Las cicatrices de Okinawa: el viaje del emperador Naruhito a la memoria y la promesa de paz

A 80 años de la batalla más sangrienta en suelo japonés, la familia imperial honra a las víctimas y reabre el debate sobre la presencia militar estadounidense

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Una isla marcada por la guerra

Okinawa, la idílica isla japonesa enclavada al sur del archipiélago, no solo es un paraíso turístico con playas de aguas turquesas. También es, quizás, la herida más profunda del Japón moderno: testigo de la batalla terrestre más sangrienta de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, escenario de una ocupación extranjera y epicentro de tensiones nacionales hasta el día de hoy.

El emperador Naruhito, junto a la emperatriz Masako y su hija, la princesa Aiko, realizaron una visita conmemorativa a Okinawa en vísperas del 80.º aniversario de la batalla de Okinawa. No fue una visita ceremonial más. Representa el más reciente gesto simbólico de una dinastía que ha buscado, desde hace décadas, unir las heridas de un pasado tormentoso con una visión pacífica del presente.

El infierno de Okinawa: abril-junio de 1945

El 1 de abril de 1945, tropas estadounidenses desembarcaron en la isla principal de Okinawa. Lo que siguió fue una batalla que duró casi tres meses y dejó un saldo de aproximadamente 200,000 personas muertas: más de 12,000 soldados estadounidenses y más de 188,000 japoneses, de los cuales la mitad eran civiles okinawenses.

La isla perdió, en términos demográficos, una cuarta parte de su población. La intensidad del combate, los suicidios masivos inducidos por la propaganda militar japonesa y los bombardeos continuos marcaron a fuego a esta región.

Uno de los lugares más emblemáticos es el Mausoleo Nacional por la Paz, en la ciudad de Itoman —el punto donde oficialmente cesaron los combates. Allí descansan los restos de miles de víctimas de la guerra. Fue el primer sitio donde Naruhito y su familia depositaron flores blancas como símbolo de respeto y memoria.

Del infierno bélico a la ocupación extranjera: Okinawa tras la guerra

Tras la rendición de Japón en agosto de 1945, Okinawa pasó a estar bajo administración estadounidense —un estatus que duró hasta 1972, cuando finalmente fue devuelta a Japón. Aunque jurídicamente volvió a formar parte del país, la presencia militar estadounidense nunca desapareció del todo.

En la actualidad, el 70% de las instalaciones militares de EE. UU. en Japón se encuentran en Okinawa, a pesar de que la isla sólo representa el 0.6% de la superficie nacional. Esto ha generado históricamente un profundo malestar entre los habitantes locales, quienes sufren los efectos colaterales de dicha presencia: contaminación acústica, accidentes aéreos, crímenes sexuales y restricción territorial.

El gobernador de Okinawa, Denny Tamaki, ha sido una de las voces más críticas. En mayo, tras una serie de casos de agresiones sexuales contra mujeres locales, se organizó un foro entre autoridades locales y militares estadounidenses para intentar mejorar la seguridad y establecer una comunicación más fluida.

Una familia imperial comprometida con Okinawa

El viaje de la familia imperial no es un acto aislado. Responde a una esmerada continuidad en la política de memoria y reconciliación impulsada desde el trono. El antiguo emperador Akihito, padre de Naruhito y emperador emérito desde 2019, es recordado por haber sido el primer miembro de la familia imperial en visitar Okinawa después de la guerra.

En su visita de 1975, siendo aún príncipe heredero, Akihito fue atacado con un cóctel molotov. A pesar de esa hostilidad inicial, Akihito siguió visitando la isla de forma regular, expresando con cada visita su dolor y compromiso con las víctimas.

Naruhito, fiel a ese legado, ha declarado en varias ocasiones la importancia de transmitir la historia bélica a las nuevas generaciones. En su mensaje más reciente, reiteró que "debemos reflexionar constantemente sobre la historia y reforzar nuestra determinación por la paz".

Homenajes, museos y víctimas olvidadas

Durante su visita, la familia imperial también recorrió el Monumento de la Piedra Angular de la Paz, donde hay inscritos los nombres de cerca de 250,000 muertos en la batalla. Allí, se encontraron con sobrevivientes y familias en duelo.

Otro momento significativo ocurrió en el homenaje a las víctimas del barco Tsushima Maru, un buque de evacuación civil torpedeado por un submarino estadounidense en agosto de 1944. Cerca de 1,500 personas murieron, entre ellas cientos de escolares. Naruhito, Masako y Aiko visitaron el museo dedicado al incidente y se reunieron con los escasos sobrevivientes que aún viven para contar su historia.

La emperatriz y su hija, en un mensaje conjunto, destacaron cómo "la historia de sufrimiento del pueblo okinawense ha tocado profundamente sus corazones".

El legado incómodo de Hirohito

Pese a los gestos conciliadores de los últimos emperadores, la figura del emperador Hirohito (1901-1989), abuelo de Naruhito y líder nominal de Japón durante la guerra, sigue generando controversias en Okinawa. Muchos habitantes consideran que la guerra fue librada en su nombre, y que su silencio tras la tragedia justificó lo injustificable.

Las críticas crecieron especialmente durante los años 70, cuando se cuestionó que el emperador nunca hubiera pedido perdón a los okinawenses. Fue en ese contexto que Akihito decidió marcar distancia respecto al papel de su padre y abrir un nuevo canal de diálogo.

Desde entonces, sólo dos fechas más, aparte del 23 de junio, fueron señaladas por Akihito como momentos que Japón no debe olvidar: el 6 y 9 de agosto por los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, y el 15 de agosto, día de la rendición del Imperio Japonés.

El presente: entre resistencia cultural y debate estratégico

Hoy, Okinawa es mucho más que un campo de batalla del pasado. Es símbolo y escenario de una resistencia identitaria y pacifista. Aunque forma parte de Japón, mantiene dialectos propios, costumbres ancestrales y una fuerte conciencia de colectivo apartada del nacionalismo histórico japonés.

El peso de las bases estadounidenses, ligadas a un tratado de seguridad con Japón desde 1960, mantiene la isla en una encrucijada geopolítica. Por un lado, es una avanzadilla clave frente a tensiones en el mar de China Oriental; por otro, una región que se siente sacrificada en nombre de una seguridad que no les corresponde.

"Hemos soportado décadas de ocupación, ruido, accidentes y violencia. ¿Hasta cuándo?", se preguntan muchos ciudadanos. El futuro de Okinawa no depende sólo del gobierno japonés, sino también de la diplomacia entre Tokio y Washington.

Una conmemoración con mensaje: Okinawa no olvida

La visita del emperador Naruhito no es un gesto vacío ni una obligación dinástica. Es, ante todo, un mensaje. En un mundo donde las tensiones militares resurgen y los discursos bélicos toman fuerza, Japón opta por recordar. Recordar el horror, la pérdida, las cicatrices, y sobre todo, la vida que siguió adelante.

Okinawa es, todavía hoy, una isla herida. Pero también es un corazón que late al ritmo de la memoria, un grito silencioso entre monumentos y banderas blancas, un territorio donde la historia se pasea a diario entre las calles sembradas de dolor y resiliencia.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press