el Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC), sería necesario remover al menos 10.000 millones de toneladas de CO₂ anualmente para alcanzar metas climáticas globales. Aunque el océano representa un sumidero potencial, la ciencia aún no entiende completamente sus dinámicas ecológicas o los efectos adversos de manipulaciones a gran escala.

Innovación climática o bandera verde para emprendedores sin escrutinio?

La historia de Gigablue ejemplifica la encrucijada actual de la innovación climática: necesitamos urgentemente soluciones disruptivas, pero también marcos éticos y científicos rigurosos para evitar fiascos ecológicos o fraudes ambientales.

“Lo que tenemos es fe ciega: confiamos en que estos emprendedores hacen lo que prometen porque así nos lo dicen”, resumió Jimmy Pallas, organizador de eventos en Italia y cliente de Gigablue. “Es como sacar la basura: no sigo al camión para ver dónde termina”.

Frente a una urgencia planetaria sin precedentes, debemos preguntarnos: ¿basta la intención para autorizar intervenciones masivas e irreversibles en los océanos del mundo?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press