Estados Unidos desmantela su sistema de salud pública: una amenaza silenciosa que pone vidas en riesgo
Los recortes masivos en salud pública eliminan programas esenciales mientras regresan enfermedades antes controladas, como el sarampión y la tos ferina
Una crisis silenciosa: salud pública bajo asedio
En medio de amenazas crecientes como el resurgimiento del sarampión, la tos ferina e incluso la gripe aviar, Estados Unidos está ejecutando una serie de recortes presupuestarios sin precedentes al sistema de salud pública que durante décadas ha protegido a millones de personas.
La administración Trump ha retirado más de 11.000 millones de dólares en financiación federal directa destinada a salud pública y ha eliminado más de 20.000 puestos de trabajo en agencias de salud nacionales. Además, propone eliminar miles de millones más.
Estos recortes no solo afectan la capacidad de respuesta ante pandemias futuras, sino que ya están dejando consecuencias visibles: programas de vacunación escolar cerrados, centros de pruebas de COVID-19 clausurados y clínicas móviles desactivadas. Los funcionarios locales hablan de un sistema reducido a una sombras de lo que fue, mientras enfermedades consideradas erradicadas vuelven.
El trabajo invisible que salva vidas
Uno de los grandes problemas de la salud pública es que su éxito, paradójicamente, es silencioso: si todo funciona bien, nadie lo nota. Inspecciones de restaurantes, monitoreo de aguas residuales, intervenciones en brotes epidémicos, vacunaciones... son tareas que salvan vidas sin generar titulares.
Por ejemplo, en el condado de Mecklenburg, Carolina del Norte, una clínica móvil acudía regularmente a escuelas secundarias para vacunar a adolescentes contra enfermedades como el sarampión o la polio. Con el fin de este programa por los recortes, ocho empleados fueron despedidos. Ya no habrá más visitas periódicas. Ya no habrá más escudos invisibles para prevenir brotes.
Invertir en prevención ahorra millones
Los expertos coinciden en que invertir en salud pública no solo salva vidas, sino que es altamente rentable:
- Cada dólar gastado en vacunas infantiles ahorra $11 en costos médicos.
- Programas de cesación de tabaquismo pueden ahorrar hasta $3 por cada dólar invertido.
- Controlar el asma puede representar un ahorro de $70 por dólar invertido.
Sin embargo, los departamentos de salud locales y estatales dependen en gran medida de financiación federal que se otorga de forma intermitente y muchas veces como respuesta a emergencias, no como una inversión constante.
Una salud pública financiada con altibajos
A diferencia de servicios como los departamentos de bomberos, que se mantienen operativos incluso en tiempos de calma, la salud pública en EE.UU. funciona con ciclos de auge y declive. Cuando golpea una crisis —como ocurrió durante el COVID-19— el dinero fluye. Pero una vez que la emergencia pasa, los fondos desaparecen.
Durante la pandemia, muchos departamentos pudieron crecer y contratar personal. En Chicago, por ejemplo, los fondos relacionados con COVID representaban el 51% de su presupuesto de salud. Hoy, sin ese dinero, deben reducir personal y cerrar programas, incluso por debajo de los niveles pre-pandemia.
Más de 180 empleados perdieron su empleo en el departamento de salud de Mecklenburg cuando los fondos se agotaron. También cerró una colaboración clave con la Universidad de Carolina del Norte para monitorear las aguas residuales en busca de nuevas variantes del COVID-19 o brotes de gripe aviar. Un servicio esencial, eliminado.
El riesgo de perder capacidad de respuesta
Los recortes también han afectado la capacidad de respuesta ante brotes infecciosos. En Columbus, Ohio, nueve especialistas en intervención de enfermedades quedaron sin empleo justo cuando un brote de sarampión comenzaba a emerger. En Nashville, se cerró un programa de pruebas gratuitas para influenza y COVID.
Más allá de las cifras, estos ajustes tienen rostros humanos: la enfermera Kim Cristino, que se encargaba de aplicar vacunas a estudiantes en una unidad móvil, ya no podrá proteger con una simple aguja a jóvenes cuyos padres no pueden llevarlos al médico. El Dr. Raynard Washington, director de salud en Mecklenburg, lo resume claramente: “A veces el reto es una nueva enfermedad, por eso es crucial tener una infraestructura sólida todo el tiempo”.
Motivos políticos y filosóficos
El argumento de la administración Trump para los recortes es que la pandemia de COVID-19 “ya terminó”, y por tanto no se necesitan esos fondos. Además, Robert F. Kennedy Jr., actual Secretario de Salud bajo esa administración y activista conocido por sus posturas anti-vacunas, impulsa una reforma al sistema que muchos consideran peligrosa.
Según Andrew Nixon, portavoz del Departamento de Salud y Servicios Humanos, “estas medidas no son un abandono de la salud pública, sino una forma de reformarla”. Rechazan que se haya renunciado a enfrentar amenazas urgentes, aunque la evidencia en el terreno demuestra lo contrario.
Ejemplos concretos del impacto
Algunos ejemplos que demuestran la escala del daño:
- En Kansas City, se canceló la compra de medio millón de dólares en equipos para detectar enfermedades infecciosas. Ya no podrán hacer sus propios análisis.
- En Connecticut, se eliminó un programa de intervención temprana para niños con problemas auditivos debido al recorte a un equipo completo de los CDC.
- Se cerraron líneas telefónicas estatales para dejar de fumar, programas para prevenir ahogamientos infantiles y tratamientos contra el VIH.
La Dra. Manisha Juthani, comisionada de salud de Connecticut, declaró ante el Congreso en abril: “La fórmula actual de incertidumbre pone vidas en riesgo”.
Una amenaza inmediata... y futura
El problema no ha terminado. Más bien, empeora. Se han propuesto recortes que reducirían a la mitad el presupuesto de los CDC. Recordemos que el 80% de su presupuesto se transfiere a estados y comunidades locales. Impactar a la CDC significa afectar toda la red nacional de salud pública.
Michael Eby, director clínico en Mecklenburg, advierte: “Sin el financiamiento adecuado, no podemos lidiar con estas amenazas. Corremos el riesgo de que se salgan de control y causen muertes que podríamos haber evitado”.
Desmantelar la salud pública no es una opción
Los líderes en salud pública coinciden: el país está volviendo a un sistema débil, improvisado e incapaz de mitigar futuros brotes. Mientras tanto, enfermedades que pensábamos erradicadas regresan. Las vacunas son menos accesibles. Las comunidades menos favorecidas son las más vulnerables.
La salud pública es un servicio esencial, como lo son la policía o los bomberos. No podemos esperar a que arda la casa para buscar la manguera. Necesitamos inversión constante, estructuras sólidas y compromiso político real para proteger a la población.
Si Estados Unidos no revierte esta tendencia, los próximos brotes serán más letales, más costosos y más devastadores. Y esta vez, no podremos decir que no lo vimos venir.