Steven Crowchild y el poder de la diplomacia indígena frente a los líderes del G7

La historia del líder Tsuut’ina que enfrentó su indignación para abogar por la paz y el agua limpia ante Donald Trump y otros mandatarios mundiales

Steven Crowchild, miembro electo de la Nación Tsuut’ina y portavoz de su comunidad, se convirtió en una de las figuras más simbólicas del arranque de la última cumbre del Grupo de los Siete (G7) en Canadá. Lo que pudo haber sido una simple recepción protocolaria para presidentes extranjeros, se transformó en una lección de diplomacia indígena cargada de profundidad espiritual, historia, emoción e inteligencia política.

La llegada que incendió emociones

El domingo 15 de junio de 2025, con motivo del G7 en Kananaskis, los líderes del mundo desembarcaron en Calgary. Entre ellos llegó Donald Trump, ex presidente de Estados Unidos, con su característica gorra blanca de "Make America Great Again". En el mismo andén del aeropuerto, Steven Crowchild, vestido con tocados tradicionales y portando medallas de tratados más antiguas que Canadá misma, enfrentó un torbellino emocional.

"Cuando supe que debía recibir a Trump, sentí una rabia insoportable. Pensé en irme. No quería ser parte de eso. No quería llevar esa energía negativa a mi gente", confesó Crowchild durante una entrevista. Pero tras meditar, orar e intercambiar palabras con los líderes de su nación, tomó una decisión: "Me quedo. Hablaré por los que sufren".

Diplomacia con raíces profundas

Las Primeras Naciones de Canadá —grupo al que pertenece la Nación Tsuut’ina— forman parte de las tres principales comunidades indígenas reconocidas legalmente en el país (junto con los Métis e Inuit). Para los pueblos originarios, la oralidad, la representación simbólica y el respeto por las generaciones tanto pasadas como futuras son pilares culturales. Y fue con esos valores que Crowchild se presentó ante Trump.

"Hablé en mi idioma. Le mostré nuestras medallas históricas. Le recordé que nuestra presencia precede al Estado. Le pedí que protegiera el agua. Le pedí paz", afirmó Crowchild. Lo hizo desde la convicción de que ya no basta con estar en pie de lucha: hay momentos donde la conciencia indígena debe estar presente para influir directamente en quienes toman decisiones globales.

Un acto simbólico de resistencia y esperanza

Aunque el contenido exacto de su intercambio con Trump permanece en el nivel privado, Crowchild relató que el expresidente "escuchó más de lo esperado". Y pese a que esto podría resultar difícil de creer para muchos activistas o detractores de Trump, el propio líder Tsuut’ina dejó clara su postura: “Es solo un hombre más. Muchos dirán que es una persona horrible, y todos conocemos los motivos. Pero yo me mantuve más erguido que él, como un orgulloso Tsuut’ina Isgiya”.

En esa frase se condensa toda una visión contemporánea del liderazgo indígena: una mezcla de indignación ancestral, sabiduría espiritual y pragmatismo diplomático. Un equilibrio pocas veces valorado desde Occidente, donde el show mediático suele pesar más que la carga histórica y moral.

Visibilidad, diplomacia y compromiso con el futuro

Una de las motivaciones internas de Crowchild para no irse fue la "falta de representación indígena visible en ese momento". Su presencia, más allá de controversias, era ya un gesto de dignidad. “Oré a mi creador y pensé en los que sufren en el mundo”, explicó, dejando entrever que para él, ese instante representaba algo más grande que un simple encuentro bilateral.

Durante la cumbre, también saludó a otros líderes del G7. En cada ocasión, intentó recordarles la importancia de ser buenos líderes y proteger el agua para las generaciones futuras. Un tema recurrente en las comunidades indígenas de América del Norte, especialmente frente a amenazas como los oleoductos, el fracking, y la minería contaminante.

La lucha por el agua y la paz: dos pilares del discurso indígena

Crowchild no improvisó. En cada palabra que dirigió, según explicó luego, escuchaba las voces de sus ancianos y pensaba en su responsabilidad como guardián de conocimientos ancestrales. "Traté de decir tanto como pude, tan sabiamente como me fue posible, siempre con honor y dignidad", recordó. “Elegí la paz, no la guerra”.

La elección de sus temas tampoco fue fortuita. El agua, en la cosmovisión indígena, es portadora de vida, memoria y futuro. Se le considera sagrada y femenina. Desde Standing Rock hasta Canadá, los pueblos originarios han liderado protestas para evitar su contaminación o desvío. Por otro lado, la noción de paz está ligada a una tradición de mediación y no violencia ancestral, muchas veces invisibilizada en los conflictos modernos.

Del protocolo a la política global: una oportunidad para aprender

La aparición de Steven Crowchild trasciende el simbolismo. No se trató solo de una postal colorida ni de una anécdota llamativa. Fue, en realidad, una lección de diplomacia descolonizadora.

Mientras el protocolo occidental suele girar en torno al lenguaje diplomático, acuerdos y representación institucional, el enfoque indígena suma elementos holísticos: espiritualidad, sabiduría oral, conexión con la Tierra, comunidad y presencia emocional. Así, hablar de paz y recursos naturales no es simple activismo; es filosofía política ancestral.

Además, situar a un líder indígena en ese escenario internacional sirve como recordatorio incómodo para las potencias coloniales: el mundo que lideran fue levantado sobre tierras ancestralmente ocupadas. Y aún existen herederos legítimos de esas historias listos para hablar en igualdad de condiciones.

Un legado necesario en tiempos de crisis

En medio de conflictos geopolíticos, crisis climática y desigualdad galopante, figuras como Crowchild nos invitan a mirar hacia modelos de liderazgo más humanos, más conscientes, menos violentos. Nos recuerdan que la historia del mundo no comenzó con los imperios y que existen formas diferentes —y posiblemente más sabias— de gobernar.

Por eso, su gesto en el G7 no fue simple diplomacia: fue también un acto de resistencia cultural y de fe en el diálogo. Un recordatorio de que las Primeras Naciones aún tienen mucho que decir al mundo… si este está dispuesto a escuchar.

¿Escuchará el mundo?

El propio Crowchild dejó la incógnita: “Si Trump escuchó o no, el tiempo lo dirá”. Tal vez el mundo postcolonial no necesita más promesas ni tratados, sino actos como el suyo: presencias cargadas de memoria, convicción y palabra.

En tiempos donde el ruido suele silenciar el contenido, la voz serena de un Isgiya Tsuut’ina puede ser más poderosa que cualquier discurso ante la ONU.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press