Teherán bajo fuego: El drama humano tras la ofensiva israelí
En medio de bombardeos, caos y desesperanza, los ciudadanos iraníes enfrentan una crisis instalada entre el miedo, la desinformación y la supervivencia.
Un país en la sombra del miedo
Irán, y en particular su capital Teherán, atraviesa uno de los momentos más oscuros de su historia reciente. La feroz ofensiva aérea de Israel, lanzada con el objetivo declarado de destruir el programa nuclear iraní y debilitar su capacidad militar, ha dejado a la ciudad en estado de sitio no oficial, con impactos masivos en la infraestructura, la tranquilidad ciudadana y, sobre todo, en el ánimo de millones de personas que hoy viven en la incertidumbre.
Los números son alarmantes. De acuerdo al último informe de una organización local de derechos humanos, al menos 585 personas han muerto y más de 1,300 han resultado heridas desde que comenzaron los bombardeos. Las cifras reales podrían ser aún mayores debido al colapso de los canales de comunicación.
Cuando el hogar se convierte en trampa
Calles desiertas, negocios cerrados y edificios residenciales que se transforman en cárceles para los más vulnerables: este es el nuevo paisaje de Teherán. Se estima que alrededor de 10 millones de personas viven en la ciudad, muchas de las cuales no tienen la posibilidad, ni física ni económica, de escapar de la zona de conflicto.
Shirin, una mujer de 49 años del sur de Teherán, confesó que vivir se ha convertido en un acto de incertidumbre cada mañana. “No sabemos si mañana estaremos vivos”, dijo a través de una llamada entrecortada. Su situación refleja la de millones que enfrentan la doble carga de estar en una zona de guerra sin infraestructura de protección y con un Estado prácticamente ausente.
Metro, el nuevo refugio
Ante la falta de refugios antiaéreos abiertos al público, cientos de personas han encontrado en las estaciones de metro un alivio parcial a su vulnerabilidad. En un escenario casi apocalíptico, familias se agrupan en el suelo, compartiendo miedo y escasez. Una estudiante refugiada confesó haber pasado 12 horas en una estación atestada, sin saber si viviría para ver otro día.
Durante la guerra Irán-Irak en los años 80, era común que se realizaran simulacros y sirenas sonaran para alertar a la población. Hoy, esos sistemas están obsoletos o simplemente no existen en la mayoría de los barrios modernos llenos de rascacielos, sin sótanos ni ensamblajes comunitarios contra ataques aéreos.
“No es un conflicto ajeno, es nuestra vida”
“No podemos creer que esta sea nuestra vida ahora”, compartió una joven de 29 años que dejó Teherán en los últimos días.
La impotencia domina el discurso de quienes deciden irse y de quienes no tienen cómo hacerlo. Las carreteras muestran kilómetros de congestión mientras familias enteras intentan huir rumbo a las provincias del norte o hacia países fronterizos como Turquía o Armenia. Pero muchos se ven obligados a tomar decisiones dolorosas como separarse de sus familias. Un joven refugiado afgano envió a su esposa e hijo fuera de la ciudad tras la explosión que destruyó una farmacia cercana.
Otros simplemente se sienten atrapados. Arshia, de 22 años, dijo no encontrar sentido a huir después de comprobar que “no hay lugar seguro”. Prefería quedarse con sus padres en Saadat Abad, un barrio que hace apenas una semana era bullicioso y hoy parece una zona fantasma.
Fugas interrumpidas y recursos mínimos
El abastecimiento ya es un problema serio. El agua potable y el aceite para cocinar comienzan a escasear; y las estaciones de servicio limitan las ventas a 20 litros por conductor. El racionamiento comenzó después de que un ataque israelí incendiara el mayor campo gasífero del país, incrementando aún más el caos logístico.
La conectividad es otro reto. Las interrupciones de internet, justificadas por el gobierno como medidas de seguridad, dejan a millones sin acceso a información confiable. Esto incrementa la paranoia, con rumores que se propagan rápido y sin control. Las llamadas se caen o se interrumpen, dificultando el contacto con familiares y amigos.
¿Un cambio por manos externas?
La compleja política interior de Irán agrega otra capa de confusión emocional a la crisis. Algunos ciudadanos manifiestan su deseo de ver el fin del régimen clerical, incluso si ello implica aceptar los golpes israelíes. Otros, aunque profundamente críticos con las autoridades iraníes, repudian que otro país sea quien fuerce ese cambio.
“Queremos que se acabe este régimen, pero no a manos de un gobierno extranjero”, dijo Shirin, resumiendo el dilema ético de muchos. La esperanza, para ellos, sería un movimiento de cambio nacido desde el interior del país, no a través de las armas desde el cielo.
Desprotección estatal e improvisación
La respuesta del Estado ha sido tan insuficiente como caótica. Aunque las autoridades han anunciado la apertura de algunos inmuebles religiosos y estaciones de metro como refugios temporales, no hay coordinación visible. Las personas llegan a lugares cerrados o ya sobrepoblados. La policía no está a la vista, y los servicios básicos solo funcionan parcialmente.
Esta falta de estructura convierte cada decisión cotidiana en un acto de valor. Salir a comprar pan, buscar agua o conseguir medicamentos se transforma en una misión de vida o muerte. Es casi imposible predecir cuándo volverán los ataques, o si sonará alguna sirena de advertencia. La mayoría prefiere simplemente no salir.
Exilio emocional
Los iraníes en la diáspora, conectados emocionalmente con sus familias, viven sus propias batallas al otro lado del mundo. Uno de ellos relató que sus primos, atrapados sin gasolina para huir, simplemente asumieron lo peor. “No sabemos dónde ir. Si morimos, morimos”, contaron, sin resignación, sino con impotencia absoluta.
Para ellos, este conflicto no solo resquebraja al país, sino que también destruye los lazos que los sostienen como comunidad global. No hay consuelo suficiente frente a la posibilidad diaria de perder seres queridos por una guerra que sienten ajena a sus deseos, pero ineludible en sus consecuencias.
Una referencia histórica: los ecos de 1980
Inevitablemente, muchos comparan la situación actual con la guerra Irán-Irak entre 1980 y 1988, el conflicto más largo del siglo XX. Durante esa guerra, los ciudadanos contaban al menos con un gobierno que fomentaba la preparación, organizaba simulacros y ofrecía rutas de evacuación. Hoy, Teherán parece caminar a ciegas entre ruinas reales y simbólicas.
Los analistas temen que este nuevo conflicto podría superar en impacto humano y urbano a la guerra de los 80. No solo por la intensidad tecnológica de los ataques, sino por la desintegración institucional que se percibe en múltiples niveles.
¿Qué puede hacer el mundo?
Ante la magnitud humanitaria del drama en Teherán, la comunidad internacional ha comenzado a reaccionar. Organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional han solicitado el cese inmediato de hostilidades y la creación de corredores humanitarios. Sin embargo, las respuestas gubernamentales siguen divididas.
Lo cierto es que cada día que pasa sin apoyo internacional, público o diplomático, se traduce en más muertes, más desplazados y más trauma colectivo. La narrativa dominante de los gobiernos y medios debe cambiar: dejar de centrarse únicamente en los riesgos geopolíticos y empezar a atender a los millones de personas que imploran por una vida que no esté marcada por el estruendo de un misil o el pánico de una conexión caída.
“¿Cómo reaccionarías tú si tu ciudad estuviera siendo bombardeada?”, preguntó retóricamente una joven iraní. Su mensaje, parte súplica y parte advertencia, debe recordar al mundo que la paz no puede construirse a través del miedo, ni la estabilidad puede alcanzarse a través de la desesperanza.
En este momento, para millones de iraníes, estar vivos cada mañana ya es una victoria.