Una marea negra evitable: el desastre petrolero en el Golfo y la alarmante negligencia corporativa
Más de un millón de galones de crudo se derramaron por errores humanos y desidia ante amenazas naturales conocidas. ¿Estamos aún al nivel de aprender del pasado?
Una tragedia anunciada en el Golfo de México
En noviembre de 2023, el Golfo de México volvió a teñirse de negro. Esta vez, no fue por un megaevento como el conocido desastre de BP en 2010, sino por una cadena de omisiones y negligencias que pudieron evitarse. Según un informe divulgado recientemente por la National Transportation Safety Board (NTSB), una fuga de petróleo liberó cerca de 1.1 millones de galones de crudo en las aguas del Golfo, frente a las costas de Luisiana.
Lejos de tratarse de un accidente inesperado, el informe apunta a una preocupante falta de acción de la empresa operadora Third Coast Infrastructure, quien no detuvo el flujo del oleoducto durante casi 13 horas después de que los indicadores mostraran señales inequívocas de que algo no iba bien. Esta demora fue fatal.
¿Qué ocurrió exactamente?
A las 6:00 p.m. del 15 de noviembre de 2023, un operador en el centro de control de Third Coast notó una caída de presión inusual en las tuberías. Menos de una hora después de iniciar su turno, las alertas estaban presentes: el volumen de petróleo que ingresaba a la tubería no coincidía con el que salía. Para las 12:30 a.m., el flujo de salida era prácticamente cero.
Pese a la gravedad de los datos, ni el operador ni su supervisor optaron por cerrar el sistema. Presumieron que se trataba de un fallo en los sensores. Fue necesario esperar hasta la llegada del turno de día, hacia las 6:30 a.m., para que comenzaran las acciones de cierre, que se completaron a las 9:00 a.m. El retraso, como era de esperarse, agravó la magnitud del derrame.
Geohazards ignorados: huracanes y movimientos submarinos
El desastre no fue solo producto de errores humanos en interpretación de datos. La NTSB también señaló que el verdadero origen físico de la fuga fue un conjunto de deslizamientos submarinos, producidos por fenómenos naturales como huracanes —eventos frecuentes en esa región— que no fueron tomados en cuenta por Third Coast.
La agencia federal dejó claro que la posibilidad de geohazards (amenazas geológicas) era conocida y documentada por la industria desde hace años. A pesar de ello, la compañía no implementó controles ni evaluaciones estructurales que habrían permitido anticipar el debilitamiento de su infraestructura bajo el agua.
“En los años previos al incidente, Third Coast perdió varias oportunidades de evaluar cómo los geohazards amenazaban la integridad de su oleoducto...”, señaló el informe final de la NTSB.
Un déjà vu ambiental: ecos del desastre de 2010
La magnitud del derrame es considerable, aunque evidentemente inferior al ocurrido en 2010 con BP, donde se estima que se vertieron 134 millones de galones de petróleo tras la explosión de la plataforma Deepwater Horizon. Aun así, la lección parece no haber sido interiorizada del todo.
La diferencia fundamental radica en el margen de acción. En el caso de Third Coast, el tiempo para evitar la catástrofe fue considerablemente mayor. ¿Por qué no se detuvo el flujo de inmediato al detectar la anomalía? La respuesta apunta a la cultura corporativa de minimizar riesgos y priorizar la producción sobre la seguridad ambiental.
Impactos ecológicos en el Golfo de México
El Golfo de México es uno de los ecosistemas marinos más biodiversos e importantes de América. En él habitan al menos 15,419 especies marinas conocidas, incluyendo ballenas, delfines, tortugas y vastas poblaciones de peces comerciales.
Organizaciones ambientales levantaron la alarma tras el derrame. El crudo, flotando en la superficie y hundiéndose en parte al fondo del mar, puede provocar:
- Muerte por asfixia de peces debido a la falta de oxígeno en el agua.
- Envenenamiento del fitoplancton, base de la cadena alimenticia en la zona.
- Daños irreversibles a los corales y lechos marinos.
- Contaminación de costas, afectando al turismo y actividades pesqueras.
Además, se pone en riesgo a especies en peligro de extinción como la tortuga lora, única de su tipo y que anida justamente en partes del Golfo.
Una fiscalización que llega tarde
Si algo destaca con preocupación en el informe de la NTSB es que no se requiere otra tragedia para saber que las regulaciones actuales son insuficientes. Dependemos, muchas veces, de la autorregulación de empresas cuyo interés principal es económico.
Casos como este revelan la necesidad urgente de:
- Monitoreo constante y automatizado de presión y flujo en oleoductos submarinos.
- Protocolos de cierre inmediato en casos de discrepancia significativa en los indicadores.
- Evaluaciones periódicas de integridad estructural ante amenazas naturales.
- Transparencia pública de los datos de seguridad y mantenimiento.
Y lo más importante: establecer responsabilidades legales y económicas ejemplares que obliguen a las empresas a actuar con diligencia.
Un reflejo más del cambio climático
Detrás de esta tragedia existe un elefante en la habitación que no podemos ignorar: el cambio climático. Los huracanes se han vuelto más intensos y frecuentes, y sus efectos sobre los fondos marinos —como los deslizamientos submarinos— son cada vez más probables.
Los modelos de riesgo de hace 10 años ya no son suficientes. Necesitamos adaptar nuestras infraestructuras y nuestros controles a una realidad más hostil y dinámica. La industria petrolera debe dejar de comportarse como si operara en un mundo estático y predecible.
¿Y ahora qué sigue?
La empresa Third Coast se negó a responder por ahora a los comentarios del informe. Pero la justicia —y la sociedad— debe exigirle cuentas. Si bien el daño ya está hecho, aún es posible implementar protocolos de reparación ecológica, compensación a comunidades afectadas y reformas estructurales a la industria del petróleo submarino.
No podemos dejar que otra década pase antes de tomar acción. Porque, como lo demuestra este caso, no hace falta una explosión para causar una catástrofe: solo hace falta la desidia organizacional y el desprecio al riesgo.
Y esa, lamentablemente, puede ser la forma más peligrosa de contaminar un océano.