La sombra persistente del golpe: Turquía, FETÖ y el legado de 2016

A casi una década del intento de golpe de Estado en Turquía, las purgas continúan, revelando una lucha interna inacabada entre el poder civil y las estructuras paralelas

Un eco de 2016 que todavía resuena

El 15 de julio de 2016 marcó un antes y un después en la historia reciente de Turquía. Aquella noche, unidades disidentes del ejército intentaron derrocar al presidente Recep Tayyip Erdoğan en un golpe de Estado que rápidamente se tornó violento. Aviones militares bombardearon edificios oficiales, civiles salieron masivamente a las calles y el propio presidente escapó por poco a un intento de captura.

El saldo fue trágico: más de 290 personas muertas y miles de heridos. Pero lo que vino después ha dejado una huella aún más duradera: una purga masiva dentro de las estructuras estatales y un giro autoritario en el gobierno.

El golpe que nunca terminó

Esta semana, casi nueve años después, la Fiscalía de Estambul emitió 63 órdenes de arresto contra miembros activos de las fuerzas armadas –incluidos cuatro coroneles– por presuntos vínculos con el movimiento gulenista. Según el gobierno, este grupo, al que denomina Organización Terrorista Fethullahista (FETÖ), es responsable del intento de golpe.

En redadas matutinas realizadas en todo el país, 56 de los sospechosos fueron detenidos, confirmando que para el Estado turco la amenaza del gulenismo sigue viva. “FETÖ sigue representando la mayor amenaza a la supervivencia del orden constitucional”, afirma el comunicado oficial.

¿Quién fue Fethullah Gülen?

Fethullah Gülen fue un clérigo musulmán que, en sus inicios, apoyó la llegada al poder de Recep Tayyip Erdoğan. Su movimiento, centrado en la educación y el islam moderado, construyó una red poderosa en Turquía e internacionalmente: controlaba escuelas, medios de comunicación, fundaciones e incluso empresas.

Radicado en Pensilvania, EE.UU., desde 1999 en “autoexilio”, Gülen siempre negó cualquier responsabilidad en el intento de golpe. Sin embargo, tras el intento fallido de derrocamiento, el gobierno turco lo identificó como el cerebro detrás del intento de subversión.

Gülen falleció en octubre de 2023, pero su legado continúa siendo una fuente de polarización política en Turquía.

Una purga sistemática que no cesa

Desde 2016, al menos 25,801 miembros del ejército han sido arrestados por presuntos vínculos con FETÖ, según datos oficiales. A esto se suman decenas de miles de despidos y arrestos en la policía, el sistema judicial, el sistema educativo y otras instituciones públicas.

El número de instituciones cerradas también es considerable: cientos de escuelas, universidades, medios de comunicación y empresas han sido confiscadas o clausuradas, bajo el argumento de tener vínculos con el movimiento gulenista.

Erdoğan y la consolidación del poder

Luego del intento de golpe, el presidente Erdoğan implementó un estado de emergencia que duró dos años. Durante ese periodo, acumuló amplios poderes a través de decretos presidenciales, y en 2018 impulsó una enmienda constitucional que transformó el sistema parlamentario en un régimen presidencialista.

La transición fue polémica: opositores y ONG han denunciado una deriva autoritaria. Según Freedom House, una organización internacional que evalúa la calidad democrática de los países, Turquía es clasificada como “no libre” desde 2018.

Las heridas políticas aún abiertas

El golpe también consolidó divisiones políticas internas. Erdoğan ha utilizado de forma estratégica la narrativa del “ataque contra la nación” para galvanizar su base de apoyo, pero esa misma retórica ha intensificado la represión de la disidencia. Críticos, periodistas y académicos han sido blanco del aparato judicial bajo acusaciones de “terrorismo”.

El ejemplo más reciente: el arresto del periodista sueco Bülent Keneş, exdirector del diario Today’s Zaman, cerrado por sus presuntos vínculos con Gülen. Aunque fue liberado recientemente por presión internacional, su caso simboliza la delgada línea entre seguridad nacional y libertad de prensa en Turquía.

¿Qué queda del movimiento gulenista?

En Turquía, el movimiento prácticamente ha desaparecido del espacio público. No obstante, su red de escuelas internacionales sigue operando en decenas de países, especialmente en África, Asia Central y Estados Unidos. Aunque el movimiento ha perdido fuerza, Turquía continúa presionando a gobiernos extranjeros para cerrar esas instituciones o extraditar a sus dirigentes.

En octubre de 2022, por ejemplo, Albania extraditó a un maestro acusado de pertenencia a FETÖ, un acto que generó tensión con algunos sectores pro derechos humanos europeos.

¿Seguridad o control político?

El verdadero debate subyacente es si la amenaza de FETÖ es real y latente, como insiste el gobierno, o si se ha convertido en una herramienta política para silenciar opositores. Organismos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch denuncian que en muchos casos, las evidencias presentadas por el Estado no son suficientes para justificar los arrestos o despidos.

“La etiqueta de FETÖ se ha convertido en una carta blanca para la represión política en Turquía”, señala Andrew Gardner, investigador de Amnistía Internacional.

El uso de ByLock (una aplicación de mensajería que, según el gobierno, era usada por gulenistas) como única evidencia para arrestar a personas ha sido muy criticado por no cumplir con estándares internacionales de debido proceso.

El futuro: ¿puede cerrarse este capítulo?

Mientras Turquía se enfrente a retos como la desaceleración económica, conflictos regionales y disputas diplomáticas con Occidente, el tema FETÖ probablemente seguirá siendo un punto de fractura y un elemento movilizador político útil para el AKP, el partido de Erdoğan.

No obstante, para avanzar hacia una reconciliación nacional, muchos expertos señalan la necesidad de un proceso imparcial de justicia transicional, donde se separen responsabilidades criminales reales de la persecución ideológica.

Hasta que eso ocurra, las detenciones como las anunciadas esta semana seguirán siendo interpretadas tanto como medidas de seguridad como gestos de control político.

La pregunta, nueve años después, sigue latente: ¿terminó realmente el golpe en Turquía aquella noche de julio, o fue sólo el comienzo de otra lucha silenciosa?

Este artículo fue redactado con información de Associated Press