Kyiv bajo fuego: una noche de terror y diplomacia frágil en Ucrania
El último ataque masivo ruso y el mayor intercambio de prisioneros del conflicto exponen la complejidad de una guerra que se niega a terminar
Una noche bajo asedio
La noche del 24 de mayo de 2025 despertó a los habitantes de Kyiv con un estruendo inconfundible: misiles, drones y fuego de ametralladoras sacudieron la capital ucraniana en uno de los ataques más contundentes de los últimos meses. Las sirenas antiaéreas sonaban sin pausa, mientras miles de residentes se desplazaban a prisa hacia refugios subterráneos, como las estaciones del metro.
Según Tymur Tkachenko, jefe interino de la administración militar de Kyiv, los restos de drones y misiles interceptados cayeron en al menos cuatro distritos de la ciudad, provocando incendios y lesiones a seis personas. Una de las zonas más perjudicadas fue Solomianskyi, donde el fuego arrasó parcialmente varias estructuras residenciales.
El impacto humano
Las imágenes de ciudadanos desplazándose entre vidrios rotos o bomberos rescatando a sobrevivientes en medio de escombros muestran una ciudad sometida al pánico y al desastre. En el distrito de Obolon, fragmentos de un dron impactaron un centro comercial y un edificio de apartamentos, confirmó el alcalde Vitalii Klitschko.
Los ataques coincidieron con el inicio del intercambio de 1,000 prisioneros entre Rusia y Ucrania —el mayor hasta ahora— en la frontera con Bielorrusia. El presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskyy, informó que 390 compatriotas fueron liberados durante la primera fase, con más liberaciones previstas durante el fin de semana.
El simbolismo de un intercambio en tiempos de guerra
Este intercambio no es un acto nuevo dentro de la guerra, pero su magnitud evidencia la complejidad del conflicto. Representa al mismo tiempo un gesto de humanidad y una paradójica demostración de cómo el entendimiento es aún posible a pesar del enfrentamiento. La ONU y la Cruz Roja Internacional han pedido en múltiples ocasiones más acciones de este tipo, pero la desconfianza mutua y la falta de avances diplomáticos empañan cualquier gesto de buena voluntad.
La periodista ucraniana Natalia Mosych expresó su angustia al esperar con una foto de su esposo. “¡Vanya!”, gritaba, “¡mi marido!”. Tal escena, repetida cientos de veces en el punto de encuentro, revela que, más allá de estadísticas, una guerra está hecha de nombres y lágrimas.
Balance de una guerra estancada
El conflicto ya alcanza tres años de duración, con más de 70,000 soldados muertos o heridos de ambos bandos, según estimaciones del Grupo de Investigación del Conflicto de Ucrania —una cifra tentativamente conservadora, pues ambos países se reservan datos fidedignos.
En el terreno militar, el frente se mantiene extenso, abarcando unos 1,000 kilómetros de este a oeste ucraniano. Ni Rusia ha logrado romper totalmente la línea defensiva ucraniana, ni Ucrania ha recuperado sus territorios ocupados. Lo que predomina es un estancamiento táctico, pero con una violencia constante.
Turquía: puente del diálogo
El reciente encuentro en Estambul entre delegados rusos y ucranianos, auspiciado por el ministro de Relaciones Exteriores turco Hakan Fidan, derivó en la coordinación logística del canje de prisioneros. Fidan calificó el proceso como una “medida para generar confianza”, y expresó esperanzas de que pueda allanar el camino hacia otro posible diálogo sobre un alto al fuego.
Pero esta posibilidad se desinfla ante los comentarios del portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, quien dijo que aún no hay consenso sobre una sede para próximas rondas. Peor aún, Rusia sigue apostando por su iniciativa militar, con informes recientes que indican que entre el 20 y el 23 de mayo lograron interceptar 788 drones ucranianos fuera del campo de batalla.
Una paz que no despega
El ministro ruso de Relaciones Exteriores, Sergey Lavrov, declaró que Rusia presentará a Ucrania un borrador de acuerdo de paz que, según sus palabras, debe ser “sostenible, integral y prolongado”. Sin embargo, no se han revelado detalles sobre el contenido, y muchos analistas desconfían. Ucrania y sus aliados europeos han insistido en que cualquier acuerdo debe comenzar con un cese al fuego inmediato, algo que Rusia ha evitado comprometer públicamente.
Según The Economist, más del 75% de los analistas militares considera improbable una desescalada antes del fin de 2025. Esto se debe tanto al interés estratégico de Rusia por controlar regiones como Donetsk y Luhansk, como por la dependencia ucraniana del apoyo militar de Occidente.
Vida bajo esfuerzo y resistencia civil
La población civil sigue pagando un precio desproporcionado. Una encuesta de Reuters/Ipsos descubrió que el 62% de los ucranianos de Kyiv viven con estrés constante debido a los ataques, y el 48% ha recurrido a medicamentos para conciliar el sueño o controlar la ansiedad.
No obstante, Kyiv continúa funcionando. Las universidades ofrecen clases en línea y presenciales, el transporte público sigue operando y la solidaridad entre vecinos es notable. La resistencia ucraniana no se reduce a los frentes de batalla: también está en las madres que recogen vidrios de sus ventanas para que sus hijos no se lastimen, en los dueños de mascotas que descienden con sus animales a los refugios, en los médicos que trabajan sin descanso.
¿Es posible un alto al fuego?
La historia demuestra que los conflictos prolongados tienen puntos de inflexión. Uno de ellos es la presión internacional y el desgaste económico. A medida que las sanciones continúan debilitando a la economía rusa (el FMI proyecta una contracción del 1.3% para 2025), la posibilidad de un acuerdo —por necesidad más que por convicción— podría abrirse.
Pero Ucrania también sufre. Según el Ministerio de Finanzas, el país necesitará al menos 9,000 millones de dólares anuales en asistencia extranjera hasta 2027 para estabilizar sus operaciones esenciales. Una ayuda que no siempre asegura la longevidad de su respaldo político internacional, sobre todo cuando comiencen a priorizarse otros focos globales, como Gaza y Taiwán.
Una guerra del siglo XXI
La guerra Rusia-Ucrania no es convencional. Representa una colisión entre tácticas del siglo XX y herramientas del siglo XXI: drones low-cost contra misiles balísticos de precisión, propaganda digital que compite con la verdad en el terreno. Los ciudadanos de Kyiv sufren no solo con los bombardeos, sino con la guerra psicológica, el desánimo, la fatiga de tres largos años de conflicto que ya se ha convertido en parte estructural de sus vidas.
Reflexiones finales
Los ataques recientes a Kyiv no son únicamente actos bélicos: son recordatorios dolorosos de que la diplomacia sigue siendo débil ante la lógica de la fuerza. Que se intercambien prisioneros mientras caen bombas, revela la esquizofrenia de un conflicto que aún no encuentra su brújula moral ni estratégica.
Como dijo el politólogo ucraniano Mykhailo Minakov, “Esta guerra ya no es solo sobre Ucrania. Es sobre el tipo de mundo que queremos construir. Uno donde dominen los acuerdos o el miedo”.