¡Pistolas de Agua y Turismo Masivo! La Rebelión Refrescante de Barcelona
Entre el calor, la gentrificación y la lucha por los barrios, los barceloneses convierten el agua en símbolo de protesta contra el turismo desbordado
Barcelona bajo presión: cuando el turismo deja de ser rentable (para todos)
Barcelona, la joya mediterránea de España, lleva años en la cima de los destinos turísticos más deseados del mundo. Con su arquitectura modernista, playas soleadas y vibrante vida cultural, ha atraído a más de 15 millones de turistas anuales en la última década. Pero esta bonanza también ha traído problemas: incremento del precio de la vivienda, desplazamiento de habitantes locales y transformación de barrios históricos en parques temáticos para visitantes.
Ante esta turismofobia creciente, un símbolo inesperado ha cobrado fuerza en las calles de Cataluña: la pistola de agua.
Una protesta que comenzó como un juego
El fenómeno no nació con intenciones agresivas. Fue el pasado julio cuando la Neighborhood Assembly for Tourism Degrowth, un colectivo de ideología progresista en Barcelona, decidió manifestarse contra el impacto del turismo en los barrios. Ese primer acto fue también una forma de aliviar el calor: algunos asistentes llevaron pistolas de agua y empezaron a rociarse entre ellos.
Lo que empezó como un gesto lúdico pronto se transformó en un arma simbólica de protesta. Las imágenes de activistas rociando a visitantes se hicieron virales, dando notoriedad internacional a la causa. Así, la pistola de agua pasó de refrescar a incomodar.
“Turistas, volved a casa”: El grito que retumba en los callejones
Los cantos no se hacen esperar: “Un turista más, un vecino menos” o “Tourist go home!” acompañan a las marchas donde cientos –y en ocasiones miles– de personas recorren puntos críticos del turismo masivo: desde el Passeig de Gràcia hasta la emblemática Sagrada Familia.
Stickers con pistolas de agua y mensajes en inglés adornan puertas de hoteles y terrazas. El objetivo no siempre es mojar: muchas de estas acciones son simbólicas, una metáfora del hartazgo acumulado.
Más que una queja, una advertencia social
Lourdes Sánchez, una de las manifestantes, lo explica con claridad: “Esto no va de hacer daño, va de mandar un mensaje claro. Nos están desplazando”. Su hija, pistola en mano, asiente tras una nube de vapor provocada por el calor veraniego. Muchos vecinos han tenido que abandonar sus pisos por la inflación en los alquileres provocada por plataformas como Airbnb.
Según cifras del propio Ayuntamiento de Barcelona, más de 30.000 viviendas se destinan al alquiler turístico, mientras que en 2023 sólo se construyeron 2.500 viviendas nuevas en la ciudad. Las matemáticas no dan.
¿Cuánto aporta el turismo a la ciudad?
Si se ve desde el lado económico, el turismo representa el 15% del PIB de Barcelona. Genera miles de empleos y sostiene sectores como el comercio, la hostelería y el transporte. Pero ¿a qué precio?
Una investigación del Instituto Municipal de Estadística mostró que en el barrio Gòtic, en el corazón turístico, el 60% de las viviendas están ocupadas por no residentes permanentes. Es decir, viviendas vacacionales, temporales o segundas residencias.
Además, una encuesta realizada por la Universitat Oberta de Catalunya reveló que un 58% de los barceloneses considera que el turismo perjudica su calidad de vida y un 22% está dispuesto a mudarse por culpa de ello.
El creativo simbolismo de la violencia simbólica
El sociólogo catalán Andreu Ulldemolins lo resume como “una forma de violencia blanda: simbólica, visual, estética. Pero notable para el turista, que usualmente espera sonrisas y bienvenida”.
En ningún momento se han reportado agresiones físicas serias, pero sí momentos tensos como el sucedido frente a un hostel en el Raval, donde empleados intercambiaron gritos y un escupitajo con manifestantes armados con pistolas.
Aun así, otros lo toman con filosofía. Nora Tsai, turista taiwanesa salpicada por el rocío de una pistola, dijo sentirse sorprendida pero no indignada: “Aún amo Barcelona. Entiendo que hay conflictos. Pero he encontrado gente amable también”.
¿Quién gana y quién pierde en esta guerra líquida?
Mientras asociaciones vecinales reclaman más restricciones a los hoteles, los gremios turísticos defienden la importancia de sus negocios. El Gremi d’Hotels de Barcelona advierte que más regulaciones podrían traer consecuencias laborales: “Podríamos perder hasta 20.000 puestos de trabajo si limitamos más el turismo”.
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau durante su mandato comenzó iniciativas para regular el turismo. Dejó en vigor una moratoria de nuevos hoteles y topes al número de alquileres vacacionales. Pero en 2025, su sucesor ha flexibilizado algunas de estas restricciones para “reactivar el turismo tras la pandemia”.
¿Protesta artística o rechazo xenófobo?
Mientras los protagonistas de estas acciones argumentan derechos vecinales en juego, críticos aseguran que muchas de estas manifestaciones rozan la xenofobia disfrazada de lucha social. El problema es cuando se pierde el mensaje y se sobreexpone el método.
Según la investigadora en comunicación urbana Alba Rojas, “cuando el símbolo (la pistola de agua) acapara la atención, el discurso estructural sobre vivienda y derechos ciudadanos pierde fuerza”.
Además, algunos actos han llegado a incomodar incluso a ciudadanos barceloneses. “No podemos disparar agua a cada extranjero que camina por el Born. Hay formas más eficaces de enfrentar el problema”, menciona Laurens Schocher, arquitecto local y simpatizante del movimiento, pero crítico del enfoque agresivo.
¿Qué pasará en adelante?
El debate está lejos de cerrarse. Por un lado, la presión vecinal ha servido para exigir reformas urbanas necesarias. Por otro, existe un riesgo de perder el relato social en una guerra simbólica que podría acabar alienando tanto a turistas como a locales.
Mientras tanto, la pistola de agua hace lo que pocas herramientas activistas logran: definir una era de protesta con humor, estilo y un pequeño chorro de drama.
Entre el verano, el agua y las pancartas, una cosa queda clara: el futuro del turismo en Barcelona se decidirá en las calles, una gota a la vez.