El G7 bajo Trump: ¿El regreso de un disruptor global o la redefinición de Occidente?
Mientras el expresidente estadounidense se reúne nuevamente con líderes del G7, analizamos su impacto en el orden global, el dilema migratorio y la desconfianza internacional hacia EE.UU.
Una cumbre bajo tensión: la sombra del 2018
Cuando Donald Trump asistió al G7 de Quebec en 2018, quedó inmortalizado en una fotografía icónica: con los brazos cruzados, mirada desafiante, mientras líderes europeos intentaban persuadirlo. Ahora, su regreso a la cumbre de 2025, celebrada en Kananaskis, Canadá, no es menos controversial. Con guerras activas en Ucrania y Gaza, tensiones con Irán, disputas comerciales y una campaña de deportaciones masivas como telón de fondo, el evento promete ser un examen para la cooperación internacional.
¿Consenso o caos controlado?
Los organizadores del G7 han adoptado esta vez una estrategia: evitar provocaciones. A diferencia de otros años, no habrá declaración conjunta. Como explica Peter Boehm, exconsejero canadiense para el G7 de 2018:
“El gran punto de fricción en Quebec fueron las referencias al orden internacional basado en normas. Trump nunca ha creído en eso”.
Y es que para el actual liderazgo estadounidense, no llegar a acuerdos no es fracasar, sino evitar compromisos con potenciales costes políticos.
El retorno del unilateralismo
El mantra actual de la administración Trump parecería ser: "Ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo". Bajo esa lógica, EE.UU. ha golpeado a sus aliados con una batería de aranceles: 25% al acero, aluminio y automóviles; 10% a la mayoría de las importaciones extranjeras. Japón, México y Canadá están entre los más afectados.
Según Caitlin Welsh, exmiembro del equipo G7 de Trump:
“El objetivo no es el multilateralismo. Es presión bilateral para aislar a China del comercio global”.
Sin embargo, arremeter contra aliados mientras se intenta formar un frente común contra Beijing es, cuanto menos, paradójico.
El 'Sueño Americano' en decadencia
Mientras Trump impulsa su ofensiva en política exterior, en casa lanza otra ofensiva: una campaña para ejecutar la “mayor deportación masiva de la historia”. Migrantes en ciudades como Los Ángeles, Nueva York y Chicago se sienten amenazados y miles han salido a protestar.
Esta narrativa antiinmigración ha empezado a tener consecuencias internacionales. De acuerdo con Studyportals, el interés de estudiantes extranjeros en universidades estadounidenses ha caído un 50% desde enero. Para Edwin van Rest, CEO del sitio:
“El mensaje de Washington es claro: no eres bienvenido”.
Reescribiendo el legado migratorio
Estados Unidos, un país construido por migrantes, vive una contradicción existencial. El "American Creed" –proclamado por Thomas Jefferson como una mezcla de igualdad, libertad y esfuerzo– es desplazado por una visión que considera la inmigración una amenaza.
Y sin embargo, la historia familiar de Trump refleja otra realidad. Su abuelo, Friedrich Trump, fue expulsado de Alemania en 1905 por no servir en el ejército bávaro. En una carta al príncipe regente, Trump abuelo suplicaba:
“¿Qué pensarán nuestros conciudadanos si sujetos honestos son expulsados de esta manera?”
Irónicamente, su nieto parece haber olvidado esa historia.
Ataques selectivos y contradicciones abiertas
Trump ha ordenado a ICE priorizar ciudades demócratas, lo que ha generado no solo protestas, sino también preocupación en sectores económicos clave. El propio mandatario reconoció en su red social Truth Social que:
“La línea dura migratoria está afectando a industrias como la hotelera y la agrícola. Necesitamos ajustes”.
Poco después, se ordenó suspender las redadas en hoteles, restaurantes y empacadoras de carne. El pragmatismo económico vuelve a chocar con el discurso político.
Impacto mundial de las políticas migratorias
Estudiantes, turistas y profesionales extranjeros están replanteándose su relación con Estados Unidos. Según NAFSA, organización que representa a educadores internacionales:
“La seguridad y previsibilidad son esenciales. Las recientes acciones del gobierno han socavado la confianza global en EE.UU.”
Datos de Pew Research confirman esta tendencia: la opinión sobre EE.UU. ha empeorado en 15 de los 24 países encuestados entre enero y abril de 2025.
Una visión del mundo centrada en EE.UU.
En la actual configuración, Trump ve a la OTAN como una carga, considera que Europa debe gastar más en defensa y prefiere acuerdos bilaterales antes que pactos multilaterales. Busca que el G7 haga frente a China, pero sin consensos ni cooperación coordinada.
Josh Lipsky, del Atlantic Council, advierte:
“Trump pedirá al grupo que confronte la coacción económica de China. Pero los demás podrían replicar: ¿cómo hacerlo con un EE.UU. que impone aranceles a sus propios socios?”
¿El G7 como símbolo moribundo?
Desde su creación en 1973, el Grupo de los Siete ha sido un pilar del orden liberal occidental. Su evolución ha coincidido con momentos claves, desde crisis petroleras hasta desafíos climáticos. Pero en 2025, el G7 enfrenta cuestionamientos sobre su relevancia. La expulsión de Rusia, la emergencia climática, la influencia creciente de China, las guerras regionales y el viraje estadounidense reconfiguran las prioridades globales.
Sin una declaración conjunta y con líderes intentando no "molestar a Trump", como señaló el primer ministro británico Keir Starmer (“Tengo buena relación con el presidente, y eso es importante”), el G7 parece más una reunión de supervivencia que una cumbre de liderazgo global.
¿Hacia una ruptura prolongada?
Con la posibilidad de que Trump no asista al G20 en Sudáfrica y con tensiones sin resolver con Europa, Asia y América Latina, muchos analistas ven en esta cumbre una señal preocupante. Estados Unidos, visto por décadas como ancla del orden liberal, ahora aparece como su mayor disidente.
¿Es este el principio del fin del G7 como foro de consenso? ¿O es solo una fase más en los vaivenes de la política global? Lo cierto es que, bajo el liderazgo actual de EE.UU., el multilateralismo parece más un obstáculo que una meta.