Crisis en el Aire: La Negligencia Silenciosa Detrás del Accidente Aéreo en San Diego
Faro apagado en la niebla: cómo una pista sin luces y condiciones climáticas adversas dejaron seis muertos y muchas preguntas sin responder
En la madrugada del 22 de mayo de 2025, el cielo sobre San Diego se cubrió de humo y fuego cuando un jet ejecutivo se estrelló en una zona residencial cercana al Montgomery-Gibbs Executive Airport. Seis personas murieron a bordo, incluido el ejecutivo musical Dave Shapiro, y ochos más fueron atendidas por lesiones menores y por inhalación de humo. Esta catástrofe, sin embargo, no fue producto azaroso del destino, sino el resultado de una cadena alarmante de omisiones, negligencias y decisiones de alto riesgo tomadas bajo presión.
Las luces que nunca se encendieron
Según el informe preliminar de la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB), la pista de aterrizaje del aeropuerto carecía de sus luces de alineación desde marzo de 2022, es decir, llevaba más de tres años sin uno de los sistemas más esenciales para aterrizajes seguros, especialmente en condiciones de baja visibilidad.
Estas luces guían visualmente a los pilotos al centro exacto de la pista en condiciones de oscuridad o niebla. Su ausencia fue, sin duda, un factor crítico en la tragedia. Aunque otras luces de pista estaban operativas, las de alineación faltaban por completo, y una nota oficial al respecto sí había sido distribuida entre pilotos inscritos en canales oficiales, pero no está claro si el piloto del vuelo estrellado estaba al tanto.
“No estoy seguro de cómo pensó que iba a ver la pista sin luces en medio de la niebla”, dijo John Cox, experto en seguridad aérea y CEO de Safety Operating Systems.
Un piloto en duda
El piloto del Cessna Citation había reportado las malas condiciones climáticas con anterioridad al accidente e incluso barajó la posibilidad de desviarse a otro aeropuerto. No obstante, durante la comunicación con el controlador aéreo, cambió de parecer afirmando con optimismo: “I think we’ll be alright” (“Creo que estaremos bien”). Tres minutos después, el avión estallaba en llamas al impactar contra cables eléctricos y casas en un vecindario.
De acuerdo con el NTSB, el piloto intentó activar las luces de pista —lo cual puede hacerse pulsando el micrófono en una cierta frecuencia—, pero esto resultó inútil. Las luces en cuestión llevaban inoperativas más de 1.100 días y no se vislumbraban proyectos concretos de reparación, a causa de demoras derivadas de estudios ambientales requeridos. Esta cita resume la desconexión absurda entre necesidad operativa y burocracia:
“Las reparaciones estaban pendientes a causa de un estudio ambiental, mientras vuelos seguían aterrizando a ciegas.”
Daños colaterales y supervivencia
El impacto del jet causó daños severos a una vivienda y afectó a más de 20 vehículos estacionados. Afortunadamente no hubo víctimas fatales entre residentes, aunque ocho personas fueron hospitalizadas con síntomas leves. Algunos oficiales del Departamento de Bomberos confirmaron que fue gracias a la rápida reacción de los vecinos y cuerpos de emergencia que no se registraron más muertes en tierra.
El fallo humano y la complejidad del riesgo
La investigación ha revelado que el jet volaba a 60 pies (18 metros) sobre el nivel del suelo al momento del impacto, cuando por protocolo debería haber mantenido una altitud cercana a los 200 pies (60 metros). El error no solo fue de cálculo, sino también de criterio, al elegir continuar con un aterrizaje sin tener plena visibilidad y en ausencia de asistencia visual crítica.
Hay otro elemento inquietante: el avión también sufrió una interferencia en la recopilación de datos meteorológicos, ya que una sobretensión eléctrica desactivó temporalmente los sensores del propio aeropuerto. Aunque el piloto recibió información del cercano Miramar Marine Corps Air Station, no contar con datos en tiempo real del aeropuerto de destino representa un riesgo elevado.
¿Una tragedia evitable?
Todo indica que sí. La suma de factores prevenibles, desde el mal estado de las luces hasta la decisión de aterrizaje y las condiciones atmosféricas adversas, ha generado una tormenta perfecta alimentada por negligencias tanto estructurales como humanas.
- Luces de pista fuera de servicio desde marzo de 2022
- Avisos oficiales distribuidos, pero sin evidencia de que el piloto estuviera informado
- Piloto decide no desviarse a un aeropuerto más seguro a pesar de la niebla densa
- Fallo del sistema meteorológico local por causa eléctrica
Estas eran condiciones evitables o, al menos, mitigables. El hecho de que ninguna autoridad aeroportuaria haya priorizado la reparación de luces en una pista activa, considerando que por ella transitan aeronaves ejecutivas y privadas en medio de ciudades densamente pobladas, es, como mínimo, irresponsable.
¿Quién debe rendir cuentas?
De momento, el informe preliminar del NTSB no imputa a ninguna institución ni persona. Pero es inevitable pensar en los múltiples niveles de responsabilidad: desde la administración del Montgomery-Gibbs Executive Airport, las agencias encargadas de la fiscalización de seguridad aérea como la FAA (Administración Federal de Aviación), hasta el propio piloto que decidió continuar un descenso sin condiciones seguras ni urgencia evidente.
El hecho de que el aeropuerto estuviera esperando un estudio ambiental para reparar algo tan crítico como sus luces de aterrizaje, saca a relucir la burocracia disfuncional que a veces pesa más que el sentido común en los procedimientos técnicos estadounidenses.
El papel de la infraestructura olvidada
Este accidente reabre el debate sobre la situación de infraestructura aeroportuaria en Estados Unidos. Según la American Society of Civil Engineers, los aeropuertos del país recibieron una calificación de "D+" en su más reciente informe de infraestructuras. Muchos aeropuertos regionales y privados dependen de fondos locales o estatales y se mantienen con presupuestos ajustados, lo cual deja espacio a la negligencia o las decisiones operativas cuestionables.
Voces para el cambio
Tras la publicación del informe preliminar, varios expertos en seguridad aérea han pedido una revisión nacional del estado de todas las luces de orientación de pista en aeropuertos públicos y ejecutivos. También hay un llamado para crear mecanismos de seguimiento activos para avisos NOTAM (Notice to Air Missions), obligando a cada piloto a verificar y confirmar el estado de ayuda visual básica antes de ejecutar aterrizajes en condiciones marginales.
“La tecnología moderna puede ayudar a mejorar la comunicación de riesgos. No estamos en los años 70. Un piloto no debería tener que asumir que una pista funciona por defecto”, señaló la ingeniera aeronáutica Andrea Trujillo, profesora en la Universidad de Purdue.
Mucho más que un accidente aislado
Detrás de esta tragedia se esconde una historia que combina viejos vicios: desinversión en infraestructura crítica, apatía administrativa frente a mantenimiento básico, y una cultura de aviación privada que a veces prioriza la rutina sobre la seguridad absoluta. Esta combinación ha cobrado vidas y seguirá haciéndolo si no se toman medidas estructurales tajantes.
Los expertos coinciden en que el accidente de San Diego debe marcar un punto de inflexión. No sólo para el aeropuerto en cuestión, sino para el conjunto del sistema de aviación no comercial, donde muchas veces las políticas de seguridad son objeto de discretas desatenciones.
El informe final del NTSB aún está en desarrollo y puede tardar hasta un año, pero lo esencial ya ha sido revelado: la tragedia fue evitable.