Trump, Afganistán y el regreso forzoso: ¿un equilibrio geopolítico imposible?

Entre vetos migratorios, promesas de amnistía talibán y un Air Force One de lujo, las tensiones entre Afganistán y EE. UU. marcan un capítulo crítico. Una mirada al impacto político y humano de las decisiones recientes.

Una oferta inesperada desde Kabul

El primer ministro talibán, Mohammad Hassan Akhund, sorprendió al mundo islámico durante el Eid al-Adha al anunciar que todos los afganos que huyeron tras la caída del gobierno respaldado por Occidente pueden regresar a su país sin temor a represalias. En un mensaje transmitido por la red social X, declaró:

“Los afganos que han abandonado el país deben regresar a su tierra ancestral. Nadie les hará daño”

El llamado, presentado con el tono conciliador típico de las grandes fechas religiosas, pretende mostrarse como una vía a la reconciliación nacional, pero llega en un momento de fuerte desconfianza internacional hacia el régimen talibán.

Una comunidad exiliada entre la espada y la pared

La oferta ocurre mientras casi un millón de afganos han huido de Pakistán desde octubre de 2023 debido a una agresiva campaña de deportaciones por parte del gobierno de Islamabad, alimentando el miedo a la detención y expulsión. Muchos de estos refugiados habían buscado reubicación en países como Estados Unidos, pero se enfrentan hoy a un cambio de política drástico.

Años después del colapso del gobierno afgano en agosto de 2021 —cuando las fuerzas talibanes tomaron Kabul al tiempo que Estados Unidos y la OTAN llevaban a cabo una retirada caótica tras veinte años de ocupación— el nuevo panorama geopolítico deja a decenas de miles de exiliados atrapados en un limbo jurídico, humanitario y emocional.

Trump endurece la política migratoria

Justo antes del anuncio talibán, el expresidente Donald Trump reveló un veto migratorio a 12 países, entre ellos Afganistán, prohibiendo tanto la inmigración permanente como temporal —incluidos estudiantes universitarios y solicitantes de asilo político—. Este veto no solo frena drásticamente las opciones de los afganos refugiados, sino que también bloquea el programa clave de reasentamiento para aquellos que colaboraron con las tropas estadounidenses.

Según datos de Departamentos de Estado de EE. UU., hay aproximadamente 80,000 solicitudes pendientes de afganos elegibles bajo el programa SIV (Special Immigrant Visa), muchos de los cuales habían trabajado como traductores, ingenieros o conductores para agencias estadounidenses. La suspensión de este programa no solo pone en riesgo sus vidas, también mina la credibilidad internacional de Estados Unidos como aliado.

¿Puede confiarse en las promesas talibanas?

La comunidad internacional sigue con escepticismo cualquier promesa de amnistía por parte del régimen talibán. Desde que tomaron el poder, organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional han documentado casos sistemáticos de represalias contra exfuncionarios, militares, periodistas y mujeres activistas.

Además, los talibanes enfrentan críticas constantes por su política represiva hacia las mujeres, los medios de comunicación y la educación. En esta misma declaración de Eid al-Adha, Akhund defendió las políticas de su gobierno y atacó a los medios por sus supuestas “falsas acusaciones”.

“No debemos permitir que se apague la antorcha del sistema islámico”, dijo en su mensaje, reafirmando su postura ideológica.

Mientras tanto, Trump quiere un nuevo Air Force One

En medio de esta crisis geopolítica y migratoria, otro ángulo del panorama refuerza las tensiones: el deseo del expresidente Donald Trump de comenzar a utilizar inmediatamente un jet privado donado por la familia real de Catar como el nuevo Air Force One. Sin embargo, el avión necesita significativas adaptaciones de seguridad que podrían demorar años y costar más de $1,000 millones de dólares.

Trump quiere acelerar el proceso, incluso si eso implica omitir ciertos requisitos de seguridad, como sistemas de protección contra pulsos electromagnéticos o defensas antimisiles. Según Troy Meink, secretario de la Fuerza Aérea, algunas de estas modificaciones tienen un costo proyectado menor a $400 millones, pero expertos como Deborah Lee James (exsecretaria de la Fuerza Aérea) han advertido que intentar rediseñar el avión podría costar hasta $1.5 mil millones y sería como “empezar de cero”.

Un jet con implicaciones diplomáticas

La aceptación del jet de Catar y su uso como transporte aéreo presidencial plantea cuestionamientos geopolíticos. Algunos senadores han expresado su preocupación por depender de una aeronave donada por una monarquía extranjera en lugar de esperar el retrasado pero meticulosamente diseñado programa Boeing VC-25B.

La senadora Tammy Duckworth alertó:

“Sería irresponsable poner al presidente en un jet catarí sin garantías absolutas de que puede resistir un ataque nuclear. Es un desperdicio de los fondos del contribuyente.”

Trump no parece estar dispuesto a ceder. Ha declarado con orgullo que el jet fue “conseguido gratis” y quiere que “sirva como Air Force One hasta que estén listos los nuevos aviones”.

El simbolismo del regreso afgano y la política aérea estadounidense

Ambas historias —la invitación talibán a regresar y el enfoque de Trump en personalizar un avión presidencial de lujo— podrían parecer separadas. Pero convergen en un terreno común: cómo se ejecuta el poder político en tiempos de crisis internacional, y cómo las decisiones simbólicas tienen consecuencias profundas en vidas reales.

Por un lado, el regreso de los refugiados afganos plantea riesgos personales de persecución. Por otro, la decisión de priorizar la apariencia y velocidad sobre la seguridad en el avión presidencial revela una administración centrada más en las percepciones que en la prudencia técnica o diplomática. Y, en medio, quedan atrapadas miles de vidas, protegidas por promesas y amenazadas por vetos.

Una visión crítica: ¿Qué está en juego realmente?

Este escenario es, en esencia, una prueba de coherencia política y humanidad. ¿Puede el gobierno talibán garantizar el regreso seguro de ciudadanos mientras reprime libertades internas? ¿Puede una administración estadounidense justificar vetos totales en nombre de la seguridad nacional sin arrastrar consigo a sus propios aliados más vulnerables?

La población afgana, tanto dentro como fuera del país, observa con angustia cómo su futuro es redirigido desde las altas esferas del poder. Como bien apuntó Paul Eckloff, exlíder del Servicio Secreto:

“La labor del Servicio Secreto es mitigar riesgos, no eliminarlos. Pero cuando se trata del presidente, cada decisión tiene consecuencias nacionales.”

Lo mismo puede decirse hoy de Afganistán y del pueblo que aún sigue buscando su lugar en el mundo tras el abandono de las potencias occidentales y las promesas casi mesiánicas de quienes gobernaron con la fuerza de las armas, no de la voluntad popular.

Fuentes:

Este artículo fue redactado con información de Associated Press