El servicio militar obligatorio en Israel: una fractura que erosiona el liderazgo de Netanyahu
La crisis entre el gobierno y los ultraortodoxos pone a prueba la estabilidad política durante la guerra en Gaza
La votación más reciente en el Parlamento israelí refleja una creciente tensión social y política que ha alcanzado un punto crítico: el intento de disolver el gobierno liderado por Benjamin Netanyahu fue rechazado, en gran parte gracias al apoyo de sus aliados ultraortodoxos. Sin embargo, este aparente triunfo encubre una fractura significativa: el desacuerdo sobre el servicio militar obligatorio para la comunidad ultraortodoxa o haredí, un tema que lleva décadas dividiendo a la sociedad israelí.
Una coalición frágil respaldada por intereses religiosos
El gobierno de Netanyahu ha dependido históricamente del apoyo de partidos ultraortodoxos para mantenerse en el poder. Esta alianza ha sido efectiva políticamente, pero ha generado resentimiento en muchas partes de la sociedad israelí. Mientras la mayoría de los ciudadanos judíos deben cumplir con el servicio militar obligatorio, los haredim están exentos si están inscritos en estudios religiosos de tiempo completo.
Este acuerdo tácito ha existido desde la fundación del Estado de Israel en 1948. David Ben-Gurion, primer Primer Ministro del país, aceptó eximir a un pequeño grupo de yeshivá students como parte de una oferta para consolidar el apoyo de sectores religiosos en los inicios del nuevo Estado. Pero lo que comenzó como una excepción marginal (unos 400 jóvenes en 1948) ha crecido exponencialmente. Hoy, cerca de 13.000 varones ultraortodoxos alcanzan anualmente la edad de reclutamiento, y menos del 10% se inscribe en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), según datos del Comité de Control Estatal del Parlamento.
Una guerra que intensifica los resentimientos
Israel se encuentra, desde octubre de 2023, en una de sus guerras más largas y dolorosas, tras el brutal atentado de Hamas que dejó cerca de 1.200 israelíes muertos. Desde entonces, el país ha desplegado a decenas de miles de reservistas y soldados activos en operaciones militares en Gaza. La fatiga comienza a notarse.
Muchos israelíes, especialmente aquellos que han tenido que servir en varias rondas de reserva —interrumpiendo sus vidas profesionales y familiares— sienten que la carga no se distribuye equitativamente. Esta injusticia percibida se ha transformado en ira, dirigida hacia los haredim y, por extensión, hacia su protector político principal: Benjamin Netanyahu.
La votación y el intento de disolver la Knéset
En este contexto, la oposición presentó un proyecto de ley para disolver el Parlamento (Knéset), con la esperanza de capitalizar el descontento público. Sin embargo, la iniciativa fracasó al contar con el voto negativo de la mayoría de los 18 diputados ultraortodoxos, sólo dos de los cuales apoyaron la moción para disolver. Esto implica que, legalmente, no podrá someterse a votación otro proyecto similar en los próximos seis meses, lo que estabiliza temporalmente la coalición de Netanyahu.
El fracaso de la moción llevó a un acuerdo tentativo anunciado por el presidente del Comité de Asuntos Exteriores y Defensa, Yuli Edelstein, quien aseguró haber alcanzado un “entendimiento básico” con los partidos haredí para discutir un nuevo borrador legislativo.
¿Por qué los haredim se oponen al servicio militar?
La negativa de los haredim a integrarse en el ejército no es sólo una cuestión práctica, sino profundamente ideológica. Esta comunidad considera que su rol espiritual y religioso —a través del estudio de la Torá— es igualmente vital para la protección del pueblo de Israel como lo es la fuerza militar.
“Nuestro lugar está en el Beit Midrash (casa de estudios), no en los cuarteles”, repiten sus dirigentes. Temen que la exposición a entornos seculares y mixtos en el ejército afecte negativamente su estilo de vida tradicional, que valora la segregación de género y el cumplimiento estricto de las leyes religiosas. Además, creen que una integración forzada podría destruir las bases de sus comunidades.
Una presión cada vez más difícil de contener
Pero la situación actual ha llevado a muchos ciudadanos a cuestionar si esta visión religiosa puede seguir siendo sostenida a costa del resto de la población. En una encuesta reciente de Israel Democracy Institute, más del 70% de los israelíes expresó estar a favor de un sistema universal de reclutamiento, incluidas las mujeres y los ultraortodoxos.
Incluso algunas voces dentro de la comunidad haredí joven han comenzado a expresar un deseo —aunque tímido y aún minoritario— de integrarse al mundo laboral y al ejército. Preocupados por la pobreza crónica en algunos sectores y las limitadas oportunidades profesionales, algunos jóvenes ven en el servicio una vía de cambio.
Netanyahu entre la espada y la pared
Benjamin Netanyahu enfrenta quizás uno de los desafíos más complejos de su carrera: mantener su coalición con los partidos religiosos mientras evita una revuelta social masiva.
Su frase más reciente, al ser consultado por los medios israelíes, fue: “Necesitamos unidad ahora más que nunca. Pero la unidad no significa uniformidad”. Un mensaje ambiguo que evidencia su dificultad para contentar a todas las partes.
El dilema de su gobierno ahora es triple:
- Continuar la guerra y garantizar fuerza de combate suficiente sin ampliar el reclutamiento.
- Evitar desmantelar su coalición asegurando privilegios para los ultraortodoxos.
- Responder a una sociedad que exige equidad, en especial quienes han perdido familiares en la guerra.
El reloj corre: ¿hacia la reforma o hacia el colapso?
Los próximos seis meses podrían definir no sólo el futuro del gobierno de Netanyahu, sino también el contrato social israelí. Cualquier nueva legislación que mantenga privilegios para los haredim podría ser vista como una traición por un amplio sector de la población; al mismo tiempo, presionarlos para que se integren podría significar la ruptura de la coalición.
Y todo esto ocurre mientras más de 55.000 palestinos han muerto en Gaza, según cifras del Ministerio de Salud gestionado por Hamas. Israel ha comprometido vastos recursos materiales y humanos en el conflicto, tensionando tanto su economía como su moral interna.
¿Será posible definir una alternativa viable que permita a Israel mantener su defensa y al mismo tiempo integrar a una población que se resiste al cambio? ¿O la presión terminará explotando en las urnas en cuanto se abra la próxima ventana parlamentaria?
La historia dirá si esta fractura fue un punto de inflexión o simplemente una grieta más en un sistema de equilibrio precarizado. Lo que es seguro es que Netanyahu camina, hoy más que nunca, sobre una delgada línea dividida entre tradición religiosa y modernidad estatal.