¿Puede Estados Unidos ser un anfitrión global con políticas migratorias restrictivas?
Con el Mundial 2026 y los Juegos Olímpicos 2028 en el horizonte, las nuevas restricciones de viaje impulsadas por Trump generan dudas sobre el compromiso del país con el espíritu internacionalista del deporte
Por: Redacción
El deporte necesita fronteras abiertas
Estados Unidos está a punto de convertirse en el epicentro deportivo del mundo con dos megaeventos que se avecinan: la Copa Mundial de la FIFA 2026 y los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028. Sin embargo, el contexto político en el que se celebrarán genera inquietudes legítimas. Las recientes políticas migratorias del presidente Donald Trump, especialmente su nuevo veto migratorio que afecta a 19 países, amenazan con contradecir la premisa esencial de estos eventos: unir a las naciones a través del deporte.
Estas medidas han puesto en debate si Estados Unidos, pese a su capacidad logística, económica y deportiva, está realmente preparado para ser el escenario de eventos que demandan apertura, inclusividad y cooperación global.
El nuevo veto migratorio: ¿a quién afecta?
La política de viajes restringe el ingreso a ciudadanos de doce países: Afganistán, Birmania, Chad, República del Congo, Guinea Ecuatorial, Eritrea, Haití, Irán, Libia, Somalia, Sudán y Yemen. Además, impone restricciones adicionales a personas de Burundi, Cuba, Laos, Sierra Leona, Togo, Turkmenistán y Venezuela.
La justificación de Trump: estos países tienen “procesos de evaluación y verificación de antecedentes deficientes” o se rehúsan sistemáticamente a repatriar a sus propios ciudadanos deportados desde EE. UU. Aunque la medida, según el gobierno, busca proteger la seguridad nacional, sus repercusiones diplomáticas, deportivas y sociales son profundas.
El impacto sobre el Mundial 2026
El Mundial 2026 será histórico al celebrarse por primera vez en tres países: Estados Unidos, México y Canadá. La mayor parte de los partidos –incluida la final– tendrán lugar en suelo estadounidense. Pero aquí es donde surgen las contradicciones.
- Irán, una potencia en Asia, ya ha clasificado al torneo, pese a estar en la lista negra.
- Haití y Cuba podrían clasificar vía eliminatorias de la CONCACAF.
- Libia y Sudán siguen vivos, aunque con pocas probabilidades.
La administración de Trump ha aclarado que las restricciones hacen excepciones para atletas y cuerpos técnicos que participen en eventos mayores como el Mundial u Olímpicos. Es decir, los equipos sí podrán ingresar si clasifican.
No obstante, los aficionados no reciben el mismo trato. Y ahí reside el problema. ¿Qué es un Mundial sin la pasión de las gradas? ¿Sin esa combinación de culturas que convierte el fútbol en una herramienta de diplomacia?
Juegos Olímpicos: un caso más problemático
Los Juegos Olímpicos son incluso más inclusivos. En Tokio 2021 participaron 206 Comités Olímpicos Nacionales, incluyendo estados sin reconocimiento formal como Palestina. En Los Ángeles se espera una participación similar.
Las excepciones también aplican a atletas olímpicos, pero el problema vuelve a ser el acceso de fans, entrenadores, personal médico, delegaciones artísticas y hasta periodistas de países vetados. La magnitud cultural de los Juegos podría verse reducida por políticas que anteponen seguridad a la integración.
¿Y los aficionados?
La medida no incluye excepciones claras para el público general. Para quienes deseen viajar desde alguno de los países afectados, conseguir una visa ya era complicado; con la nueva política es prácticamente inviable.
Un dato revelador: en Rusia 2018 y Qatar 2022, los asistentes podían ingresar ampliamente con una entrada al partido — que fungía como una especie de visa electrónica. En Estados Unidos no será así.
Esto excluye a miles de hinchas que podrían participar de la fiesta mundialista. La política amplía, además, la brecha entre el deporte popular y la élite: los únicos que podrán sortear los obstáculos serán aquellos con pasaporte alterno o residencias en países más «aceptables» para el sistema estadounidense.
El rol de FIFA y el Comité Olímpico Internacional
FIFA y el COI afirman no haber recibido advertencias sobre problemas con visados. Sin embargo, trabajan discretamente con el Departamento de Estado y el Comité Organizador para garantizar el ingreso de las delegaciones.
Gianni Infantino, presidente de la FIFA, ha estrechado lazos con Trump desde 2018. Se sentó a su lado en una reunión del task force en la Casa Blanca el 6 de mayo de 2025, junto a la Secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem.
Casey Wasserman, presidente de LA28, dijo en marzo: “No anticipo ningún problema con ningún país”. Añadió que hay un “escritorio completamente operativo” en el Departamento de Estado para agilizar visados olímpicos.
Pero ¿esa coordinación incluye a fanáticos y medios? Por ahora, la respuesta es incierta.
Otras experiencias: Rusia y Qatar, más hospitalarios
Pese a sus cuestionadas políticas internas, Rusia 2018 y Qatar 2022 permitieron entradas directas con boletas de partido, simplificando enormemente el ingreso. Ningún país del mundo implementó restricciones migratorias estrictas para impedir la llegada de hinchas, al menos formalmente.
Incluso para figuras diplomáticamente problemáticas —como Alexander Lukashenko, president de Bielorrusia—, los obstáculos vinieron de organismos deportivos (el COI vetó su presencia en Tokio) y no de gobiernos anfitriones.
¿Qué dicen los valores olímpicos y de la FIFA?
Los Juegos se rigen por la Carta Olímpica, cuyo principio número 4 establece: “La práctica del deporte es un derecho humano. Toda persona debe tener la posibilidad de practicar deporte sin discriminación de ningún tipo”.
FIFA, por su parte, predica valores de igualdad, inclusión y unidad. En su campaña para adjudicar la sede 2026, Estados Unidos prometió apertura y respeto a la diversidad.
El actual veto parece contradecir esos compromisos.
¿Hay forma de revertir este daño?
Muchos esperan que el Congreso o futuras reformas frenen el alcance del veto. Otros apuestan a un cambio de administración que reoriente la relación con el resto del mundo. Lo cierto es que, a poco más de un año del Mundial, los organizadores enfrentan presiones crecientes para garantizar la presencia de todas las culturas, no solo en el campo, sino en la tribuna, prensa y entorno cultural.
Mientras tanto, el mensaje parece contradictorio: Estados Unidos invita al planeta a celebrar, pero con restricciones.
Estados Unidos: ¿gigante deportivo, pero anfitrión excluyente?
La historia ha demostrado que el deporte puede tender puentes incluso en contextos geopolíticos hostiles. En 1971, un simple partido de tenis de mesa entre EE. UU. y China dio inicio a la “diplomacia del ping-pong”, relajando décadas de enemistad diplomática.
Hoy, Estados Unidos tiene en sus manos la oportunidad de demostrar que sigue creyendo en el poder del deporte como herramienta de paz, inclusión y unidad global. Pero si mantiene políticas excluyentes, corre el riesgo de aislarse, no solo desde lo político, sino desde lo simbólico.
Como dijo Nelson Mandela: “El deporte tiene el poder de inspirar. Tiene el poder de unir a las personas de una manera que pocas cosas logran”. El reto para Estados Unidos es demostrar que estas palabras no son solo retórica vacía, sino una guía para ser, realmente, un anfitrión del mundo.