No Reyes en América: Protestas, militarización y resistencia frente a la nueva ofensiva migratoria

El despliegue militar en Los Ángeles desata una ola de protestas nacionales mientras miles toman las calles para rechazar las políticas autoritarias de Trump

Una ciudad sitiada entre redadas migratorias y el poder de la protesta

En la ciudad de Los Ángeles, miles de voces se alzan bajo un mismo grito: “¡Basta de militarizar nuestras comunidades!”. Las protestas desatadas por la intensificación de las redadas migratorias y la participación directa de tropas de la Guardia Nacional han encendido un debate político y social que se esparce por todo Estados Unidos.

Mayores de distintos municipios, encabezados por la alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass, han criticado abiertamente lo que consideran una táctica de intimidación orquestada desde la Casa Blanca. La movilización de tropas y marines en Los Ángeles para acompañar a agentes migratorios ha generado escenas reminiscentes de tiempos de represión que, muchos pensaban, habían quedado en el pasado.

La militarización: una escalada autorizada por la Casa Blanca

En una decisión que para muchos recuerda a regímenes autoritarios, el presidente Donald Trump autorizó el despliegue de más de 2,000 efectivos de la Guardia Nacional y cerca de 700 marines adicionales en la ciudad de Los Ángeles. El General Scott Sherman confirmó que los soldados están entrenados para acompañar a agentes del ICE en operaciones migratorias y “temporalmente” retener personas, aunque legalmente no pueden realizar arrestos.

“Esperamos un aumento considerable en las operaciones”, declaró Sherman a medios locales. La declaración provocó alarma entre defensores de derechos civiles, funcionarios locales y ciudadanos migrantes que han comenzado a vivir con un miedo renovado.

Curtidos por la historia: protestas como mecanismo de defensa democrática

Sin embargo, la respuesta ciudadana no se ha hecho esperar. En medio de un creciente clima de tensión, surgió el movimiento No Kings, una coalición nacional de resistencia civil contra el autoritarismo que, con motivo del desfile militar impulsado por Trump el 14 de junio —día de la bandera y cumpleaños del mandatario— realizó una movilización histórica en más de 2,000 lugares del país.

“No hay lugar para reyes en una democracia”, afirma el sitio oficial del movimiento. Con el lema “No tronos, no coronas, no reyes”, la movilización busca enfriar las ambiciones autoritarias del mandatario, oponiéndose tanto al desfile como a la nueva oleada de redadas y detenciones.

Un desfile bélico en tiempos de paz: ¿orgullo o provocación?

El evento programado en Washington D.C. —ausente de protestas locales por razones de seguridad— incluye tanques M1 Abrams de 60 toneladas, obuses autopropulsados Paladin y miles de efectivos desfilando como testimonio del poderío militar estadounidense, según el plan de Trump.

Para críticos y activistas, lejos de ser una ceremonia patriótica, el desfile es una representación innecesariamente costosa y provocadora. El gobernador de California, Gavin Newsom, lo llamó “un asalto a la democracia” y ha interpuesto una demanda federal para detener la participación militar en operaciones civiles.

Los alcaldes se plantan

Durante una conferencia de prensa, la vicealcaldesa de Paramount, Brenda Olmos, denunció haber sido golpeada por proyectiles policiales durante las protestas previas. “Le ruego al presidente: deje de aterrorizar a nuestros residentes”, dijo con voz emocionada. A su lado, Karen Bass reiteraba: “Mientras veamos soldados marchar por nuestras calles, el toque de queda continuará”.

El curioso contraste entre la vasta Los Ángeles —de 500 millas cuadradas— y su zona de toque de queda de apenas una milla cuadrada evidencia que no hay amenaza real que justifique tal despliegue militar, según expertos.

Detenciones y violencia policial

Desde el inicio del toque de queda, se han producido casi 400 arrestos por desobedecer órdenes policiales, enfrentamientos, portación de armas y agresión contra oficiales. Nueve policías han resultado heridos, aunque la mayoría con lesiones menores.

Las imágenes de violencia se multiplican: una mujer herida por un proyectil de goma, policías en caballo cargando contra manifestantes, gases lacrimógenos dispersando multitudes. Las denuncias de represión crecen.

Resistencia pacífica en expansión

Aunque Los Ángeles es el epicentro del conflicto, el movimiento No Kings se extiende como reguero de pólvora. En Nueva York, Chicago, Austin y Dallas, las protestas se han replicado. En Filadelfia, la manifestación principal buscó ser la antítesis del desfile militar: una muestra de fuerza ciudadana contra el uso del estado como herramienta de represión.

Los manifestantes ondean banderas estadounidenses no para alinearse con el poder, sino para reivindicar su pertenencia a una nación democrática: “La bandera no le pertenece a Trump. Nos pertenece a todos nosotros”, concluye el manifiesto del movimiento.

Los gobernadores toman partido: polarización política

La militarización ha tensado aún más las divisiones entre gobernadores demócratas y republicanos. Mientras Gavin Newsom encabeza la batalla judicial, otros 22 gobernadores demócratas firmaron una declaración conjunta criticando la medida como “un abuso de poder alarmante”.

Entre tanto, los republicanos adoptan una línea más belicosa: el gobernador de Texas, Greg Abbott, mantiene a la Guardia Nacional en stand-by, listo para actuar ante cualquier manifestación “violenta”. En Florida, Ron DeSantis ofreció enviar refuerzos a California, propuesta rechazada por Newsom como un intento de “inflamar un escenario ya caótico”.

Los peligros de la normalización del autoritarismo

Según Kristoffer Shields, director del Centro Eagleton sobre Gobernadores Estadounidenses, las decisiones de cada mandatario están profundamente influenciadas por el equilibrio político de sus estados, especialmente para aquellos con aspiraciones presidenciales.

“Hay miedo a represalias. Criticar al presidente puede tener consecuencias”, señala Shields. En un país donde el 50% de los adultos aprueba cómo Trump maneja la inmigración —aunque la encuesta es previa al uso de tropas—, la resistencia no es solo de calle: se juega también en los salones del poder.

El precio de la lealtad vs. el costo de la defensa de la democracia

Mientras algunos, como el gobernador de Pensilvania Josh Shapiro, acusan a Trump de “inyectar caos en nuestras calles”, otros optan por la prudencia. En estados como Connecticut, se busca evitar cualquier excusa para una intervención federal.

“No quiero darle al presidente motivos para militarizar Connecticut”, dijo el gobernador Ned Lamont. Este cálculo político es reflejo de un país dividido entre quienes idealizan la ley y el orden como valor supremo y quienes temen perder las libertades fundamentales.

La historia se repite, pero la movilización también

El despliegue militar en protestas civiles, criticado incluso por líderes militares en otras administraciones, recuerda fechas oscuras de represión desde la masacre de Kent State hasta la militarización en Ferguson. Sin embargo, también recuerda que la voz ciudadana tiene poder cuando se organiza pacíficamente a gran escala.

Los motores de tanques pueden ser imponentes, pero más potente es el murmullo coordinado de millones que desafían al poder: “Ningún hombre es rey aquí. No somos su ejército, no somos su escudo, no somos sus súbditos.”

Este artículo fue redactado con información de Associated Press