Infancia robada, propaganda letal y escape entre tinieblas: Historias de vida desde la brutalidad norcoreana
Testimonios estremecedores revelan cómo el régimen de Kim Jong Un sigue violando sistemáticamente los derechos humanos y cómo la comunidad internacional guarda silencio ante una de las tragedias más silenciadas del siglo XXI
Vivir o morir por ver una telenovela
Gyuri Kang no olvida sus años en Corea del Norte. El temor constante, la oscuridad informativa y el peso de una dictadura que le arrebató amigos por haber cometido lo que, ante ojos libres, parecería inofensivo: haber visto un drama surcoreano. Tres de sus amigas fueron ejecutadas públicamente, dos de ellas por haber distribuido contenido audiovisual procedente del otro lado de la frontera. Una tenía solamente 19 años.
Este estremecedor testimonio fue compartido durante una sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas en mayo de 2025 en Nueva York. Kang, al igual que Eunju Kim —otra desertora norcoreana— pidió a la comunidad internacional que deje de ser cómplice con su silencio sobre los crímenes del régimen de Kim Jong Un.
Una nación prisionera
Eunju Kim escapó de Corea del Norte en 1999 tras la muerte por inanición de su padre durante la Gran Hambruna de los 90. Cruzó el río Tumen hacia China junto a su madre y hermana, pero fueron capturadas y vendidas a un hombre chino por menos de 300 dólares. Forzadas a vivir como esclavas domésticas, lograron escapar nuevamente en 2002.
Hoy vive en Corea del Sur, y relató ante los diplomáticos de la ONU cómo el régimen sigue enviando soldados engañados a luchar en Ucrania, sin saber su destino final, siendo usados como carne de cañón para beneficio económico del gobierno norcoreano: “Una nueva y aún más vulgar forma de trata de personas”, denunció.
Aislamiento extremo y represión pospandemia
Desde 2020, el cierre fronterizo de Corea del Norte bajo la excusa del COVID-19 ha intensificado las condiciones de aislamiento y represión. De acuerdo con Elizabeth Salmón, relatora especial de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Corea del Norte, el gobierno norcoreano ha aprovechado la pandemia para institucionalizar nuevas formas de control social, incluyendo la aplicación más rigurosa de la pena de muerte.
“El país vive en un estado de vigilancia total, donde incluso una palabra mal dicha puede costarte la vida”, sentenció Salmón. Además, denunció el uso de ejecuciones públicas como herramienta de castigo y disuasión, especialmente contra quienes acceden a información extranjera.
El peligro de regresar
Ambas testigos resaltaron una amenaza que es tan internacional como local: las deportaciones forzadas desde China. A pesar de la peligrosidad de ser devueltos a Corea del Norte —donde son sistemáticamente encarcelados, torturados o ejecutados—, cientos de refugiados son atrapados por las autoridades chinas y repatriados sin ninguna protección legal.
Sean Chung, de la organización Han Voice, con sede en Canadá, acusó a Pekín de violar el principio de no devolución, parte esencial del derecho internacional, y solicitó a la comunidad internacional detener esta práctica inhumana. “Enviar a alguien de vuelta a Corea del Norte es como enviarlo a la muerte”, afirmó.
Trabajo forzado y economía del terror
El régimen de Kim Jong Un sostiene su maquinaria militar y nuclear mediante una economía basada en el trabajo forzado. De acuerdo con reportes de la ONU y organizaciones como Human Rights Watch, miles de norcoreanos son obligados a trabajar en minas, construcción y fábricas sin remuneración ni derechos laborales.
Incluso en el extranjero, el gobierno controla brigadas de trabajadores —en países como Rusia y China— que viven en régimen de semiesclavitud, siendo sus salarios confiscados casi en su totalidad por el Estado.
El culto a Kim: una religión forzada
Uno de los elementos más inquietantes del régimen norcoreano es el culto a la personalidad que rodea a la familia Kim. Desde la infancia, los ciudadanos son adoctrinados para venerar a Kim Il Sung, Kim Jong Il y Kim Jong Un como figuras casi divinas.
Las familias que practican religiones, como el cristianismo, sufren persecución sistémica. Así lo vivió Gyuri Kang, quien fue desterrada al campo por las creencias de su abuela. “Tenía solo cinco años y ya estaba siendo castigada por la fe de otra persona”, relató.
Información: el arma más letal
La televisión norcoreana es un instrumento de propaganda. Los ciudadanos solo pueden acceder a contenido estatal, cuidadosamente manipulado para alabar al régimen y demonizar al mundo exterior. Pero el contrabando de contenidos como películas surcoreanas o incluso música K-pop ha encendido pequeños focos de resistencia cultural entre los jóvenes.
Sin embargo, ser encontrado con un USB con contenido prohibido puede equivaler a una sentencia de muerte.
La comunidad internacional y su silencio cómplice
Durante décadas, organizaciones de derechos humanos han denunciado los abusos del régimen norcoreano. Un informe de la ONU en 2014 concluyó que Corea del Norte comete crímenes de lesa humanidad contra su propia población. Y sin embargo, la Corte Penal Internacional no ha actuado.
Eunju Kim fue clara al respecto: “El silencio es complicidad. No se puede mirar hacia otro lado ante semejantes atrocidades.”
Ambas mujeres pidieron formalmente que se procese a Kim Jong Un ante la justicia internacional y se impongan sanciones específicas contra individuos y entidades responsables de crímenes. Asimismo, instaron a que se abran vías seguras de escape y que el asilo político sea facilitado en más países.
Un llamado desde la oscuridad
En una era en la que tantos conflictos atraen la atención global, el caso de Corea del Norte suele ser olvidado por su carácter hermético. Pero los testimonios de mujeres como Kang y Kim sirven de recordatorio de que tras los desfiles militares, las bombas nucleares y el silencio fronterizo, hay millones de personas atrapadas en un régimen brutal.
“Hablar es nuestra única arma. Y si mi voz le da esperanza a una persona más allá del río Tumen, habrá valido la pena,” dijo finalmente Kang.
Es hora de escuchar esas voces y actuar con la firmeza que la humanidad exige.