Hambre, guerra y olvido: la silenciosa tragedia que azota a Sudán del Sur

Una tormenta perfecta de conflicto armado, crisis humanitaria y colapso institucional empuja a regiones enteras del país hacia una hambruna devastadora

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La amenaza invisible: Sudán del Sur al borde del abismo

En medio del ruido mediático global, hay crisis que transcurren en la penumbra de la conciencia internacional. En Sudán del Sur, el país más joven del mundo, se está gestando una catástrofe humanitaria de proporciones estremecedoras. Según un informe conjunto emitido por el Programa Mundial de Alimentos (PMA), UNICEF y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la amenaza de hambruna es inminente en 11 de las 13 regiones del estado Upper Nile, al norte del país. Muchos de sus habitantes ya se encuentran en condiciones extremas que podrían colapsar en una hambruna total.

El conflicto armado, los desplazamientos forzados masivos y el obstáculo sistemático a la ayuda humanitaria han llevado a que al menos 32,000 personas se encuentren en una fase “catastrófica” de inseguridad alimentaria, de acuerdo con la Clasificación Integrada de Seguridad Alimentaria en Fases (IPC). Esto es más de tres veces la cifra estimada previamente.

Una historia de heridas aún abiertas

Para comprender la magnitud de la crisis actual, es fundamental revisar el origen histórico de la inestabilidad en Sudán del Sur. Desde su independencia en 2011, tras décadas de guerra civil con Sudán, el país ha vivido envuelto en múltiples conflictos internos. Lo que comenzó como una promesa de autodeterminación se convirtió rápidamente en un campo minado de intereses armados, corrupción endémica y rivalidades étnicas.

En 2013, apenas dos años después de la independencia, estalló una guerra civil entre las fuerzas del presidente Salva Kiir y el entonces vicepresidente Riek Machar, lo que provocó una violencia sistemática que ha causado hasta hoy más de 400,000 muertes, además de millones de desplazados internos (UNHCR, 2023). Aunque se firmaron acuerdos de paz en 2015 y 2018, los enfrentamientos persisten en muchas regiones, particularmente en Upper Nile.

Upper Nile: una región prisionera del fuego cruzado

La región de Upper Nile es uno de los epicentros más castigados por el actual conflicto entre las tropas gubernamentales y milicias opositoras. Las luchas por el control del territorio han destruido cosechas, desplazado a familias enteras y bloqueado sistemáticamente la entrega de ayuda alimentaria y médica. En este momento, se reportan intensos enfrentamientos en condados como Nasir, Baliet y Panyikang, dejando un saldo creciente de víctimas civiles.

“Una vez más, estamos siendo testigos del impacto devastador que tiene el conflicto sobre la seguridad alimentaria en Sudán del Sur,” afirmó Mary-Ellen McGroarty, representante del PMA en el país africano. “El conflicto no solo destruye hogares y modos de vida; desintegra comunidades, bloquea los mercados y hace que los precios de los alimentos se disparen.”

¿Qué significa una hambruna?

La Clasificación Integrada de Seguridad Alimentaria en Fases (IPC), el sistema internacional utilizado para medir crisis de hambre, determina que una región se encuentra en fase 5 o “hambruna” cuando ocurren estos tres factores simultáneamente:

  • Al menos el 20% de los hogares luchan por conseguir comida suficiente
  • El 30% de los niños sufren de malnutrición aguda grave
  • Dos adultos o cuatro niños por cada 10,000 habitantes mueren diariamente a causa del hambre o condiciones relacionadas

Al día de hoy, muchas zonas de Upper Nile han alcanzado ya los dos primeros criterios. Si continúa la imposibilidad de acceso de las organizaciones humanitarias y no se detienen los combates, se espera que las tasas de mortalidad comiencen a traspasar los umbrales establecidos.

Inseguridad alimentaria nacional: una mayoría vulnerable

No es solo Upper Nile. El 57% de la población total del país, cerca de 6.5 millones de personas, enfrenta niveles agudos de inseguridad alimentaria. Esta estadística resulta aún más alarmante si consideramos que la población sudanesa del sur apenas supera los 11.5 millones de habitantes.

La desnutrición infantil ha alcanzado niveles escandalosos: uno de cada tres niños sufre “emaciación”, una condición que ocurre cuando un menor es significativamente más delgado de lo adecuado para su estatura. Las consecuencias a largo plazo de esta realidad—desde retrasos en el desarrollo cognitivo hasta debilitamiento irreversible del sistema inmune—amenazan con moldear generaciones enteras marcadas por la fragilidad.

¿Dónde están las soluciones?

Frente a este panorama desolador, las organizaciones de ayuda humanitaria insisten en que la respuesta internacional debe ser tanto inmediata como sostenida. Según la representante de la FAO en Sudán del Sur, Lola Castro, “debemos actuar ahora para evitar una catástrofe. Los actores humanitarios necesitamos acceso seguro y sin condiciones para poder entregar ayuda donde más se necesita.”

También se señala que la ayuda no puede limitarse a paquetes alimentarios. La restauración de la agricultura local —en un país donde más del 75% depende de la subsistencia agraria— es fundamental. La FAO lanza campañas para distribuir semillas, herramientas y capacitar a los agricultores en técnicas sostenibles, pero la inseguridad en el terreno impide que estas campañas sean efectivas a gran escala.

La responsabilidad política: ¿avance o parálisis?

Gran parte de la dificultad reside en el contexto político profundamente fragmentado e incapaz de responder con eficacia. El gobierno de Salva Kiir ha sido acusado repetidamente de corrupción y represión, mientras que las distintas milicias continúan usurpando funciones del Estado en varias regiones.

La comunidad internacional, por su parte, se encuentra atrapada en una contradicción. Por un lado, mantiene sanciones y embargos de armas al país, y por otro, intenta negociar con actores implicados en los mismos crímenes que han alimentado el colapso humanitario. La ONU ha extendido recientemente el embargo de armas, pese a objeciones del gobierno, alegando la amenaza de un nuevo estallido de guerra civil.

Los analistas más críticos afirman que Sudán del Sur es rehén de una clase política que instrumentaliza el conflicto para perpetuar su poder, mientras se cierran las puertas a la reconciliación y la reforma.

El precio de la indiferencia

Lo que ocurre hoy en Upper Nile no debe quedar en la periferia del radar global. Ya en 2017 se declaró oficialmente una hambruna en partes del país, siendo una de las primeras del siglo XXI. ¿Cuántas señales de alerta se necesitan para actuar de forma concertada y decidida?

La responsabilidad de los gobiernos, organismos multilaterales y sociedad civil internacional es urgente. Ignorar la situación equivale a complicidad silenciosa con uno de los crímenes más atroces del presente: dejar que miles mueran de hambre cuando hay medios, recursos y conocimiento para evitarlo.

Hasta que esto ocurra, miles de madres seguirán enterrando a sus hijos desnutridos. Campesinos verán sus cosechas arder entre balas. Y aldeas enteras desaparecerán, no porque la sequía lo imponga, sino porque la guerra lo decide.

Fuentes adicionales

Este artículo fue redactado con información de Associated Press