Nahel Merzouk y la fractura racial en Francia: un juicio que puede sacudir la República
La muerte del joven de ascendencia norteafricana a manos de un policía en Nanterre, y el juicio que se avecina, reavivan el debate sobre racismo, brutalidad policial y desigualdad estructural en Francia.
La muerte que encendió una nación
El 27 de junio de 2023, Francia fue testigo de una tragedia que desató una tormenta social. Nahel Merzouk, un joven de 17 años de origen norteafricano, fue abatido de un disparo por un agente de policía durante un control de tráfico en Nanterre, un suburbio al oeste de París. Su muerte no solo estremeció a su comunidad, sino que desencadenó una ola de protestas en todo el país, evidenciando las tensiones raciales y sociales profundamente arraigadas en la sociedad francesa.
El hecho fue registrado en video por un transeúnte. En las imágenes, se ve a dos agentes junto a la ventana del automóvil que Merzouk conducía, uno de ellos apuntándole directamente con un arma. Cuando el vehículo comienza a avanzar lentamente, el oficial dispara una vez, hiriendo mortalmente al joven. Esta secuencia de eventos alimentó la indignación pública, ya que parecía contradecir la versión policial inicial según la cual la vida del agente estaba en peligro.
Un juicio por homicidio voluntario
Este martes, la fiscalía de Nanterre anunció que el funcionario policial —identificado como Florian M., según documentos judiciales— será juzgado por homicidio voluntario en 2026. El proceso judicial ha sido largo, marcado por la controversia y la presión pública. Aunque el agente fue detenido por un tiempo, luego fue liberado bajo vigilancia mientras continuaba la investigación.
El fiscal Pascal Prache declaró oportunamente que, “según la evidencia inicial, el uso del arma no estaba justificado legalmente”. Estas palabras fueron claves para calmar temporalmente la furia de la ciudadanía y garantizar que se haría justicia. Pero dos años después del incidente, el sentimiento mayoritario es de escepticismo ante un sistema que, demasiadas veces, ha exonerado a funcionarios involucrados en casos similares.
La explosión social: protestas, incendios y un herido mortal
Durante las semanas siguientes a la muerte de Nahel, Francia se sumió en una serie de disturbios masivos. Más de 3,000 personas fueron arrestadas en todo el país. Escuelas, ayuntamientos, estaciones de policía y comercios fueron atacados. Algunas protestas devinieron en violencia, saqueos y enfrentamientos con las fuerzas del orden, especialmente en los barrios conocidos como banlieues, hogar de muchas familias inmigrantes y escenario frecuente de tensión social.
En la Guayana Francesa, territorio de ultramar, una protesta paralela resultó en la muerte accidental de un manifestante de 54 años, alcanzado por una bala perdida. Esta tragedia reflejó cómo la indignación por la muerte de Nahel rebasó ampliamente los límites de Nanterre.
El contexto racial y la historia colonial no resueltas
El caso Merzouk expuso crudamente una herida abierta en la sociedad francesa: el legado colonial y su impacto sobre generaciones enteras de ciudadanos no blancos. Muchos de los habitantes de las banlieues son descendientes de inmigrantes de antiguas colonias francesas como Argelia, Marruecos y Mali. Estas comunidades, pese a contar con ciudadanía francesa, continúan experimentando condiciones sistemáticas de exclusión, pobreza y violencia policial.
Según cifras del Comité Nacional Consultivo de Derechos Humanos, un 60% de los franceses creen que el racismo estructural es un problema real en las fuerzas de orden. Y un informe del Defensor del Pueblo en 2020 reveló que los jóvenes varones negros y árabes tienen 20 veces más probabilidad de ser parados por la policía en controles aleatorios.
La policía en la mira
Los sindicatos policiales defienden la actuación del agente indicado, alegando que la situación fue "extremadamente tensa" y que sus vidas estaban potencialmente amenazadas. Sin embargo, voces desde organizaciones de derechos humanos hasta partidos políticos de izquierda señalan que este es solo uno más de una larga lista de incidentes mortales con un patrón similar.
En 2016, Adama Traoré, un joven de origen maliense, murió bajo custodia policial. En 2020, durante las protestas globales por el asesinato de George Floyd en Estados Unidos, miles marcharon en París en nombre de Traoré y otros jóvenes racializados muertos durante enfrentamientos con la policía francesa. El patrón es demasiado conocido. ¿Hasta cuándo?
¿Reformar o desmantelar?
El gobierno de Emmanuel Macron prometió reformas. Se han instalado cámaras corporales en miles de efectivos, y se han celebrado foros para abordar la relación entre la policía y los jóvenes. Pero para muchos activistas y asociaciones vecinales, esas medidas no atacan el problema de fondo: la cultura de impunidad que se percibe entre fuerzas del orden al tratar con minorías.
La ONG Human Rights Watch ha urgido al Estado francés a llevar a cabo una revisión integral del uso de la fuerza, subrayando que existe una cultura institucional donde algunos oficiales consideran a ciertos ciudadanos como "enemigos internos". Esta percepción conduce a actuaciones donde la violencia parece ser la regla más que la excepción.
Nahel como símbolo
Nahel Merzouk no era un activista, ni un delincuente prolífico, ni alguien que estuviera realizando una acción política. Era un joven normal que iba al volante de un Mercedes sin licencia completa. Su caso se viralizó no solo por las circunstancias impactantes de su muerte, sino porque encarnó toda una serie de realidades que muchas comunidades intentan denunciar sin éxito desde hace décadas.
En Francia, los nombres de los muertos en manos de la policía se han convertido en banderas de lucha: Zyed y Bouna (2005), Adama Traoré (2016), Cédric Chouviat (2020) y ahora Nahel Merzouk. Cada uno, recordado con marchas, pancartas, pintadas y protestas que claman justicia.
Un juicio con impacto político
El proceso que se celebrará en 2026 contra el agente Florian M. no será simplemente un juicio sobre un disparo. Será un juicio sobre cómo Francia concibe la libertad, la igualdad y la fraternidad cuando entra en contacto con el color de piel y el código postal de sus ciudadanos.
El país, que se enorgullece de ser la cuna de los derechos humanos, tendrá que demostrar si ese ideal incluye —y protege— a todos sus ciudadanos por igual. Y, más importante aún, tendrá que decidir qué tipo de república quiere ser para las próximas generaciones: una que escucha y reforma, o una que reprime y olvida.
“Justice pour Nahel” no es solo un grito de protesta: es una exigencia ante una historia que aún debe ser rectificada.