Las heridas abiertas de una guerra olvidada: los rostros del conflicto entre las dos Coreas

A más de 70 años del inicio de la Guerra de Corea, miles de familias aún viven las consecuencias del conflicto que dividió a una nación y separó a padres, hijos y hermanos para siempre

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Por más de siete décadas, la Guerra de Corea ha sido una herida abierta en el corazón de la península. Aunque el conflicto armado concluyó oficialmente en 1953 con un armisticio y no con un tratado de paz, la separación entre Corea del Sur y Corea del Norte continúa siendo un muro insalvable para muchas familias que sufren las secuelas del conflicto.

Este artículo es un análisis de ese drama humano que continúa latente: prisioneros de guerra olvidados, civiles secuestrados, familias separadas e incluso hijos que no saben nada de sus padres o hermanos que siguen viviendo al otro lado de la frontera. Casos como los de Lee Seon-wu, Son Myong Hwa, Choi Sung-Yong y Kang Min-do revelan la profundidad de una tragedia que ni la diplomacia ni el tiempo han logrado reparar.

Lee Seon-wu: una vida entre dos mundos

Lee Seon-wu tiene 94 años y aún sufre las consecuencias de su captura durante los últimos días de la Guerra de Corea. Si bien era soldado surcoreano, fue capturado por las tropas chinas y enviado al norte, donde vivió como prisionero durante más de medio siglo. Su historia es sombría: perdió tres dedos en combate, fue forzado a trabajar en minas en zonas remotas y vivió bajo constante vigilancia, relegado a la clase social más baja.

“Estoy feliz de haber regresado a mi tierra natal, pero lloro cuando pienso en mis hijas y nieto que siguen allá... nunca se me permitió ser un padre plenamente”, confesó Lee en una entrevista desde su hogar en Gimpo, Corea del Sur.

Lee logró escapar hacia Corea del Sur recién en 2006; para entonces, sus padres y dos de sus tres hermanos habían muerto. Intentó reencontrarse con su familia, pero incluso su sobrino lo rechazó, temiendo perder propiedades heredadas originalmente como compensación por la supuesta muerte de Lee en la guerra.

De los más de 80 prisioneros de guerra que lograron huir desde Corea del Norte a Corea del Sur desde 1994, sólo siete permanecen vivos, entre ellos Lee. En 2016, el gobierno surcoreano calculaba que alrededor de 500 soldados surcoreanos seguían con vida en Corea del Norte.

Son Myong Hwa: la hija de un prisionero olvidado

Nacida en Corea del Norte, Son Myong Hwa creció viendo a su padre romper en llanto silencioso mientras tocaba la armónica. Era un exsoldado surcoreano obligado a trabajar como minero tras la guerra. Murió de cáncer en 1984 dejando un último deseo: que sus cenizas fueran llevadas a su ciudad natal en Corea del Sur cuando las Coreas se unificaran.

En 2005, Son logró escapar al sur y, nuevamente en 2013, llevó finalmente los restos de su padre al sur —con la ayuda de sus hermanos en Corea del Norte— para enterrarlos en un cementerio nacional. Sin embargo, la lucha de Son no terminó ahí. La ley surcoreana no reconoce económicamente a los familiares de prisioneros fallecidos, solo a aquellos que logran regresar vivos.

“También los prisioneros muertos merecen respeto y reconocimiento. Esa compensación era su derecho, y ahora es mi responsabilidad luchar por ella”, afirma Son, quien ahora afronta un largo y doloroso proceso legal.

La tragedia también alcanzó a sus hermanos en el norte: los que la ayudaron a trasladar las cenizas de su padre fueron arrestados y enviados a un campo de prisioneros por las autoridades norcoreanas.

Choi Sung-Yong: la lucha de un hijo por la verdad

En 1967, cuando Choi tenía apenas 15 años, su padre fue secuestrado por agentes norcoreanos mientras pescaba cerca del límite marítimo entre las dos Coreas. Según testimonios posteriores, su padre fue ejecutado en los años 70 tras descubrirse que había trabajado con inteligencia estadounidense durante la guerra.

Choi nunca supo en qué fecha exacta murió su padre y por eso su familia nunca realizó los rituales fúnebres tradicionales. En lugar de resignarse, Choi se convirtió en activista y fundó una organización que representa a cientos de familias de personas secuestradas por Corea del Norte.

Como medida desesperada, Choi comenzó a lanzar globos con panfletos hacia Corea del Norte, pidiendo información sobre su padre. Aunque esta práctica fue prohibida por el gobierno surcoreano en su intento de aliviar tensiones con Pyongyang, Choi insiste: “El gobierno ha fracasado en su deber. ¿Por qué me castigan a mí cuando los culpables están al otro lado del río?”

El gobierno estima que más de 500 civiles secuestrados durante las últimas décadas aún continúan retenidos en Corea del Norte.

Kang Min-do: la búsqueda de los hermanos perdidos

Uno de los relatos más conmovedores es el de Kang Min-do, cuyo padre —durante la guerra— perdió de vista a sus hijos mayores tras un bombardeo cerca de Pyongyang. Nunca supo si vivieron o murieron. Kang lloraba cada año durante los rituales en casa, y le encomendó a su hijo menor —Min-do— la tarea de encontrarlos algún día.

Hoy, Min-do tiene 67 años. Lo único que conserva es una vaga descripción y el deseo de visitar algún día la tumba de su padre, junto con esos hermanos que nunca conoció. “Mi padre se culpaba por no haber podido protegerlos. Su dolor se convirtió en mi misión heredada”, comenta Kang mientras mira una vieja fotografía sepia de su padre, que aún guarda como tesoro familiar.

Una frontera que aún sangra

A pesar de que la Guerra de Corea comenzó un 25 de junio de 1950 y terminó con un armisticio el 27 de julio de 1953, la paz nunca llegó completamente. Se estima que más de 10 millones de personas quedaron separadas por la guerra. Desde entonces, los contactos personales —visitas, llamadas o cartas— entre ciudadanos de Corea del Sur y del Norte están prohibidos.

En varias ocasiones, gobiernos de ambos lados han organizado encuentros de familias separadas, pero éstos han sido escasos y fuertemente regulados. La última ronda de estos encuentros ocurrió en 2018, y desde entonces, no ha habido ningún otro pese al deseo desesperado de más de 130,000 surcoreanos registrados oficialmente como "separados".

Una diplomacia congelada

La situación actual entre Corea del Norte y Corea del Sur es de tensa espera. Con la diplomacia estancada desde el colapso de las conversaciones nucleares en 2019 y las provocaciones militares intermitentes, los esfuerzos por abordar los dramas humanos derivados del conflicto han quedado relegados.

Mientras tanto, quienes vivieron la guerra están envejeciendo y muriendo. Las esperanzas de reencuentros, justicia y reconciliación se van desvaneciendo lentamente con cada generación.

¿Una historia sin desenlace?

Casos como los de Lee, Son, Choi y Kang son solo una muestra del dolor de cientos de miles de coreanos atrapados en un limbo entre dos países que jamás firmaron la paz. Para muchos, la guerra jamás terminó.

“La guerra nos marcó a todos, incluso a quienes no la vivimos directamente”, dice Son Myong Hwa. “Y seguirá marcándonos, si no encontramos el valor y la voluntad de sanar lo que aún queda roto”.

En un contexto donde el diálogo parece lejano y la desconfianza mutua continúa creciendo, el tiempo se convierte en el peor enemigo de quienes anhelan un cierre que nunca llega.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press