¿Deportaciones sin rumbo? El dilema legal, ético y político detrás de expulsiones con destino incierto

Un análisis sobre el controvertido vuelo de deportación hacia Sudán del Sur y el caso de Badar Khan Suri, entre la política migratoria, derechos humanos y justicia

Un vuelo que desató una ola de controversia

En un episodio cada vez más común y polémico en la política migratoria de Estados Unidos, una reciente operación de deportación ha generado preocupación en círculos internacionales, legales y humanitarios. Ocho hombres —condenados por delitos graves— fueron enviados en un vuelo federal a Sudán del Sur, un país que apenas puede garantizar seguridad ni orden para sus ciudadanos. Aún más grave: solo uno de los deportados era, en realidad, originario de Sudán del Sur.

Lo que en principio suena como una simple ejecución de justicia migratoria según lo dicta la legislación estadounidense, se complica exponencialmente al analizar los detalles y las consecuencias humanas de cada caso. Este blog aborda no solo los perfiles de los deportados, sino también el cuestionamiento de un juez federal, la reacción de la Casa Blanca y la crítica de activistas de derechos humanos.

Una violación a la legalidad internacional, según la justicia federal

El juez federal Brian E. Murphy en Boston denunció que el Gobierno de EE. UU. —bajo la administración de Trump— violó una orden judicial al deportar a estas personas sin ofrecerles “una oportunidad significativa para objetar” el traslado a un tercer país potencialmente peligroso.

La doctrina judicial en asuntos migratorios, si bien permite deportaciones tras cumplir condenas penales, nunca exime al Estado de las obligaciones básicas de protección internacional, especialmente cuando se trata de devoluciones a territorios donde existe riesgo de tortura o violencia.

¿Por qué Sudán del Sur?

Sudán del Sur es uno de los países más inseguros del planeta según el Global Conflict Tracker. Con una tasa de homicidios cercana a 13 por cada 100.000 habitantes y sin redes diplomáticas o consulares consolidadas con EE. UU., enviar a migrantes ahí sin documentación reconocida representa una acción controversial.

Lo impactante es que solo uno de los ocho deportados —Dian Peter Domach— era ciudadano sursudanés. Los demás procedían de Vietnam, México, Myanmar, Cuba y Laos, y tenían vínculos sociales, familiares o culturales arraigados en EE. UU. Esto refuerza la acusación de que Estados Unidos simplemente buscó un lugar donde descargar a personas no deseadas.

¿Quiénes fueron deportados?

Estos son algunos de los casos más destacados:

  • Thongxay Nilakout (Laos): condenado a cadena perpetua por asesinato a los 17 años, fue liberado por un fallo de la Corte Suprema que considera inconstitucionales las penas de por vida para menores.
  • Kyaw Mya (Myanmar): sentenciado por abuso sexual contra un menor.
  • Tuan Thanh Phan (Vietnam): condenado a 22 años por asesinato y asalto.
  • Jesús Muñoz-Gutiérrez (México): condenado por asesinato en segundo grado.

La pregunta que surge de muchos analistas es: ¿por qué enviar a estas personas a Sudán del Sur? En algunos casos, sus países de origen como México o Vietnam sí tienen convenios vigentes de repatriación.

Una estrategia legal cuestionable: ¿puede EE. UU. deportar a 'terceros países' sin consentimiento?

La práctica de deportar a personas a terceros países sin vínculos directos no es nueva, pero choca contra tratados internacionales como la Convención contra la Tortura (de la cual Estados Unidos es parte), que prohíbe las expulsiones a países donde haya riesgo de tratos inhumanos o degradantes.

Según un informe de Human Rights Watch, las deportaciones a terceros países sin salvaguardas procesales son una forma de "externalización del problema migratorio" a naciones más débiles.

El caso Badar Khan Suri: detención por discurso político

Mientras los acusados criminales eran deportados sin juicio migratorio genuino, otro caso emerge por lo inaudito: el académico universitario Badar Khan Suri fue arrestado y casi deportado por declaraciones públicas en defensa de Palestina.

Khan Suri, profesor de la Universidad de Georgetown e investigador de temas de religión y paz, fue señalado por “difundir propaganda de Hamas”, lo que provocó la revocación de su visa. Sin una orden legal clara, fue trasladado encadenado en diversos vuelos y centros de detención, sin acceso inmediato a abogados ni su familia.

Actuaban como si fuésemos animales”, narró Khan Suri en una entrevista, donde describió condiciones de detención indignas: baños monitoreados por cámaras, rechazos constantes a comunicarse con su esposa, y confinamiento en celdas donde dormía en el suelo. Su caso se mantiene abierto ante los tribunales.

¿Criminales o chivos expiatorios?

Desde la administración Trump hasta sectores conservadores fuertes dentro del Congreso, se sostiene una narrativa que asocia inmigración con criminalidad. Tricia McLaughlin, funcionaria de Seguridad Nacional, afirmó que “ningún país en la Tierra quiso recibir a estos hombres por lo monstruoso de sus crímenes”.

Sin embargo, el comentario contradice numerosas sentencias internacionales que establecen que un Estado siempre es responsable de sus deportaciones, incluso si otro país no quiere aceptar al migrante.

Algunos abogados defensores como Nathan Sohriakoff, que representó a Nyo Myint —otro deportado—, sostienen que las condiciones cognitivas de ciertos acusados eran tan limitadas que incluso “no comprendían del todo los cargos que enfrentaban”.

¿Se puede justificar la deportación masiva bajo principios de justicia?

Una cosa es castigar un delito, otra muy distinta es vulnerar derechos fundamentales a procedo justo. En EE. UU., la Corte Suprema ha enfatizado el derecho al debido proceso incluso para personas indocumentadas (caso Zadvydas v. Davis, 2001).

El juez Murphy sugirió que los ocho hombres deben ser entrevistados nuevamente por funcionarios de inmigración, ya sea en sus nuevos países o —si es legalmente posible— de regreso en suelo estadounidense.

El dilema ético y político: ¿qué imagen proyecta Estados Unidos?

Todo este asunto evidencia una tensión brutal entre soberanía migratoria y derechos humanos. ¿Es EE. UU. aún la “tierra de la libertad” si puede enviar a individuos —por reprochable que sea su historial— a países sin ninguna conexión con ellos?

Mientras políticos insisten en mantener la dureza migratoria como argumento electoral, los jueces, abogados defensores y organizaciones como la ACLU cuestionan cada vez con más fuerza los métodos implementados. Lo que está en juego no es solo la vida de ocho hombres, sino la credibilidad moral de todo un sistema de justicia.

Como lo dijo el propio Khan Suri al salir en libertad condicional:

“Estaba en el mejor país del mundo… o al menos eso pensaba. No era Corea del Norte ni Rusia. No podía creer que esto me pasara aquí.”

Un sistema al borde de la fractura

Los defensores de los derechos civiles ven en casos como estos una advertencia de los excesos del poder. El cruce entre políticas antimigrantes y libertad de expresión, como demuestran los perfiles criminales versus detenidos por motivos ideológicos como Suri, establece un patrón alarmante sobre el verdadero uso de las herramientas migratorias como castigo ideológico.

En una época donde el mundo observa cada vez más con lupa las prácticas internas de los gobiernos, Estados Unidos se encuentra en la delgada línea entre garantizar su seguridad interna y proteger los valores democráticos que afirma representar. Una línea que, como lo prueban estos vuelos y deportaciones, muchos consideran ya ha cruzado.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press