Kakuma, el campamento que sobrevive al olvido: hambre, esperanza y resistencia en Kenia
El recorte de fondos del Programa Mundial de Alimentos castiga a más de 300.000 refugiados en uno de los asentamientos más grandes del mundo
Un hogar a punto de derrumbarse
Martin Komol, un padre viudo de cinco hijos proveniente de Uganda, observa con resignación las grietas en su casa de barro en el campamento de refugiados de Kakuma, al norte de Kenia. Cada lluvia amenaza con destruir por completo lo poco que le queda. Pero ese no es su mayor problema.
En los últimos meses, la comida ha dejado de llegar con regularidad. Desde que Estados Unidos detuvo su financiamiento en marzo de 2025, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) ha tenido que reducir drásticamente la asistencia alimentaria a las más de 300.000 personas que viven en Kakuma, muchas de ellas desde hace más de dos décadas.
La historia de un recorte que duele
Kakuma fue fundado en 1992 para acoger a refugiados sudaneses y rápidamente se convirtió en uno de los campamentos más grandes y longevos del mundo. A lo largo de los años, ha recibido personas desplazadas de más de 20 países, incluyendo Sudán del Sur, Somalia, Burundi, Etiopía, y la República Democrática del Congo.
El golpe más fuerte vino con la retirada del apoyo estadounidense, históricamente el mayor donante del PMA. Según el propio organismo, se necesitan al menos 46 millones de dólares para continuar garantizando raciones mínimas para los refugiados de Haití y África Oriental.
¿Qué se recibe hoy en Kakuma como "ración"?
- 3 kg de arroz al mes (antes eran 9 kg)
- 1 kg de lentejas
- 500 ml de aceite de cocina
Esto representa solo una fracción de los estándares nutricionales de la ONU para una dieta mínima.
“Solamente tenemos agua para llenar el estómago vacío”
La hija de 10 años de Komol, cuando ya no puede soportar el hambre, pide comida a los vecinos. Cuando no obtiene nada, simplemente se duerme con dolor de estómago y un vaso de agua tibia. "Cuando era más pequeña lloraba, ahora solo se calla y duerme", afirma su padre.
Para muchas familias, el hambre no es algo nuevo. Pero lo que marca la diferencia son los recortes en los programas que antes ayudaban a mantener un mínimo de estabilidad, como las transferencias en efectivo del PMA que permitían a las familias comprar proteínas y verduras en el mercado local. Esas transferencias terminaron este mes.
Una crisis de nutrición infantil
En el hospital más grande del campamento, dirigido por el Comité Internacional de Rescate, los casos de desnutrición severa en menores de 5 años y madres lactantes están aumentando de forma alarmante. El oficial en nutrición Sammy Nyang’a explica que:
- En marzo ingresaron 58 niños con cuadros graves.
- En abril fueron 146.
- En mayo, 106 más.
- Solo en abril, 15 niños murieron pocas horas después de ser admitidos.
La mezcla de leche terapéutica se suministra en el área de estabilización, con capacidad para apenas 30 camas. A esto se suma que los suministros clave como la papilla fortificada y la pasta de maní para la recuperación están casi agotados, y no se prevén nuevas entregas antes de agosto.
El único rescate: los comedores escolares
Para muchas familias, los comedores escolares siguen siendo la única fuente regular de alimentación para sus hijos. Susan Martine, solicitante de asilo de Sudán del Sur y madre de tres niños, comenta que todas las noches se van a dormir con hambre, pero al menos los mayores siguen comiendo en la escuela.
“No sé cómo sobreviviremos con lo poco que recibimos este mes”, asegura.
Pero incluso esos comedores se encuentran bajo amenaza si no llega nuevo financiamiento.
Una herida que también afecta a la economía local
Chol Jook, empresario del campamento y proveedor de alimentos, ha visto caer dramáticamente sus ingresos. Antes recibía cerca de 700.000 chelines kenianos mensuales (aproximadamente USD 5.400) gracias al dinero que circulaba desde las transferencias del PMA.
Ahora, los refugiados endeudados compran al fiado, poniendo en riesgo su negocio. “Esto no solo afecta las bocas hambrientas, sino también a toda la microeconomía del campamento”, asegura.
La paradoja de la ayuda internacional
Mientras que organizaciones como la ONU enfrentan recortes sistemáticos, las necesidades aumentan. El cambio climático, los conflictos armados y los desplazamientos forzados aumentan la presión sobre un sistema humanitario desbordado.
Según el PMA, en los próximos tres meses sólo podrá atender a los casos más críticos si no se consigue nuevo financiamiento: “Significa que solo los más vulnerables recibirán ayuda”, advirtió Colin Buleti, jefe del PMA en Kakuma.
De la solidaridad al silencio
Kakuma ya ha dejado de aparecer en los titulares, pero para sus habitantes es una prisión olvidada en el desierto. Sus calles de polvo, casas agrietadas y niños que juegan sin saber cuándo volverán a comer. Allí, vivir se ha convertido en un acto cotidiano de resistencia.
Pero también es un lugar donde la comunidad aún sobrevive gracias a pequeños gestos de solidaridad: vecinos que comparten lo poco que tienen, médicos que trabajan con recursos mínimos y maestros que enseñan con el estómago vacío.
La gran pregunta es: ¿hasta cuándo puede aguantar Kakuma?
Una llamada a la acción
“Mucha gente cree que los refugiados ya están salvados porque ya no están huyendo. Pero nadie debería vivir así”, afirma Nyang’a, el nutricionista del hospital. “Tenemos que recordar al mundo que esta crisis no ha terminado. Está empeorando.”
El PMA y otras organizaciones han lanzado llamados urgentes a los donantes internacionales, incluyendo a la Unión Europea, Canadá, Japón y países del Golfo, para llenar el vacío dejado por Estados Unidos.
Porque el hambre no espera. Y la dignidad humana no debería depender de presupuestos políticos.