La batalla por la verdad: Trump, Irán y la guerra contra la inteligencia
El expresidente desafía una vez más a sus propios servicios de inteligencia en medio de tensiones crecientes entre Irán e Israel
¿Quién tiene la razón sobre Irán? ¿Trump o la inteligencia estadounidense?
La escena fue tan simbólica como alarmante. A bordo del Air Force One, tras anticipar su regreso del Grupo de los Siete, el expresidente Donald Trump lanzó una bomba retórica: “No me importa lo que ella haya dicho”. Se refería a Tulsi Gabbard, la entonces directora de inteligencia nacional, quien acababa de testificar ante el Congreso que Irán no estaba construyendo una bomba nuclear.
Este tipo de contradicciones ya no sorprenden viniendo de Trump, quien, desde su primer mandato, ha mantenido posturas más afines a líderes extranjeros, como Vladimir Putin o Benjamin Netanyahu, que a sus propios expertos en inteligencia. Pero el contexto actual —con una nueva escalada entre Israel e Irán y decisiones migratorias que desafían a las evaluaciones oficiales— convierte estas discrepancias en algo más que simples diferencias políticas.
Trump, Netanyahu e Irán: una alianza ideológica
La insistencia de Trump sobre el riesgo inminente de un Irán nuclear encaja con la visión de su aliado geopolítico, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, quien lleva años alertando que Teherán está al borde de desarrollar armas nucleares.
Sin embargo, ni la Oficina del Director Nacional de Inteligencia (ODNI) ni la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) han señalado que Irán haya retomado activamente un programa con fines bélicos. En marzo de 2025, Gabbard reiteró al Congreso que si bien el nivel de uranio enriquecido de Irán era 'sin precedentes' para un país que no posee arma nuclear, no había señales de una reactivación explícita del programa militar.
Rafael Grossi, director de la AIEA, ha advertido que Irán tiene suficiente uranio enriquecido como para fabricar varias bombas en caso de decidirlo, pero no hay evidencias de que hayan dado ese paso. El informe de inteligencia de noviembre de 2024, emitido durante la administración Biden, también afirmaba que Irán no estaba desarrollando un arma nuclear, aunque había avanzado tecnológicamente de manera preocupante.
Desconfianza institucional: la marca Trump
Incluso desde su primera presidencia, Trump ha desconfiado de las agencias de seguridad e inteligencia. En 2018, durante una rueda de prensa con Vladimir Putin en Helsinki, cuestionó públicamente la idea de que Rusia interfirió en las elecciones estadounidenses de 2016, afirmando que creía más en la palabra del mandatario ruso que en los informes de sus propios servicios.
Lo ocurrido ahora con Gabbard—una veterana militar y excongresista demócrata devenida en leal trumpista—solo devuelve ese patrón a la agenda pública: lealtad antes que experticia.
“Trump siempre ha querido un equipo que lo valide, no que lo cuestione,” comenta Peter Bergen, analista de inteligencia de CNN. “Cambiar expertos por leales pone en riesgo la calidad de las decisiones estratégicas de seguridad.”
¿El Tren de Aragua y la manipulación del miedo?
El caso iraní no fue el único punto reciente de fricción entre Trump y los servicios de inteligencia. Durante los últimos meses, el expresidente utilizó una vieja ley de 1798 –Alien Enemies Act– para justificar deportaciones masivas de inmigrantes venezolanos. Según él, el notorio Tren de Aragua actuaba con apoyo del régimen de Nicolás Maduro.
No obstante, un informe oficial de abril de 2025 contradijo esta afirmación: no había “evidencia de coordinación operativa entre el Tren de Aragua y el gobierno venezolano”. ¿La respuesta del trumpismo? La purga.
Gabbard despidió a los dos oficiales de inteligencia responsables del informe, diciendo que se “opusieron a las políticas del presidente Trump”. En paralelo, la Casa Blanca emitió un comunicado afirmando que las acciones del presidente fueron “necesarias para proteger a la nación” y acusando al “Estado profundo” de sabotear sus decisiones.
La narrativa contra el “Estado profundo” y su efecto político
La expresión “Estado profundo”, popularizada por Trump, sugiere que existe una burocracia oculta que busca entorpecer sus decisiones. Aunque sin fundamentos fácticos sólidos, esta retórica ha calado hondo en las bases republicanas.
Según una encuesta de Pew Research en 2024, un 46% de los votantes republicanos creen que agencias como el FBI o la CIA están politizadas en contra de los republicanos. Esta percepción forma parte del combustible ideológico que sigue empujando la movida “Make America Great Again”.
Una política migratoria conflictiva
A esto se suma la intensa ofensiva migratoria de Trump. Con una retórica que mezcla seguridad nacional y criminalización del migrante, el expresidente ha impulsado redadas y deportaciones que recuerdan sus medidas de 2017-2020.
El caso más reciente que ha acaparado titulares es la fuga de cuatro detenidos del Delaney Hall Detention Facility en Newark, Nueva Jersey. El escape, ocurrido durante disturbios en la noche del 12 de junio, ha sido utilizado por Trump y sus seguidores para reforzar su discurso anticrimen y antimigración.
De los cuatro hombres—todos en el país ilegalmente y con antecedentes penales—tres ya han sido recapturados. Aunque el FBI incrementó la recompensa por su captura a $25,000 dólares, aún no se conocen todos los detalles del operativo. El caso ha encendido aún más la pugna entre demócratas de Nueva Jersey y la administración federal.
Gabbard: ¿pieza clave o peón político?
La trayectoria política de Tulsi Gabbard ha sido tan ecléctica como polémica. Excongresista demócrata por Hawái, en 2020 se postuló sin éxito como candidata presidencial demócrata. En 2022, abandonó el partido al que perteneció toda su vida y respaldó a Trump. Su nombramiento como directora nacional de inteligencia fue visto con escepticismo debido a su escasa experiencia en inteligencia y su cercanía a la narrativa trumpista.
Para muchos, incluyendo antiguos funcionarios de inteligencia, Gabbard representa la politización de una estructura estatal que debe aspirar a la objetividad absoluta. Su reciente confirmación en el Senado fue posible solo por el apoyo republicano, en una votación ajustada donde varios senadores expresaron reservas.
Michigan y la sombra de Trump en las elecciones de 2026
La influencia de Trump no solo afecta la política internacional o migratoria. En el estado clave de Michigan, el exlíder de la Cámara Estatal, Tom Leonard, anunció su candidatura a gobernador para 2026 bajo el ala del trumpismo.
Leonard se une a otros tres republicanos que ya corren por la nominación, todos con discursos alineados a la visión de Trump. Mientras tanto, figuras democráticas como la Secretaria de Estado Jocelyn Benson y el Vicegobernador Garlin Gilchrist II intentan capitalizar el desgaste republicano.
Pero Michigan no es impredecible por gusto. Desde 1986, el estado ha cambiado de partido político en el gobierno prácticamente cada vez que el cargo queda vacante. Trump sabe que necesita mantener a sus soldados comprometidos en estados bisagra como Michigan si quiere regresar a la Casa Blanca.
Entre realidad y retórica
La situación actual pone de manifiesto las distintas visiones sobre lo que constituye una amenaza nacional. Para Trump, la amenaza puede ser Irán, la inmigración, o incluso sus propias agencias de inteligencia si contradicen su narrativa.
Esta postura genera lealtad entre sus seguidores, pero un creciente desconcierto entre expertos en seguridad nacional, gobiernos aliados y sus propios funcionarios. Y en un mundo donde las guerras pueden comenzar por errores de cálculo, las palabras del presidente tienen el peso de una bomba atómica.
¿Puede una democracia sobrevivir a esta constante lucha contra los hechos? Esa quizás sea la pregunta más urgente que enfrenta Estados Unidos en tiempos de post-verdad.