El último circo de Corea del Sur: El renacer silencioso de Dongchoon

Mientras desaparecen las carpas, Dongchoon resiste como el último bastión del arte circense en Corea, entre nostalgia, modernidad y supervivencia cultural

Un legado suspendido entre la tradición y la modernidad

En un rincón costero de Ansan, al sur de Seúl, ondea la gran carpa de Dongchoon, el último circo en pie de Corea del Sur. Aunque las luces y los aplausos aún viven bajo su techo, la historia que sostiene este espectáculo centenario está marcada por una lucha constante contra irreversibles vientos de cambio. Fundado en 1925, Dongchoon ha sido mucho más que un circo; ha sido un símbolo cultural, un archivo vivo de la memoria colectiva surcoreana.

El auge y declive de una era dorada

Durante las décadas de 1950 y 1960, cuando el acceso a la televisión era limitado, Dongchoon recorría el país brindando funciones llenas de magia, risas y asombro. En ese entonces, era normal que las caravanas del circo llegaran a pueblos y pequeñas ciudades, acompañadas por animales exóticos, comediantes, acróbatas y bandas musicales.

En su cima, contaba con más de 200 artistas y empleados. La mezcla de diferentes disciplinas convertía cada función en una experiencia totalora que congregaba tanto a niños embelesados como adultos fascinados. Pero como en muchos países, la televisión primero y el internet después fueron desplazando el espectáculo circense. Las nuevas formas de entretenimiento rápidamente captaron la atención del público joven y forzaron a muchos circos a cerrar sus puertas.

El fin de los animales en escena y la reivindicación ética

Otro golpe a los circos tradicionales fue la creciente presión de organizaciones de derechos animales. Dongchoon eliminó todos sus espectáculos con animales hace años, adaptando su repertorio a nuevas sensibilidades. "Hoy se trata de la habilidad, la delicadeza y la tradición del cuerpo humano en movimiento", explicó Park Sae-hwan, su actual director. De los actos con elefantes y monos, pasaron a acrobacias con telas aéreas, unicycle sobre cuerdas y danzas acrobáticas.

Park Sae-hwan: el guardián de una herencia cultural

Park, de 80 años, es mucho más que el director del circo; es un custodio del alma de Dongchoon. Se unió en 1963 como animador y actor. Aunque en un momento abandonó la vida nómada para dedicarse a un negocio de supermercado, en 1978 regresó para salvar al circo, que estaba a punto de disolverse tras el paso de un tifón devastador.

Cuando vimos en el periódico que se venderían las propiedades del circo, sentí que no podíamos dejar desaparecer esta parte de la historia”, recuerda Park. Su tenacidad ha mantenido al circo vivo incluso en momentos tan difíciles como 2009, cuando durante una epidemia gripal solo asistían 10 a 20 personas por función.

Reconocimiento cultural y lucha por la permanencia

Heo Jeong Joo, especialista del Instituto de Investigación All That Heritage, sostiene que Dongchoon debería ser considerado patrimonio cultural intangible: “Muchos de los artistas que lo fundaron en 1925 venían de tradiciones artísticas más antiguas. Preservarlo es preservar siglos de historia.”

Actualmente, Dongchoon es el único circo activo en Corea del Sur. Su permanencia ha sido posible gracias al boca a boca, reportajes de medios y un apoyo activo de regiones turísticas, como es el caso del gobierno local de Ansan.

El circo moderno: acrobacias, tecnología y nostalgia

Lejos de representar una reliquia inamovible, Dongchoon se reinventa constantemente. Desde 2011, presenta sus shows en una gran carpa permanente instalada cerca de la playa en Ansan, donde atrae entre 300 y 2,000 espectadores por día. El espectáculo ha depurado sus actos: ya no hay trucos peligrosos, sino pura acrobacia con precisión técnica y sensibilidad visual.

Hoy en día, sus 35 acróbatas son de origen chino. Esto se debe a que, en una sociedad surcoreana que ha experimentado un notable desarrollo económico, los jóvenes locales rechazan el trabajo circense por considerarlo riesgoso y mal pagado.

Xing Jiangtao, acróbata convertido en director artístico, recuerda cómo él y otros acrobatas chinos comenzaron como asistentes. “Ahora somos quienes llevamos el espectáculo. Pero yo espero que haya nuevas generaciones coreanas con vocación circense”, dice con esperanza.

El valor del circo en una era digital

¿Qué papel puede jugar el circo en la era del TikTok y los videojuegos? Para muchos, se trata de un espacio que permite la reflexión humana, el contacto visual con el artista y la emoción colectiva del auditorio. Es una forma de rebeldía lenta ante la velocidad de la cultura digital.

Verlos bailar en el aire me llenó de emoción, pero también de respeto. Pensé en el esfuerzo y sacrificio tras cada acto”, contó emocionado Sim Chung-yong, un espectador de 61 años tras una función reciente.

Educación circense: El proyecto de una escuela

Como parte de su legado, Park ha comprado terrenos en Ansan con el objetivo de edificar una escuela de circo. Esta tendría como fin instruir a nuevas generaciones de artistas coreanos y conservar el saber acumulado durante 100 años de historia.

Es importante que el trabajo circense no se vea como entretenimiento barato, sino como una forma artística compleja y culturalmente significativa”, sostiene Park.

Reflexión final (sin epílogo): ¿Qué perdemos cuando desaparece un circo?

La progresiva desaparición de los circos no solo borra una forma artística, sino que debilita los lazos intergeneracionales de la memoria emocional colectiva. Dongchoon no solo ofrece entretenimiento; despierta algo en nuestra humanidad básica: la capacidad de asombro, el valor del riesgo y el poder de la narración sin palabras.

Resistiendo entre tanto avance tecnológico y consumo digital fragmentado, el último circo de Corea del Sur se convierte en un símbolo necesario de lo que no deberíamos permitir que muera.

Porque si el último trapecista cae sin aplausos, tal vez nuestro espíritu también caiga con él.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press