El reactor nuclear de Arak: el blanco olvidado que redibuja la guerra oculta entre Israel e Irán
Un análisis del ataque israelí al reactor de agua pesada en Arak, su impacto estratégico y lo que revela del conflicto nuclear entre las dos potencias regionales
¿Por qué Arak importa en la ecuación nuclear iraní?
Cuando se habla del programa nuclear de Irán, automáticamente el foco se dirige al enriquecimiento de uranio en instalaciones como Natanz y Fordow. Sin embargo, el reactor de agua pesada de Arak, situado a unos 250 km al suroeste de Teherán, ha sido históricamente un elemento clave de atención para los expertos en no proliferación nuclear.
¿La razón? Este reactor, aunque nunca se puso en funcionamiento, podría producir plutonio como subproducto, un material que, al igual que el uranio enriquecido, puede ser utilizado para fabricar armas nucleares. Esa posibilidad fue suficiente para que Israel, el pasado jueves, ejecutara un bombardeo aéreo sobre el recinto de Arak, intensificando la nueva fase del conflicto directo entre ambos países.
Un reactor con pasado militar oculto
Los orígenes de Arak están firmemente anclados en el pasado militar del programa nuclear iraní. Según informes históricos, tras la brutal guerra Irán-Iraq en los años 80, Teherán buscó construir un programa nuclear militar y trató de adquirir reactores de agua pesada de al menos cuatro naciones. Al ser rechazado, decidió fabricarlo por su cuenta.
El agua pesada, donde el hidrógeno es reemplazado por deuterio, se utiliza en estos reactores como refrigerante. Países como India, Pakistán e incluso Israel —que no ha confirmado poseer armas nucleares, pero se sospecha ampliamente que las tiene— han usado este tipo de reactores.
Aunque Irán priorizó a largo plazo la tecnología de centrifugado para el enriquecimiento de uranio, no abandonó la construcción de Arak, aún sabiendo que sus capacidades lo convertían en una amenaza teórica desde el punto de vista de la proliferación.
Un blanco estratégico dentro de un acuerdo nuclear en suspenso
Arak no fue ajeno al tristemente célebre acuerdo nuclear de 2015, conocido oficialmente como el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), firmado entre Irán y las potencias globales. En él, Teherán aceptó rediseñar la instalación para que no pudiera generar plutonio con fines militares, incluso se vertió concreto en parte del reactor. Pero diversos reportes, algunos divulgados por funcionarios iraníes, revelaron que Irán adquirió repuestos con el objetivo de restaurar el núcleo si fuera necesario.
La salida de Estados Unidos del JCPOA en 2018, bajo el entonces presidente Donald Trump, marcó un punto de inflexión. Desde entonces, Irán ha ido socavando progresivamente los límites del acuerdo, enriqueciendo uranio hasta niveles de 60%, apenas un paso técnico del material apto para armas nucleares (90%), lo cual convirtió a Irán en el único Estado sin armas nucleares que alcanzó ese umbral.
El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) informó luego que perdió la “continuidad del conocimiento” sobre este reactor y la producción de agua pesada. Esto quiere decir que los inspectores no pueden asegurar actualmente la magnitud del avance iraní en esta área crítica.
El golpe israelí: una advertencia silenciosa
El reciente ataque aéreo de Israel no sólo tuvo como objetivo instalaciones en Natanz, Isfahán y laboratorios cerca de Teherán, sino también el corazón del reactor en Arak. Israel divulgó un video en blanco y negro donde se observa el impacto directo de las bombas sobre la cúpula de Arak, generando una columna masiva de fuego y humo.
Israel afirmó que sus cazas atacaron específicamente el componente del núcleo diseñado para la producción de plutonio, con la intención clara de evitar su futura restauración y funcionamiento.
El OIEA confirmó que el reactor no contenía combustible nuclear en el momento del ataque, por lo que no hubo liberación radiológica. Sin embargo, reiteró que estas instalaciones no deben ser objetivos militares, postura que ha mantenido tanto en Irán como en contextos similares como Ucrania.
Guerra científica: del sabotaje técnico a los científicos asesinados
Este no es el primer ataque directo contra el aparato nuclear o científico. Durante más de una década, Israel se ha embarcado en una guerra encubierta contra Irán, asesinando científicos nucleares, saboteando instalaciones, e infiltrando redes de inteligencia.
Del lado iraní, las represalias se han mantenido en el terreno de la asimetría, incluyendo atentados contra diplomáticos, ataques cibernéticos y, más recientemente, la sorpresiva ofensiva con misiles contra el Instituto Weizmann de Israel, una suerte de “venganza científica”.
Este instituto, una joya de la ciencia israelí fundado en 1934, sufrió daños considerables tras recibir el impacto de proyectiles iraníes que arrasaron con laboratorios de investigación en neurociencia, cáncer y biología del desarrollo. “Fue un golpe moral para Irán”, indicó el profesor Oren Schuldiner. “Han logrado herir el alma científica de Israel”.
Simbolismos y señales: ¿Qué nos dice este ataque?
El hecho de que Israel haya elegido el reactor de Arak —inactivo, pero con alto valor simbólico y técnico— revela tres cosas estratégicas:
- Advertencia preventiva: Un mensaje a Irán para que no reinicie el proyecto plutónico.
- Golpe de precisión mediática: Se trata de un blanco significativo, pero con impacto limitado en la salud pública gracias a su inactividad.
- Desmoralización del adversario: Atacar un sitio nuclear simbólico en medio de un conflicto abierto es un intento de achicar el margen de maniobra iraní sin necesidad de entrar por completo en guerra convencional.
Puntos calientes y el futuro del conflicto nuclear
La coyuntura actual muestra que estamos ante una fusión entre guerra convencional, guerra científica y guerra psicológica. Mientras Israel apunta a los activos humanos y tecnológicos de Irán, Teherán responde apuntando hacia centros de excelencia israelíes.
Incluso si ambos actores evitan el conflicto total, la guerra en las sombras se ha transformado en una confrontación directa y pública. Con la supervisión del OIEA debilitada y las negociaciones diplomáticas estancadas, la región entra en una fase nuclear sin salvaguardias efectivas. Según expertos del Instituto para Ciencia y Seguridad Internacional (ISIS), si Irán decide construir un arma nuclear, podría hacerlo en cuestión de unas semanas dada su capacidad técnica acumulada.
¿Qué implica todo esto para el resto del mundo?
Primero, la pérdida de “conocimiento continuo” por parte del OIEA marca el fracaso de la diplomacia multilateral y deja al mundo parcialmente ciego ante desarrollos nucleares clandestinos. Segundo, el ataque a instituciones científicas, como el de Weizmann, sugiere que la ciencia ha dejado de ser una esfera neutral en los conflictos modernos. Tercero, si bien no hubo radiación, los ataques como el de Arak representan un salto cualitativo en cómo se entienden las líneas rojas estratégicas: ya ni los reactores inactivos son intocables.
Una nueva fase de la guerra Israel-Irán
Este episodio refleja una realidad en la que la contención tradicional ha fallado y en su lugar los ataques preventivos y las represalias se han normalizado. El reactor de Arak, olvidado por años, resurge ahora como símbolo de lo fragilizado que está el equilibrio de disuasión en Oriente Medio.
En palabras del académico Yoel Guzansky: “Daños como el del Instituto Weizmann revelan una nueva lógica: si golpeas nuestra ciencia, golpeamos la tuya.” Esto eleva el conflicto a un terreno más peligroso: el de la guerra del conocimiento.
Y en ese campo, los esfuerzos para restaurar la paz requerirán más que acuerdos técnicos. Requerirán restaurar la confianza, el conocimiento mutuo y el compromiso de mantener la ciencia fuera del campo de batalla.