España, Trump y la crisis del 5% en la OTAN: ¿ambición estratégica o presión desmedida?
El nuevo objetivo de gasto militar de la OTAN propuesto por Donald Trump sacude la unidad aliada mientras España se convierte en el primer país en decir 'no'.
Un nuevo desafío para la OTAN: ¿5% del PIB en defensa?
Una vez más, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se encuentra en el centro de una encrucijada política. A menos de una semana de la cumbre de jefes de Estado en Países Bajos, la idea impulsada por el expresidente de EE.UU., Donald Trump, de aumentar el gasto en defensa de los aliados al 5% del producto interno bruto (PIB) amenaza con fracturar el bloque.
España ha sido el primer país en desmarcarse oficialmente de esta ambiciosa —y para muchos impracticable— propuesta. En una carta al secretario general de la OTAN, Mark Rutte, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, calificó la meta como “irrazonable y contraproducente”.
¿Por qué el 5% y por qué ahora?
Desde hace décadas, EE.UU. ha presionado a sus aliados europeos para que aumenten su gasto militar. La cifra mágica solía ser el 2% del PIB, una recomendación establecida en 2006 y reafirmada en múltiples cumbres de la OTAN. Sin embargo, tras la invasión rusa a Ucrania en 2022, esa cifra quedó obsoleta. Muchos expertos estiman que un conflicto a gran escala con Rusia requeriría estructuras militares más complejas y capacidades defensivas mucho más avanzadas.
Trump, conocido por su enfoque transaccional en política exterior, ha ido más allá: ahora exige que cada miembro de la OTAN gaste el 5% del PIB en defensa. Esta cifra se divide en dos partes: el 3.5% destinado a defensa “pura” —compra de armamento, entrenamiento, tropas— y el 1.5% restante en infraestructuras duales, es decir, puentes, aeropuertos y redes logísticas capaces de ser usados en tiempos de guerra.
España planta cara: las razones de Pedro Sánchez
La negativa española no debe sorprender. En 2023, España apenas rozó el 1.3% del PIB en gasto de defensa, lejos del objetivo del 2% y aún más del umbral del 5%. En su carta, Sánchez advirtió que cumplir con la nueva meta no solo distorsionaría las prioridades fiscales del país, sino que perjudicaría los esfuerzos de la Unión Europea por crear una autonomía estratégica en materia de defensa.
“Alejaría a España de un gasto óptimo”, sentenció el mandatario, reflejando una realidad política compleja: un gobierno sostenido por una coalición débil, enfrentado a escándalos de corrupción y con una ciudadanía que tradicionalmente rechaza el militarismo.
¿Está España sola? No del todo
Aunque solo España ha oficializado su negativa, países como Italia, Francia, Bélgica y Canadá comparten su preocupación. El peso fiscal y político de tal aumento es inmenso. En la mayoría de los países europeos, los gobiernos tendrían que subir impuestos o recortar servicios públicos para alcanzar la meta.
Por ejemplo, Países Bajos, anfitrión de la próxima cumbre, calcula que alcanzar solo el 3.5% requeriría entre 16.000 y 19.000 millones de euros adicionales. Según cifras de la OTAN, Estados Unidos destinó en 2023 alrededor del 3.2% de su PIB a defensa, formalmente por debajo del objetivo de Trump.
Un objetivo borroso: ¿qué se puede incluir en ese 5%?
La ambigüedad del objetivo del 5% es otro de los temas que divide a los aliados. Según Trump y algunos miembros de la OTAN, el 1.5% adicional deberá usarse para financiar infraestructura crítica (puentes reforzados para tanques, aeródromos, red ferroviaria militarizada), ciberseguridad, defensa híbrida y preparación civil ante ataques.
No obstante, España quiso incluir dentro del cómputo parte del gasto en lucha contra el cambio climático, algo que fue rechazado. El secretario general Mark Rutte argumentó que si un tanque no puede cruzar un puente, no sirve de nada invertir en armas; pero deja abierta la pregunta: ¿quién define qué cuenta y qué no?
Trump, el elefante en la sala
Desde su primera cumbre en la sede de la OTAN en Bruselas en 2018, Trump ha sido una figura controversial. En aquella ocasión amenazó con que EE.UU. “iría por su cuenta” si los europeos no pagaban más. Esta vez, su retorno como figura influyente en la política estadounidense añade dinamita al debate: se especula que, si gana las elecciones en 2024, podría retirar el apoyo militar a aquellos aliados que “no pagan lo suficiente”.
Este enfoque ha generado un “efecto Trump” que preocupa tanto en Bruselas como en París y Berlín. Se teme que una fractura en la presentación de una respuesta unificada pueda minar la credibilidad disuasoria de la OTAN frente a Rusia, Irán o incluso China.
La presión del tiempo: planes anuales y fecha límite
Para evitar compromisos vagos que nunca se cumplen, Rutte propone que cada país presente planes anuales de incremento, con un horizonte máximo para alcanzar el 5%, posiblemente en 2032. No obstante, para países como Italia, ese plazo les resulta irreal. Otros —como EE.UU.— insisten en que una década es demasiado tiempo, advirtiendo que Moscú podría tener capacidad para atacar a un miembro de la OTAN en ese mismo plazo.
Este alarmismo se justifica en la respaldada evaluación de expertos militares: Rusia ha triplicado su producción de municiones, reorganizado su doctrina militar clásica y desplegado capacidades híbridas por toda Europa.
¿Y Ucrania?
El gasto en envío de armamento y municiones a Ucrania también se incluirá como gasto de defensa. Esto beneficia a países como España, que sí ha contribuido con sistemas antiaéreos, municiones y entrenamiento de soldados ucranianos.
Pero, nuevamente, el consenso se resquebraja en los detalles. Mientras países bálticos y escandinavos comparten plenamente la amenaza rusa, Francia, Italia o incluso Canadá muestran cierto escepticismo sobre las prioridades estratégicas impuestas desde Washington.
La OTAN y el dilema europeo
Más allá del debate presupuestario, esta disputa refleja una grieta estructural en la OTAN: Europa no ha logrado definir una autonomía estratégica en defensa más allá de los dictados estadounidenses. La presión por aumentar el gasto llega en un momento de alta inflación, recesión industrial en Alemania y creciente polarización política.
Durante décadas, Europa se benefició del “paraguas” nuclear y convencional de EE.UU. Dentro de ese contexto, muchos países pudieron destinar más fondos a bienestar social, innovación o cambio climático. Pero ahora, el paradigma cambia: la guerra vuelve a ser una posibilidad real, incluso en suelo europeo.
¿Qué pasa si España se mantiene en su negativa?
Si España persiste en su negativa, se arriesga a quedar diplomáticamente aislada dentro de la OTAN. Ser el único país en desvincularse de una decisión conjunta puede tener consecuencias negativas: exclusión de programas conjuntos, afectación a su imagen como socio confiable o presión diplomática directa.
Sin embargo, también podría abrir un espacio de discusión más realista, empujando a revisar el objetivo y proponer metas moduladas, basadas en la capacidad económica de cada miembro.
La historia recuerda cómo en los años setenta, tras la crisis del petróleo, países como Italia y Portugal también desafiaron compromisos de defensa conjunta. Ambos finalmente negociaron plazos de cumplimiento más flexibles sin abandonar la alianza.
El futuro inmediato: ¿cumbre de consenso o crisis latente?
Con la cumbre del 24 y 25 de junio en el horizonte, los diplomáticos europeos corren contra reloj para lograr un borrador de consenso. El nerviosismo es palpable: una cumbre rota sería un regalo a Putin. En palabras de Mark Rutte: “No podemos permitirnos parecer débiles o divididos. Eso es lo que los enemigos quieren ver”.
Habrá que ver si esa unidad se forja con presión, con concesiones o con liderazgo. Pero una cosa está clara: la nueva era estratégica ya no da espacio a la complacencia.