Putin, Kursk y la guerra que cruza las fronteras: ¿Un nuevo capítulo o una estrategia agotada?

La simbólica visita de Vladimir Putin a Kursk después de una sorpresiva incursión ucraniana revela tensiones internas, contradicciones estratégicas y una narrativa de guerra en constante transformación.

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Una visita que habla más de lo que dice

El presidente ruso, Vladimir Putin, realizó una visita inesperada a la región de Kursk, frontera con Ucrania, y zona que recientemente se convirtió en epicentro de uno de los episodios más sorprendentes y humillantes del conflicto iniciado en febrero de 2022. Esta es la primera visita de Putin al lugar desde que el Kremlin afirmara a finales de abril que había logrado expulsar a las fuerzas ucranianas que brevemente ocuparon parte de esta región.

La simbología del viaje es evidente: visitar una región que estuvo brevemente bajo control ucraniano no es menor para Rusia. Desde la Segunda Guerra Mundial, ningún enemigo extranjero había puesto pie en suelo ruso continental, un hecho que marcó una herida simbólica importante para el Kremlin. La incursión ucraniana en Kursk, ocurrida en agosto de 2024, fue descrita por muchos como "una de las mayores victorias tácticas ucranianas del conflicto", tanto por el golpe militar como por el mediático.

¿Qué pasó en Kursk?

Tras meses de estancamiento en el frente oriental y una contraofensiva ucraniana que parecía perder fuerza, Ucrania sorprendió al mundo con una incursión en Kursk. Según fuentes de inteligencia occidentales y funcionarios en Kiev, se trató de una operación calculada para romper la percepción de invulnerabilidad rusa dentro de sus propias fronteras. Las tropas ucranianas lograron penetrar defensas rusas, estableciendo presencia durante varios días, antes de replegarse.

Lo más llamativo de esta ofensiva no fue solo el hecho en sí, sino lo que provocó: una reacción desproporcionada por parte de Moscú, incluyendo el supuesto despliegue de hasta 12,000 soldados norcoreanos, un dato confirmado por Ucrania, Estados Unidos y Corea del Sur, pero que el Kremlin niega o minimiza sistemáticamente.

¿Norcoreanos en el frente ruso?

Si bien la alianza entre Rusia y Corea del Norte ha sido históricamente pragmática, la participación activa de soldados norcoreanos marca un inquietante precedente. Según el Instituto para el Estudio de la Guerra con sede en Washington, esta sería la primera vez que Pyongyang despliega tropas activamente en una guerra extranjera desde la Guerra de Corea (1950-1953).

El portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Kirby, aseguró que “la cooperación militar entre Moscú y Pyongyang está en su punto más alto en décadas, y es motivo de gran preocupación para la estabilidad del noreste asiático”.

Propaganda, voluntarismo y ayuda interna

Durante su visita, Putin recorrió la planta nuclear Kursk-2, aún en construcción, y sostuvo reuniones privadas con voluntarios seleccionados. También anunció apoyo financiero continuo para las familias desplazadas que aún no pueden regresar a sus hogares en la región, una estrategia que busca mitigar el creciente descontento de la población local ante la gestión del Kremlin.

A pesar de un clima de represión, han comenzado a surgir manifestaciones organizadas de residentes de Kursk exigiendo compensaciones, seguridad y claridad sobre lo ocurrido realmente durante la ocupación ucraniana. Este creciente malestar interno está generando fisuras en el monolítico relato estatal.

El factor drones y la seguridad aérea rusa

En la misma línea de tensiones, el Ministerio de Defensa ruso declaró que sus sistemas de defensa antiaérea derribaron 159 drones ucranianos en una sola noche, 53 de ellos sobre la región de Oryol y 51 sobre Bryansk. Aunque esta cifra impresiona, también apunta a una vulnerabilidad aérea que, supuestamente, Rusia ya había superado con sistemas como el S-400.

La estrategia de desgaste a través de drones baratos ha sido central para Kiev, y el número creciente de ataques indica una mayor capacidad ucraniana, quizás no en términos de reconquista territorial, pero sí en cuanto a presión psicológica y táctica sobre las regiones fronterizas rusas.

Una visita en clave electoral y geopolítica

Putin sabe que la guerra está muy lejos de terminar, pero también sabe que el calendario político interno importa. Desgastado económicamente e internacionalmente aislado, necesita consolidar una narrativa de "victoria a pesar de las adversidades". La visita a Kursk encaja perfectamente en este marco discursivo.

Plantear la reconquista de la región como una hazaña estratégica neutraliza el bochorno que significó su breve pérdida. El gobierno ruso ha definido a los militares ucranianos como “terroristas occidentales”, y a sus propias tropas como “defensores de la civilización rusa”, una retórica que recuerda al nacionalismo extremo de las eras soviéticas.

¿De vuelta a la Guerra Fría?

Con soldados norcoreanos en el terreno, ataques transfronterizos constantes, y el involucramiento indirecto de potencias como EE.UU. y la Unión Europea, hay quienes aseguran que esta guerra se está convirtiendo en una nueva forma de conflicto por delegados, muy parecido a las guerras proxy de la época de la Guerra Fría.

El conflicto en Ucrania ya no solo involucra a las dos naciones enfrentadas. Desde sistemas de defensa antiaérea de fabricación occidental, hasta apoyo logístico y financiero oriental, estamos viendo el surgimiento de un conflicto multipolar dentro de una apariencia de conflicto bilateral.

¿Es Kursk el inicio de una nueva fase?

La pregunta central es si este episodio abre una nueva fase del conflicto, donde los ataques ucranianos se hagan más osados y el territorio ruso deje de ser el “muro de contención” que había sido hasta ahora.

Analistas del Royal United Services Institute en Reino Unido afirman que “si Ucrania puede seguir llevando la guerra al corazón del territorio enemigo, modificará la psicología del conflicto y, con ella, la política interna rusa”.

Putin, el relato y el control de daños

El Kremlin está acostumbrado a controlar la narrativa. Sin embargo, los hechos en Kursk han demostrado que incluso en una Rusia hipercontrolada mediáticamente, las imágenes de soldados ucranianos en suelo ruso y las protestas en las calles por indemnizaciones pueden romper la ilusión de invulnerabilidad.

Putin viajó a Kursk no solo como presidente, sino como constructor de verdades. Necesita cuidar el relato que sostiene su imagen, no tanto ante Occidente, donde su credibilidad está colapsada, sino ante su propio pueblo.

¿Hasta cuándo?

Más allá de las victorias o retrocesos puntuales, el conflicto sigue su curso y parece alejarse cada vez más de una solución diplomática. El rol de actores externos, las tensiones internas en Rusia y el desgaste humano y material en ambos lados auguran un escenario cada vez más complejo y prolongado.

Mientras tanto, las visitas como esta a Kursk seguirán siendo una herramienta más en el arsenal político de Putin: mostrar fuerza donde hay dudas, victoria donde hubo fragilidad, y orden donde reina la incertidumbre.

“Esto no es solo una guerra territorial. Es una guerra simbólica, una guerra psicológica y una guerra que se juega en múltiples tableros al mismo tiempo”, explica la politóloga rusa Ekaterina Schulmann.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press