Turismo en Afganistán: ¿resurgimiento cultural o dilema ético?
Mientras miles de turistas redescubren los tesoros históricos y paisajes de Afganistán, el mundo debate entre la atracción del viaje y los derechos humanos bajo el gobierno talibán.
Afganistán ha comenzado a abrir sus puertas al turismo internacional. Tras décadas de guerras, ocupaciones y ataques, algunos viajeros intrépidos optan por conocer este país enclavado en Asia Central, rico en historia, cultura milenaria y paisajes imponentes. Pero, ¿es ético hacer turismo en un país donde los derechos de las mujeres están severamente reprimidos?
El renacer de un país oculto
Desde mediados de 2021, cuando los talibanes tomaron el control de Kabul y reinstauraron su régimen islámico ultraconservador, Afganistán ha suscitado inquietud en la comunidad internacional. Sin embargo, el sector turístico comienza a renacer —aunque tímidamente— impulsado por la belleza natural, la rica herencia cultural y una reducción significativa de la violencia.
Según el viceministro de Turismo, Qudratullah Jamal, en 2023 llegaron cerca de 9.000 turistas extranjeros, mientras que en los tres primeros meses de 2024 ya se había recibido un tercer de este número. Los visitantes acceden por vía aérea desde destinos como Estambul y Dubái y pueden obtener visados fácilmente.
Un destino exótico... pero peligroso
El país, antaño epicentro de la Ruta de la Seda, ofrece mucho: las ruinas de civilizaciones antiguas, bóvedas del pasado budista y mezquitas que sobreviven al tiempo. El valle de Bamiyan, a pesar de haber sido trágicamente relevante por la destrucción de los Budas de 1.500 años en 2001, continúa atrayendo visitantes interesados en la historia y arqueología.
No obstante, se trata aún de un país complejo y, en ocasiones, letal. El mismo valle fue escenario de un ataque en mayo de 2024 que dejó seis personas fallecidas, incluidos tres turistas españoles. El grupo Estado Islámico, aún activo en la región, se adjudicó la acción. Las embajadas occidentales y agencias internacionales siguen desaconsejando viajar a Afganistán por motivos de seguridad.
¿Turismo como motor económico?
Jamal destaca que el gobierno ve el turismo como una oportunidad para aliviar la pobreza. En un país donde alrededor del 90% de la población vive en condiciones económicas precarias (según datos del PNUD), el ingreso de divisas por visitantes puede convertirse en un salvavidas financiero. “Los turistas permiten que el dinero circule directamente entre nuestra gente”, explicó en entrevista.
La administración talibán ha creado incluso un instituto de formación turística —solo para hombres— para fomentar el empleo y el profesionalismo en el sector. La apuesta es clara: usar el turismo no solo como vehículo de ingresos, sino también como herramienta diplomática.
Una experiencia genuina...
Muchos de los turistas que arriban al país se mueven impulsados por el deseo de conocer el “verdadero Afganistán”, alejado de los titulares apocalípticos. Son viajeros que llegan en autobuses adaptados desde Europa, en motocicletas o en bicicleta. Algunos comparten su experiencia en redes sociales, describiendo a una población “amable, hospitalaria y profundamente resiliente”.
Illary Gómez, francesa de origen peruano, describió su llegada con su pareja británica con sentimientos encontrados. “Tuvimos un año de debate moral sobre si entrar o no. Pero al llegar, la gente local nos recibió con una calidez que no esperábamos”.
Su compañero, James Liddiard, resumió su postura diciendo: “Compramos el pan al panadero, el agua al tendero. Nuestro dinero va a la gente, no al gobierno”.
...pero no exenta de culpa
Pero no todos están convencidos. ¿Es correcto hacer turismo en un país donde las mujeres prácticamente no pueden trabajar, estudiar más allá de primaria, ni exhibir su rostro libremente en la vía pública?
En Afganistán bajo el gobierno talibán, las mujeres no pueden acceder ni a parques ni gimnasios. Se han cerrado los salones de belleza y exigen vestimenta extremadamente conservadora. A pesar de ello, las restricciones suelen aplicarse con más flexibilidad a las extranjeras.
Esa doble vara irrita a muchos críticos. “Es un gesto de hipocresía cultural permitir que extranjeras hagan lo que las afganas no pueden”, señaló Human Rights Watch en un informe reciente.
Qudratullah Jamal evitó hablar del tema. “Reiteramos que todos los turistas que respeten nuestras leyes son bienvenidos”, señaló de forma escueta.
¿Boicot o intercambio cultural?
Desde una postura más progresista, Jamal sostiene que el turismo puede convertirse en una herramienta de apertura y entendimiento intercultural: “Cuando un extranjero ve con sus propios ojos la vida en Afganistán, entonces se genera empatía. La cercanía cultural se incrementa y la distancia entre naciones disminuye”.
Palabras que buscan poner al país en el mapa turístico internacional como un destino de “descubrimiento espiritual y humano”. Pero, de nuevo, el dilema es profundo: ¿acceder al país es sinónimo de legitimar un régimen represivo?
Un impacto desigual
Además, hay una realidad incómoda: pese a que los turistas pueden contribuir económicamente, eso no garantiza que las ganancias repercutan de forma equitativa. Las mujeres, excluidas laboralmente en gran medida, quedan fuera del circuito de beneficios.
Y aunque el país siga atrayendo a viajeros alternativos fascinados por su cultura, naturaleza o historia —como los mochileros alemanes que acampan a orillas del río Kokcha o los youtubers que cruzan Kandahar en tuk tuk—, el núcleo del debate continúa vigente: ¿estamos asistiendo a un nuevo comienzo o simplemente a una fachada turística?
Un país esperando miradas, y respuestas
Afganistán no es fácil de definir ni de comprender. Es tanto un destino de ruinas budistas como de ideología extrema; de gente que sirve té con una sonrisa, pero que vive bajo una estricta ley religiosa. En este contexto poliédrico, el turismo plantea un sinfín de preguntas: ¿es una herramienta para tender puentes o una forma de evasión moral?
En palabras del viajero español Alex Medellín, quien cruzó la frontera iraní a Herat el año pasado: “No vine ignorando el sufrimiento. Vine para reconocerlo, para escuchar. Y quizás, algún día, contar otra versión de este país que parece siempre contado por otros”.
Tal vez ese sea el dilema central del turismo en Afganistán: cómo contar una historia múltiple, llena de contradicciones, donde la belleza, la opresión, la calidez humana y la tragedia se entrelazan permanentemente.