Vladimir Herzog: la herida que tardó 50 años en cerrar en la democracia brasileña
La admisión estatal del asesinato de Herzog no es solo justicia simbólica: es un hito en el Brasil que aún enfrenta los fantasmas de su pasado dictatorial
Vladimir Herzog: Memoria de una tragedia
En octubre de 1975, Vladimir Herzog, periodista de origen yugoslavo y director de noticias de la TV Cultura de São Paulo, fue convocado para declarar voluntariamente ante el centro de inteligencia del ejército brasileño. No regresó con vida. La versión oficial de la dictadura dijo que se había suicidado, una mentira que tardó décadas en desmontarse oficialmente.
Hoy, casi medio siglo después, el gobierno brasileño ha dado un paso decisivo en el proceso de reconciliación histórica: asumió oficialmente la responsabilidad por su asesinato, reconociendo que Herzog no se quitó la vida, sino que fue torturado y asesinado por el régimen militar que gobernó Brasil entre 1964 y 1985. Este gesto no solo reconoce los abusos, sino que marca un precedente en América Latina respecto a la memoria, la justicia y el compromiso con la democracia.
¿Quién fue Vladimir Herzog?
Nacido en Osijek (actual Croacia) en 1937, en el seno de una familia judía que huyó del Holocausto, Herzog se estableció en Brasil, donde desarrolló una prometedora carrera como periodista. En medio del endurecimiento del régimen militar, se convirtió en un símbolo incómodo para el poder: crítico, lúcido y comprometido con la verdad.
Dirigía el área de noticias de una emisora pública, lo que lo colocaba en el ojo de los organismos de represión. Acusado falsamente de pertenecer al entonces ilegalizado Partido Comunista Brasileño, fue citado a declarar el 25 de octubre de 1975. A las pocas horas, su muerte fue comunicada como un “suicidio en prisión”. La imagen de su cuerpo, colgando grotescamente, fue publicada por los medios oficiales como prueba.
El montaje y la resistencia
Pronto surgieron pruebas de que la escena había sido manipulada. Peritajes independientes demostraron que había sido asesinado, y su muerte se convirtió en un catalizador de la resistencia intelectual y política en Brasil. Hasta entonces, pocos eventos habían sacudido tanto a la clase media y cultural.
En 1978, aún bajo dictadura, una sentencia judicial tímidamente ordenó una investigación, colocando simbólicamente una grieta en el blindaje de impunidad que protegía a los represores. Sin embargo, no fue hasta 2018 que la Corte Interamericana de Derechos Humanos declaró al Estado brasileño como culpable de “crímenes de lesa humanidad”, exigiendo una disculpa formal y acciones concretas. Pero el Estado brasileño mantuvo el silencio. Hasta ahora.
Una disculpa que debió llegar antes
En junio de 2024, la Secretaría de Asuntos Jurídicos de Brasil, encabezada por Jorge Messias, firmó un acuerdo con la familia Herzog para reconocer su muerte como asesinato político. Además del simbólico acto de reconocimiento, el gobierno aceptó pagar casi 3 millones de reales (alrededor de 544.800 dólares) en indemnización por daños morales y retroactivos en pensiones a Clarice Herzog, su viuda.
“No es solo simbólico”, afirmó Ivo Herzog, su hijo y presidente del Instituto Vladimir Herzog. “Es un acto que nos permite creer que el Estado brasileño de hoy no piensa como el de entonces”.
La lucha por la verdad y la justicia
El caso Herzog ha sido, durante décadas, un emblema de la lucha contra el olvido. Como otros mártires latinoamericanos —desde Víctor Jara en Chile hasta Rosario Ibarra de Piedra en México—, su historia se convirtió en un punto de encuentro entre activistas, juristas, periodistas y familiares de víctimas.
Según el informe final de la Comisión Nacional de la Verdad de Brasil (2014), 434 personas fueron asesinadas o desaparecidas durante la dictadura, aunque muchas ONG señalan que la cifra real podría ser mayor. Entre los nombres más notorios figura también el de Rubens Paiva, representado en la ganadora del Oscar en 2025: "I'm Still Here".
Una democracia en tensión
El momento no podría ser más relevante. Mientras el país trata de sanar las heridas abiertas del pasado, la democracia brasileña enfrenta desafíos críticos. En 2022, el intento de golpe por parte de militares cercanos al expresidente Jair Bolsonaro demostró cómo las sombras de la dictadura aún se proyectan sobre las instituciones actuales.
El juicio histórico en curso en el Supremo Tribunal Federal sobre la intentona golpista resuena irónicamente con las demandas de hace 50 años. Tal como lo expresó el ministro Jorge Messias: “En 2022 estuvimos ante una encrucijada: o reafirmar la democracia o volver a cerrar el Estado brasileño, con todos los horrores que vivimos por 21 años”.
El legado del Instituto Vladimir Herzog
Desde su fundación, el Instituto Vladimir Herzog ha sido fundamental para mantener viva la memoria histórica. No solo promueve investigaciones sobre derechos humanos, sino que organiza eventos culturales, certámenes de periodismo, y programas educativos en escuelas públicas y universidades.
Este esfuerzo va más allá del recuerdo individual: es un mensaje sobre los peligros del autoritarismo, el valor de la resistencia y el poder transformador de la verdad. Como reza su lema: “Una sociedad que ignora el pasado está condenada a repetirlo”.
Brasil y su ‘comisión de la verdad’: ¿demasiado tarde?
Brasil ha sido uno de los países más tardíos en abordar judicialmente su período dictatorial. A diferencia de Chile, Argentina o Uruguay, que han enjuiciado a muchos de los responsables, en Brasil aún rige una Ley de Amnistía de 1979 que ha bloqueado numerosos intentos de castigo.
Solo hasta el gobierno de Dilma Rousseff (2011-2016), una exmilitante torturada durante la dictadura, se estableció una comisión para documentar los abusos y formular recomendaciones. Pero la justicia transicional quedó incompleta.
Ahora, con un gobierno que enfrenta renacientes tensiones autoritarias, el reconocimiento del asesinato de Herzog se vuelve una pieza clave para reiniciar esa agenda de justicia transformadora.
Una lección para América Latina
El caso Herzog debe leerse también en clave continental. En tiempos donde el negacionismo histórico gana terreno y los retrocesos autoritarios se multiplican —desde los golpes en África hasta la represión en Nicaragua o el deterioro democrático en El Salvador—, actos de justicia histórica como este establecen una pauta valiente.
América Latina ha vivido demasiadas tragedias sin esclarecer, sin reparación y sin juicio. Cada vez que se hace justicia, incluso décadas después, se envía un mensaje: el silencio no podrá enterrar la verdad.
Un nombre que no debe olvidarse
La figura de Herzog está presente hoy en escuelas, bibliotecas, premios periodísticos. Su recuerdo vive en colectivos de derechos humanos, en documentalistas, en activistas. Pero sobre todo, vive como símbolo de una prensa que no se somete, de una ciudadanía que no renuncia a la justicia.
“Esta no ha sido sólo una lucha de los Herzog, sino de todas las familias de los desaparecidos y asesinados”, dijo Ivo Herzog al firmar el acuerdo. Su frase, sencilla pero potente, resume cinco décadas de lucha por la memoria, por la verdad y por la democracia brasileña.
Hoy, Vlado ya no es solo un recuerdo. Es una victoria de la memoria sobre el olvido.