Deportaciones, Siria y Sudáfrica: El juego político de Donald Trump entre migración, geopolítica y discursos de poder
Desde expulsiones masivas hasta decisiones geopolíticas controvertidas, el expresidente Donald Trump redefine el mapa político global con una mezcla de populismo, negociaciones internacionales y retórica polarizante
Deportaciones masivas: promesa de campaña convertida en estrategia de Estado
Desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, una de sus mayores prioridades ha sido la migración. Con una fuerte retórica durante su campaña prometiendo “limpiar” el país de los inmigrantes ilegales, su administración ha impulsado una serie de políticas que han tenido un impacto directo en la vida de millones tanto dentro como fuera de Estados Unidos.
Bajo el lema de perseguir a “los peores de los peores”, esto es, personas con antecedentes penales o conexiones con bandas criminales según ICE (U.S. Immigration and Customs Enforcement), Trump inició una ola de deportaciones. No obstante, el alcance de estas acciones se ha extendido más allá, incluyendo lo que se denominan arrestos colaterales, es decir, la detención de personas que simplemente estaban acompañando al objetivo principal.
“Ya nadie tiene pase libre”, fue la frase usada por un agente de ICE, reflejando el cambio radical frente a las políticas de la administración anterior.
Deportaciones a terceros países: migrantes como moneda de cambio
Una maniobra más compleja ha sido empujar a terceros países a aceptar migrantes que no son ciudadanos suyos. Entre los casos más destacados está El Salvador, que aceptó a venezolanos acusados de pertenecer a bandas criminales. También lo hicieron Costa Rica y Panamá, aunque sin encarcelamiento.
Lo más polémico de esta estrategia es su base legal y ética. Según un fallo de 2001 de la Corte Suprema, ICE no puede detener a una persona por más de seis meses si no hay probabilidad razonable de que pueda ser deportada. En respuesta, la política trumpista ha buscado sortear esa limitación diplomáticamente.
De hecho, se ha especulado con la posibilidad de enviar migrantes incluso a países como Libia o Sudán del Sur, lo cual ha generado serias preocupaciones sobre los derechos humanos.
Desmantelar protecciones legales: hacer deportables a más personas
Una de las estrategias más polémicas de la administración Trump ha sido buscar la eliminación de estatus de protección temporal (TPS, por sus siglas en inglés) y otras formas de admisión temporal otorgadas durante el gobierno de Joe Biden. El TPS permite a personas residir y trabajar legalmente en EE. UU. si sus países están inmersos en conflictos internos o desastres naturales.
La administración Biden otorgó este estatus a cientos de miles. Trump quiere revertirlo. Actualmente, casi 1.5 millones de personas en EE. UU. se encuentran bajo este tipo de protección y podrían llegar a ser deportables si los tribunales fallan a favor del gobierno republicano.
Incentivos para la “auto-deportación”: dinero, boletos y presión mediática
Ante la desproporción entre el número de personas sin papeles (más de 11 millones) y los oficiales de deportación (apenas unos 6,000), Trump ha incentivado la auto-deportación. Las tácticas van desde campañas de miedo hasta ofrecer mil dólares y boleto de avión para quienes decidan regresar voluntariamente.
Esta medida fue promocionada hace poco por el Departamento de Seguridad Nacional, que destacó el primer vuelo con personas que aceptaron retornar a Honduras bajo este programa.
Siria: sanciones levantadas y nueva política exterior
Mientras tanto, Estados Unidos ha girado inesperadamente su política respecto a Siria. Geir Pedersen, enviado especial de la ONU, dijo que las recientes decisiones de EE. UU., la UE y el Reino Unido de levantar algunas sanciones brindan una oportunidad histórica de reconstrucción.
El gobierno sirio actual, tras la caída de Bashar al-Ásad después de una guerra de 13 años, es liderado por Ahmad al-Sharaa. En contraste a regímenes anteriores, ha mostrado apertura a preservar la coexistencia étnica en el país y recibir ayuda internacional. Pedersen añadió que más de 16.5 millones de sirios requieren protección o asistencia humanitaria, y casi el 90% vive bajo la línea de pobreza.
Estados Unidos ha comenzado a flexibilizar vetos, incluso dando pasos hacia el restablecimiento de relaciones diplomáticas. Lo más revelador es que el secretario de Estado, Marco Rubio, afirmó que “aunque no hay garantía de éxito, si no lo intentamos, será un fracaso seguro”.
Ramaphosa y las tensiones sobre Sudáfrica: ¿genocidio blanco?
En un encuentro con el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa, Trump mostró un video que alegaba un genocidio contra agricultores blancos, basado en comentarios del político populista Julius Malema del partido Economic Freedom Fighters, quien apenas obtuvo el 10% en las últimas elecciones.
La controversia se profundizó al saberse que gran parte de la narrativa presentada por Trump provenía de figuras como Elon Musk, quien compartió un video en X (antes Twitter) donde Malema canta una canción anti-apartheid con frases como “mata al bóer”. El término es usado para referirse a agricultores blancos sudafricanos.
Ramaphosa se mostró sorprendido por el video, aclarando que esas no son políticas del gobierno y que, en Sudáfrica, la mayoría de las víctimas de homicidios son negras.
Al parecer, Trump ha permitido que ciertos agricultores blancos soliciten asilo en EE. UU., mientras niega la entrada a refugiados afganos que colaboraron con el ejército estadounidense. Esta polarización ha provocado críticas tanto internas como externas.
¿Cuál es la estrategia?
Lo que queda claro es que Trump, aunque ya fuera del poder, continúa influyendo profundamente en la política migratoria, la geopolítica y las relaciones exteriores de Estados Unidos. Su estilo, controversial para unos y aclamado por otros, mezcla drama mediático con decisiones de impacto profundo.
Desde incentivar la auto-deportación hasta redirigir la política hacia Siria y opinar sobre temas internos de Sudáfrica, el exmandatario deja claro que su aproximación al poder sigue basada en crear impacto, alterar el consenso y, muchas veces, jugar con los límites de la verdad y la diplomacia.
Como bien dijo Rubio: “Es una oportunidad histórica que esperamos se materialice”. La pregunta es: ¿a qué costo?