El apagón de Voice of America: ¿el fin de la diplomacia estadounidense o el inicio de una nueva era propagandística?

El desmantelamiento de Voice of America y la USAGM marca el ocaso de uno de los instrumentos más eficaces de influencia global de EE.UU. ¿Ideología o reforma burocrática?

Un ícono de la diplomacia pública bajo ataque

El fin de una era está en curso. Voice of America (VOA), la emisora que desde la Segunda Guerra Mundial difundió los valores de la democracia estadounidense en más de 40 idiomas, atraviesa su desmantelamiento más drástico en ocho décadas. El pasado viernes, más de 639 empleados recibieron notificaciones de despido —una cifra que se suma al masivo recorte de personal iniciado en marzo, que ya deja sin empleo al 85% de la plantilla del medio y su agencia supervisora, la Agencia de Medios Globales de EE. UU. (USAGM).

Una operación contra el ‘estado profundo mediático’

La medida forma parte de un proceso promovido y defendido por asesores cercanos al expresidente Donald Trump. La figura pública tras la operación, Kari Lake, asesora clave del ala trumpista en la USAGM, la describe como “un esfuerzo largamente esperado para desmantelar una burocracia hinchada, poco transparente y disfuncional”. Lake denunció que durante décadas “los contribuyentes han financiado un aparato mediático lleno de sesgos y despilfarro”.

Este argumento resuena con el discurso antimedios que Trump ha impulsado desde su aparición en la política nacional, donde reiteró que medios como NPR, PBS y VOA promueven una agenda contraria al conservadurismo estadounidense. Vale recordar que VOA fue objeto de varias purgas e intentos de control editorial durante su presidencia.

Una historia de guerra... y de paz

VOA surgió en 1942 como una respuesta propagandística a los bulos nacistas, transmitiendo noticias sobre democracia estadounidense hacia la Alemania de Hitler. Durante la Guerra Fría, su impacto fue mayúsculo: millones de ciudadanos detrás del Telón de Acero sintonizaban clandestinamente sus programas, viendo en ellos una luz frente al autoritarismo comunista.

Con el tiempo, la función de VOA evolucionó. Aparte de su legado anticomunista, se convirtió en una herramienta humanitaria, transmitiendo información sobre derechos humanos, salud y cultura democrática en países con régimenes cerrados como Irán, Corea del Norte y Venezuela.

La fuerza del soft power estadounidense

Como señaló Steve Herman, corresponsal nacional jefe de VOA, el canal fue “la arma de poder blando más eficaz del gobierno estadounidense”. El soft power, concepto desarrollado por el político y académico Joseph Nye, se refiere a la capacidad de un país para influir mediante la atracción cultural, política y ética, en lugar de coerción militar o económica.

En plena Guerra Fría, estudios como el de MIchael Nelson (Harvard, 1984) atribuían a las transmisiones de VOA una efectiva penetración ideológica en Europa Oriental, menor en términos porcentuales pero altísima en impacto estratégico. Similarmente, según el Pew Research Center (2016), un 42% de afganos y un 39% de iraníes expresaban confianza en VOA como fuente creíble de noticias, superando incluso a medios locales o árabes.

La paradoja ideológica: cerrar un bastión occidental para enfrentar a la "propaganda exterior"

En tiempos donde la desinformación internacional crece —con campañas de Rusia, China e Irán cada vez más sofisticadas—, el cierre progresivo de una plataforma de comunicación global parece contradicción estratégica. China invierte masivamente en expandir el alcance de CCTV y Xinhua en África y América Latina. Rusia, con RT y Sputnik, ha sembrado confusión en procesos electorales incluso en Europa.

¿Cómo se entiende entonces que EE.UU. silencie una de sus principales armas de contrarresto? ¿Es un asunto de eficiencia administrativa o de represalia ideológica contra un medio que incomoda?

Despidos a traición, cerrojos, y contradicciones legales

La crudeza con la que está ocurriendo esta reorganización es escalofriante. Empleados del servicio persa que volvían a retomar emisiones orientadas a Irán tras un ataque israelí fueron abruptamente desalojados y sus credenciales confiscadas. Algunos empleados ni siquiera pudieron regresar tras un simple descanso para fumar.

A esto se suma la inquietante tensión legal: existen periodistas, como Jessica Jerreat, Kate Neeper y Patsy Widakuswara, quienes están litigando contra la administración por considerar inconstitucional la disolución progresiva de una plataforma concebida para ser independiente del ejecutivo.

Un apagón que no tiene reemplazo

Una pregunta clave emerge: ¿Quién ocupará el espacio dejado por VOA en docenas de países sin libertad de prensa?

Se ha sugerido que la One American News Network (OANN), una emisora de ultraderecha que promueve tesis conspirativas y desinformación, podría ofrecer su señal para ocupar parte de ese vacío. Pero analistas como Herman se horrorizan con esa posibilidad: “Esto es un acto histórico de auto sabotaje... no solo destruye VOA, sino la credibilidad de Estados Unidos como defensor de la prensa libre”.

Los tres demandantes antes mencionados advierten que esto representa “la muerte de 83 años de periodismo independiente que sostenía los ideales democráticos estadounidenses en todo el mundo”.

¿Se puede revertir la catástrofe?

Activistas y antiguos empleados incluso piden al Congreso evitar la desaparición total. Pero no hay optimismo: los fondos federales ya no incluyen presupuesto significativo para VOA el próximo año fiscal.

En declaraciones recientes, Herman fue directo: “Creo que la destrucción es permanente... incluso si una futura administración demócrata quisiera rescatar VOA, quizás sea ya muy tarde”. Cada día que no transmite, su audiencia migra a otras plataformas —menos objetivas, menos plurales, incluso manipuladas—.

La sombra de la política cultural trumpista

Este movimiento encaja dentro de una tendencia mayor: el intento del trumpismo de redefinir completamente el aparato cultural del gobierno estadounidense. Propuestas para quitarle fondos a NPR, cerrar PBS, y redirigir fondos hacia medios empresariales ideológicamente afines marcan un plan claro de reestructuración propagandística.

Los peligros de esta estrategia van más allá de la frontera de EE.UU.: puede abrir un espacio global para la expansión de mensajes antidemocráticos sin contrapeso. Y lo más alarmante: desmonta los principios que supuestamente distinguen a Occidente de sus rivales autoritarios.

El legado que queda... ¿y el que no alcanzará a contarse?

Muchos de los veteranos despedidos han señalado que cientos de reportajes sobre violaciones de derechos humanos, corrupción y represión en dictaduras locales quedarán inconclusos. En los archivos de VOA hay trabajo periodístico de impacto histórico: entrevistas con disidentes iraníes, transmisiones educativas en Dari a poblaciones sin acceso escolar en Afganistán, transmisiones clandestinas a Corea del Norte valiéndose de datos vía satélite desde Japón.

Ese legado comienza a apagarse con cada despido, con cada cuenta cerrada en redes sociales, con cada micrófono que no se enciende más. Estados Unidos, el autoproclamado defensor de la libertad de prensa, silencia su propia voz más fuerte justo cuando más se necesita.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press