Medgar Evers y el legado interrumpido: violencia política en EE.UU. del siglo XX al XXI
Más de 60 años después del asesinato de Evers, su hija y otros familiares de líderes caídos reflexionan sobre el ciclo de violencia que aún sacude la democracia estadounidense
Un legado ensangrentado que persiste
En una época en la que la política estadounidense parece girar peligrosamente hacia los extremos, los ecos del pasado resuenan con fuerza. La figura de Medgar Evers, muerto a manos de un supremacista blanco en 1963, se vuelve más vigente conforme los ataques motivados por el odio continúan marcando la historia estadounidense.
Reena Evers-Everette, hija del gran activista por los derechos civiles, recuerda con dolor la noche en que su padre fue asesinado frente a su hogar en Jackson, Mississippi. Ella tenía apenas ocho años. Más de seis décadas después, aún lidia con el mismo tipo de odio que destrozó su infancia, esta vez bajo nuevas máscaras y narrativas, pero con similares consecuencias: muertes, miedo y silenciamiento.
Una cita entre herederas de la lucha
En vísperas del que habría sido el centenario de Medgar Evers, Jackson se convirtió en un punto de encuentro para las hijas de mártires civiles. Allí se reunieron Reena Evers-Everette, Kerry Kennedy (hija de Robert F. Kennedy) y Bettie Dahmer (hija del activista Vernon Dahmer), tres mujeres que comparten el dolor de haber perdido a sus padres por enfrentarse a una estructura racista y conservadora.
La conferencia, llamada “Medgar Evers at 100: A Legacy of Justice, a Future of Change”, duró cuatro días y fue organizada como antesala al cumpleaños número 100 que el legendario activista hubiera celebrado este 2 de julio de 2025. Allí, se puso sobre la mesa la continuidad de la violencia política en el país y el retroceso en temas de memoria, justicia y equidad.
De Kennedy a Evers: asesinatos que marcaron época
Medgar Evers fue uno de los primeros líderes en caer durante esa violenta década de 1960 que vio apagarse las voces de John F. Kennedy (1963), Malcolm X (1965), Martin Luther King Jr. (1968) y Robert F. Kennedy (1968). Cada muerte fue como una bala al corazón de los movimientos sociales y de justicia racial.
La violencia política no es nueva en Estados Unidos, pero los expertos coinciden en que el nivel alcanzado en los últimos cinco años rivaliza con aquella década oscura. En el último año, por ejemplo, se registraron asesinatos como el de una legisladora de Minnesota y su esposo, dos funcionarios de la embajada israelí, y hasta intentos de asesinato contra Donald Trump. La democracia parece caminar en la cuerda floja.
Reescribir la historia: otro frente de batalla
Stacey Abrams, excandidata a gobernadora de Georgia, participó como oradora en el evento, y fue contundente al denunciar que se quiere borrar a Evers del recuerdo nacional. Acusó directamente a la administración de Trump de intentar eliminar su nombre de barcos de la Armada, como parte de un esfuerzo más amplio por rescribir la narrativa histórica eliminando a “mujeres, personas racializadas y miembros de la comunidad LGBTQ+” del paisaje conmemorativo estadounidense.
Según Abrams, ese tipo de revisionismo histórico es tan perjudicial como la violencia física: “Si quitamos el nombre de Medgar Evers de un buque, le decimos al país que su sacrificio no valió nada”.
Violencia estatal vs. protesta pacífica
Abrams también recordó cómo durante las protestas por políticas migratorias en Los Ángeles, bajo la administración Trump, se desplegaron fuerzas armadas para contener a manifestantes pacíficos. En su opinión, no se puede condenar la violencia política mientras se usa al Estado como instrumento de represión. Es una contradicción peligrosa.
“No podemos olvidar nuestros orígenes, ni lo que nos trajo aquí. Medgar no luchó solo por su familia, sino por todos nosotros. El precio fue su vida. Y ese precio se sigue pagando”, sentenció.
La memoria como resistencia
Evers-Everette lo resume claramente: “Debemos conocer bien nuestra historia para no repetir el desorden racista, asqueroso y peligroso que la marcó”. Estas palabras tienen un eco profundo ante el panorama actual, donde se debate qué enseñar en las escuelas, qué nombres recordar en los monumentos, y hasta qué héroes merecen una calle con su nombre.
La amenaza no es solo un francotirador en la oscuridad. Es también el olvido institucional, la blanqueada de acontecimientos o la censura en nombre del “equilibrio ideológico”.
Datos que estremecen
Un informe del Center for Strategic and International Studies documentó que el año 2022 fue uno de los más violentos en términos de incidentes de violencia política desde los años setenta. De los eventos registrados:
- El 62% fueron realizados por grupos de extrema derecha.
- El 23% por extremadamente motivaciones izquierdistas.
- El resto se asoció a movimientos nacionalistas o religiosos radicales.
Una cifra aún más alarmante: desde 2015, los ataques de personas motivadas por razones ideológicas han aumentado un 300% en Estados Unidos (CSIS, 2023).
Un siglo sin justicia completa
Medgar Evers fue asesinado en 1963. Su asesino, Byron De La Beckwith, fue enjuiciado dos veces en los 60 y absuelto por un jurado integrado exclusivamente por hombres blancos. No fue hasta 1994 —más de 30 años después— que fue declarado culpable. Esta es una muestra más de cómo el racismo estructural ha cooptado largo tiempo no solo la violencia, sino también el aparato judicial estadounidense.
Evers no fue un caso aislado. Las muertes de King, Malcolm X y los hermanos Kennedy permanecen simbólicamente entrelazadas, recordándonos que luchar por la justicia en Estados Unidos con demasiada visibilidad puede costar la vida.
Lo que está en juego: más que nombres o monumentos
Retirar nombres, minimizar figuras históricas y omitir el contexto que rodeó los crímenes de odio es un acto adicional de violencia. Como comunidad, dice Abrams, es esencial mantener vivos los recuerdos y comprender el porqué del sacrificio que hicieron tantos líderes negros, latinos, LGBTQ+ y progresistas.
Reflexión final
Hablar de Medgar Evers en 2024 no es mirar con nostalgia el pasado. Es una advertencia. Es tomar conciencia de que el extremismo, cuando no se confronta, renace. Como dijo Kerry Kennedy, al recordar el asesinato de su padre Robert: “Yo solo quería que no mataran a quien lo mató. Nunca quise otro muerto”.
Esa esperanza de romper el ciclo permanece como chispa entre la sombra. Está en nosotros mantenerla encendida.