El último espectáculo: el circo en Corea del Sur lucha por no desaparecer

La troupe Dongchoon se enfrenta al olvido cultural con acrobacias, determinación y nostalgia en una Corea del Sur moderna que parece haber perdido el gusto por el arte circense

Por: Redacción Cultura & Espectáculos

Un telón que se resiste a caer

En la ciudad industrial de Ansan, Corea del Sur, una gran carpa resplandece bajo las luces del atardecer. No es un estadio, ni un cine, ni un anfiteatro moderno. Es el hogar del Dongchoon Circus Troupe, el último circo itinerante de Corea del Sur, una tradición centenaria que, como un acto de equilibrio imposible, lucha por mantenerse de pie.

Fundado hace más de 100 años, el circo Dongchoon forma parte del último aliento vivo de una de las artes escénicas más antiguas de la humanidad. En un país donde la industria K-pop domina el pulso del espectáculo, y los dramas televisivos son aclamados por audiencias globales, Dongchoon representa una Corea que poco a poco fue quedando atrás, atrapada en trapecios, maromas y risas de niños que ya no lo visitan.

Cuando los circos eran el alma del entretenimiento surcoreano

En la década de 1950 y 1960, cuando la televisión era un lujo reservado para unos pocos, los circos ocupaban un lugar privilegiado en la vida cultural del país. Los espectáculos de Dongchoon ofrecían funciones que combinaban actos con animales, magia, malabarismo, canto y números teatrales, atrayendo desde trabajadores de fábrica hasta altos funcionarios del gobierno.

“Había filas inmensas, entradas agotadas, y niños soñando con ser equilibristas”, recuerda Park Sae-hwan, hoy con 80 años y director de la compañía. Park ha sido un faro en medio de la decadencia, y su pasión sigue siendo el motor que mantiene vivo a Dongchoon. “Si Dongchoon desaparece, también lo hará el último vestigio del circo coreano”, lamenta con pesar.

Acrobacias chinas, una decisión obligada

Uno de los puntos más curiosos del presente del Dongchoon es que sus artistas ya no son surcoreanos. Todos los acróbatas y equilibristas que deslumbran al público bajo la carpa son de nacionalidad china. Desde Xing Jiangtao, quien trabaja con Dongchoon desde 2002, hasta el joven Du Zhaofei, de apenas 15 años, cada artista representa una combinación de herencia ajena y voluntad inquebrantable.

“Los jóvenes coreanos ya no quieren unirse a este tipo de arte”, dice Xing. “Muchos prefieren trabajar en algo más moderno, más estable, como entretenimiento digital o turístico. Pero para mí, esto sigue siendo magia”.

La caída libre del circo tradicional

El fenómeno no es único de Corea del Sur. En todo el mundo, los circos tradicionales están en decadencia. El mítico Ringling Bros. and Barnum & Bailey, muchos años considerado el el mayor espectáculo del mundo en Estados Unidos, cerró en 2017 tras más de un siglo de historia debido a la pérdida de público y las presiones por los derechos de los animales.

En Europa, aunque sobreviven algunas compañías como Cirque d’Hiver Bouglione o Roncalli, las normas más estrictas y el cambio cultural impulsan transiciones a formas más teatrales y musicales, muchas veces inspiradas por Cirque du Soleil, cuyos espectáculos rechazan el uso de animales y enfatizan lo poético y visual.

El mercado cultural ha mutado

Hoy, la escena cultural coreana está dominada por producciones cinematográficas como Parásitos, bandas como BTS o Blackpink, y plataformas como Naver o Kakao TV. La velocidad y el dinamismo de estos nuevos medios atraen audiencias globales. En cambio, para muchos jóvenes, una entrada al circo equivale casi a una visita a un museo viviente. Según estadísticas del Ministerio de Cultura, Deporte y Turismo de Corea del Sur, menos del 1% de los adolescentes surcoreanos ha asistido a un circo en vivo en los últimos cinco años.

Este cambio ha obligado a Dongchoon a adaptarse. Aunque sin los recursos tecnológicos de sus contrapartes modernas, han agregado pantallas ligeras y una mejor iluminación para seducir al espectador contemporáneo. Sin embargo, nada sustituye al arte ancestral que se vive sin filtros bajo la lona.

El coraje del espectáculo diario

Cada día, sin importar si hay 50 o 200 personas, la troupe se presenta. Ellos calientan, maquillan y ejecutan piruetas como si el teatro estuviera lleno. La música suena, las luces giran y un niño entre el público grita emocionado ante un salto mortal que parece desafiar las leyes de la física.

“No lo hacemos solo por dinero”, dice Xing. “Lo hacemos porque creemos que el mundo necesita un poco más de maravilla, especialmente en tiempos donde todo parece tan frío y digital”.

Los artistas ensayan durante horas, a veces soportando climas extremos e instalaciones modestas. Casi todos viven en caravanas cercanas a la carpa, en comunidad, como una gran familia nómada. Algunos envían dinero a sus hogares en China, otros sueñan con abrir sus propias escuelas de acrobacia.

Un legado en peligro de extinción

Park Sae-hwan mantiene viva la esperanza de que algún día el gobierno coreano ofrezca subvenciones o declare el circo como patrimonio cultural inmaterial. De momento, ha logrado que se mantenga en cartelera en Ansan, con funciones diarias y algunos talleres para colegios cercanos.

“El circo no es solo entretenimiento”, afirma. “Es una forma de expresión, de contar historias sin palabras, de reír, de llorar, de asombrarse. No deberíamos dejar que desaparezca sin luchar”.

Quizás la historia de Dongchoon no es solo la de un grupo de artistas que se niega a rendirse, sino también la de una sociedad tratando de reconciliar su pasado con su presente. Y mientras haya una carpa, un foco, un tambor y un corazón dispuesto a hacer equilibrio en la cuerda floja, el show debe continuar.

El espectáculo debe continuar... ¿o no?

La gran pregunta ahora es: ¿quién salvará al último circo de Corea del Sur? ¿Será el gobierno? ¿Los propios ciudadanos? ¿O estarán condenados a desaparecer como los dinosaurios del entretenimiento analógico?

Por lo pronto, si alguna vez te encuentras en Ansan, tal vez merezca la pena comprar una entrada. No solo por los malabares ni los saltos. Sino por lo que representa: un acto humano de resistencia ante un mundo que todo lo consume y lo olvida rápidamente.

Porque allá adentro, bajo la lona, aún hay magia.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press