Moda e identidad en la pasarela de Saint Laurent: Un desfile cargado de historia y deseo

Anthony Vaccarello presenta una colección masculina para Saint Laurent que transita entre París y Fire Island, con guiños a la sensualidad oculta y las emociones contenidas.

Un desfile con alma — Moda masculina como narrativa emocional

En un París teñido de sol y susurros de nostalgia, Anthony Vaccarello volvió a tejer la historia de Saint Laurent con potente sensibilidad en su colección Primavera-Verano 2026 para hombres. Presentado en la majestuosa Bourse de Commerce, sede de la colección Pinault, el desfile destiló más que tendencias: trazó una línea directa entre la estética y la emoción, buceando en las profundidades del deseo, la memoria y la búsqueda de identidad.

Saint Laurent: mucha más que ropa

El show no fue solo una pasarela; fue una experiencia coreografiada y cargada de referencias tanto personales como colectivas. Inspirado por una icónica imagen de un joven Yves Saint Laurent en Orán durante la década de los 50, Vaccarello reinterpreta las piezas tradicionales masculinas —blazers de hombros marcados, trenchs anchos, shorts oversize— para una era moderna, urbana, queer y ambigua.

El diseñador belga logra un delicado equilibrio entre la nostalgia clásica y la energía contemporánea con una paleta que, aunque en su base es neutra y arenosa, se ve interrumpida por estallidos de azul piscina y mostaza: una suerte de rebelión cromática que simboliza anhelos reprimidos, pequeñas grietas de emoción contenida.

Entre París y Fire Island: geografías queer

El desfile también puede leerse como una carta de amor velada a Fire Island, santuario decidido y a la vez trágico de la comunidad gay de Nueva York. Por décadas, Fire Island fue un espacio para la libertad —sensual, identitaria, expresiva— pero también un lugar marcado por el miedo al escarnio, al rechazo y a la devastación del sida.

Muchos de los códigos estéticos y emocionales del desfile recuerdan estas tensiones: corbatas discretamente escondidas debajo del segundo botón de la camisa, gafas de sol que ocultan miradas, decisiones estilísticas que evocan la necesidad de protegerse, de disfrazar. No es coincidencia. Como escriben las notas del desfile: “Hubo un tiempo en que la belleza funcionaba como un escudo contra el vacío.”

Esta frase recuerda sin suavidad las batallas personales de Yves: su soledad, sus excesos, su búsqueda incansable de significado y consuelo estético. Vaccarello no rehúye este legado. Lo transforma en hilo conductor de un desfile que se atreve a hablar de dolor, deseo y resistencia.

La moda como refugio y como declaración

Los looks del desfile construyen una narrativa sobre la autodefensa emocional en clave estilística. Esta temporada, el cuerpo masculino no es simplemente un lienzo para prendas bellas, sino un sujeto atravesado por historias personales y políticas. Las prendas no solo visten; protegen, codifican e incluso rebelan.

Podrían parecer simplemente sofisticados, minimalistas y radicalmente elegantes. Pero hay una carga semiótica poderosa en su evidente esfuerzo por ocultar. Esta tensión —entre lo mostrado y lo escondido— atraviesa generaciones enteras de hombres queer y se manifiesta en cada corte, cada dobladillo, cada pliegue. Esta colección grita verdades que durante años se susurraron en habitaciones cerradas o en playas desconectadas como Fire Island.

Vacío y control: un nuevo poder masculino

Vaccarello, conocido por su estética depurada y controlada, sorprende esta vez al correr el velo del perfeccionismo para permitir grietas. Grietas que dejan ver vulnerabilidad. “Es una colección para los que alguna vez han querido más y aprendieron a esconder el corazón con estilo”, pareció decir cada modelo que caminó bajo las luces tenues y el eco de la historia.

La emocionalidad, rara vez explorada en moda masculina con este grado de intención, logra aquí una síntesis brillante. La belleza deja de ser simplemente una superficie decorativa para transformarse en refugio. Y eso es poderoso. En tiempos donde los modelos de masculinidad se cuestionan, se rehacen y se amplían, Saint Laurent ofrece una nueva alternativa: el hombre que siente, que se oculta, que desea —y que también se viste para sobrevivir.

Un escenario tan importante como la ropa

Elegir como sede la Bourse de Commerce, joya del imperio artístico de la familia Pinault (dueños de Kering, grupo matriz de Saint Laurent), no fue una casualidad. En una semana de la moda marcada por la incertidumbre económica y la rivalidad feroz entre conglomerados de lujo como Kering y LVMH, cada desfile se convierte en una declaración de poder, estética y capital simbólico.

De hecho, este evento tuvo lugar apenas horas antes del desfile de Louis Vuitton, potenciando la sensación de una ciudad dividida entre dos referentes absolutos del lujo francés. Desde la Pinault Collection hasta la Fondation Louis Vuitton, los espacios en los que se presentan las colecciones de moda hoy reflejan más que estatus: son territorios en disputa artística y cultural.

Vacarello juega para ganar

Aunque la colección no fue rupturista en su silueta general —Vaccarello sabe que sus clientes aman el chic que no grita—, el valor estuvo en su densidad emocional. Juega sobre seguro, sí, pero lo hace con una excelencia que pocos pueden igualar. El toque personal del diseñador crea una experiencia completa donde moda, narrativa y contexto se fusionan.

Mientras la industria del lujo enfrenta ralentizaciones en ventas y cuestionamientos sobre su relevancia cultural, esta colección de Saint Laurent muestra que cuando una casa juega sus cartas con sinceridad y dirección artística sólida, sigue reinando en París.

Un desfile para la memoria

La pasarela masculina de Saint Laurent SS26 pasará a la historia no por una innovación radical en tejidos o siluetas, sino por volver a poner la emoción, la vulnerabilidad queer y la memoria colectiva en el centro de la escena. Vaccarello rinde homenaje a un pasado lleno de silencios y resguardos —y nos invita a mirar al futuro con estilo, pero también con verdad.

Como los cuencos flotantes del artista Céleste Boursier-Mougenot, instalados en el epicentro del escenario, los modelos también parecían verse a sí mismos: objetos bellos a punto de colisionar, suspendidos en el agua del recuerdo, elegantes pero heridos, humanos y hermosos.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press