Trump, los indultos del 6 de enero y la militarización de las protestas en Los Ángeles: una doble moral alarmante
Mientras el expresidente perdona agresiones violentas contra la policía en el Capitolio, amenaza con responder con brutalidad a manifestantes en LA, revelando un estándar de justicia sesgado y peligroso
Un país dividido por el uso selectivo de la ley
En uno de sus primeros actos tras asumir su segundo mandato, el presidente Donald Trump decidió indultar a cientos de participantes en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. Esta decisión incluyó a individuos convictos de agredir brutalmente a agentes del orden, algunos con banderas, bastones y otros objetos contundentes.
Ese mismo líder, apenas días después, lanzó una amenaza explícita a quienes protestan en Los Ángeles contra su más reciente plan de endurecimiento migratorio. "SI ESCUPEN, GOLPEAREMOS, y les prometo que será más fuerte de lo que jamás han sido golpeados", escribió Trump en su red social.
La contradicción es evidente: quienes atacaron el corazón de la democracia son liberados, mientras los que ejercen su derecho ciudadano a protestar son amenazados con el uso de la fuerza militar.
Indultar la violencia, silenciar la disidencia
Durante el asalto al Capitolio, más de 140 agentes fueron heridos en lo que el exfiscal federal Matthew Graves llamó "probablemente el mayor asalto en un solo día contra fuerzas del orden en la historia de EE. UU.".
A pesar de ello, Trump perdonó a más de 1000 condenados, incluyendo al menos 276 culpables de agresión. Muchos de ellos se vieron involucrados en combates cuerpo a cuerpo con la policía y fueron captados por las cámaras de seguridad.
“Estos individuos fueron extremadamente violentos y ahora el presidente los trata como si no hubieran cometido ningún crimen”, expresó Mike Romano, exfiscal en la oficina de Washington D.C. “Mientras tanto, utiliza los incidentes menores en LA como excusa para reprimir con violencia”.
La nueva cruzada migratoria desata protestas
Las recientes protestas en Los Ángeles se encendieron tras una operación migratoria federal en Paramount, donde se concentraron agentes del Departamento de Seguridad Nacional. La reacción fue inmediata: manifestaciones, cortes de rutas y enfrentamientos con las autoridades.
En respuesta, Trump movilizó la Guardia Nacional e incluso activó un batallón de Marines, amparándose en su autoridad federal. Esta medida fue tomada sin el consentimiento del gobernador Gavin Newsom ni de la alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass.
El despliegue militar recuerda al de 1992 tras los disturbios por el caso Rodney King, aunque la diferencia de escala es abismal; las protestas actuales se concentran apenas en una franja del centro urbano.
La amenaza presidencial y el uso del miedo como política
Trump ha dejado claro que su estrategia para consolidar poder pasa por utilizar la agitación civil como justificación para invocar poderes extraordinarios. Su respuesta ante los disturbios en LA forma parte de un patrón que aprovecha el miedo para reforzar el autoritarismo.
Para el politólogo Brendan Nyhan, “el comportamiento de Trump deja en claro que solo valora el estado de derecho cuando le conviene políticamente”.
No es casual que al mismo tiempo indulte a violentos de extrema derecha y reprima a manifestantes contrarios a su política.
Reacciones cruzadas y un clima de tensión creciente
La reacción política al uso de la Guardia Nacional fue transversal. Incluso Rick Caruso, un destacado republicano y ex candidato a la alcaldía de LA, criticó la iniciativa, declarando que no era justificable la militarización de la ciudad.
Una parte de la población ve en estas acciones una escalada innecesaria, mientras que Trump intenta revivir su narrativa de "ley y orden" que le resultó efectiva en su primer mandato.
Sin embargo, la presencia de fuerzas militares en una ciudad en paz transmite un mensaje de fuerza que inquieta incluso a sectores habitualmente afines al expresidente.
Una estrategia política que erosiona la institucionalidad
Trump no solo ha sido indulgente con los responsables del 6 de enero. También ha alentado teorías conspirativas sobre el sistema electoral, desencadenando juicios como el que enfrenta actualmente su aliado Mike Lindell en Denver, acusado de difamar a un exfuncionario de Dominion Voting Systems.
Estas maniobras no son hechos aislados: forman parte de un esquema político basado en la desinformación, el miedo y la coacción. Cuando la fuerza se convierte en la respuesta sistemática a las diferencias políticas, el equilibrio democrático comienza a resquebrajarse.
¿Cuál es el estándar de violencia aceptable?
El daño más profundo que deja esta doble moral es la erosión de la confianza en las instituciones. Si la justicia es blanda con los aliados del poder, pero dura y punitiva con los opositores, ¿cómo se sostiene la legitimidad del sistema?
Romano advierte que este enfoque “transaccional” de Trump hacia las fuerzas de seguridad es tóxico: “esperar que la policía actúe según le convenga al presidente socava la confianza en su trabajo”.
En 2020, muchos atacantes del Capitolio pensaban que la policía debía dejarlos entrar al edificio por su apoyo previo a otros operativos represivos. Esta mentalidad refleja un preocupante debilitamiento del principio básico de que todos son iguales ante la ley.
El futuro inmediato: más polarización
Con nuevos planes migratorios, un aparato judicial cada vez más politizado y una ciudadanía dividida, el panorama político estadounidense se encamina a una polarización aún más intensa.
Trump parece decidido a reforzar su base con actos de fuerza y narrativas de victimización. Pero al hacerlo, exacerba una crisis institucional sin precedentes en la historia reciente del país.
La misma semana en que su exabogado Rudy Giuliani fue declarado culpable de difamación por sus extravagantes afirmaciones sobre las elecciones de 2020, Trump pidió "golpear más fuerte que nunca" a manifestantes en Los Ángeles, muchos de los cuales solo pedían respeto a los derechos humanos de migrantes.
Mientras el país observa, las líneas entre justicia, venganza y manipulación política se van borrando.
¿Crisis de liderazgo o diseño autoritario?
La historia juzgará esta etapa del segundo mandato de Donald Trump con rigidez. Indultar a quienes agredieron a la policía mientras se reprime a quienes la critican verbalmente pone de relieve una peligrosa lógica: la ley como herramienta de dominio político, no como garante del orden social justo.