El nuevo tratado pandémico de la OMS: ¿un hito real o simplemente papel mojado?

Tras tres años de negociaciones, los países miembros de la OMS aprueban un acuerdo global para enfrentar futuras pandemias. Pero su eficacia genera dudas sin la participación activa de Estados Unidos.

Un tratado histórico... según la OMS

Aplausos sostenidos resonaron en la sala de la Asamblea Mundial de la Salud en Ginebra cuando se aprobó —sin oposición— el nuevo acuerdo internacional sobre preparación y respuesta ante futuras pandemias. El director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, calificó la medida como un "hito histórico" que muestra que el multilateralismo sigue vigente pese a las tensiones globales.

No es para menos: el tratado surge como respuesta directa a la catástrofe global causada por la COVID-19, que dejó más de 7 millones de muertos oficialmente reconocidos y expuso profundas desigualdades estructurales entre países ricos y pobres.

¿Qué establece exactamente este tratado?

En esencia, el nuevo acuerdo busca crear un marco legal y ético para:

  • Garantizar el compartir de información genética de virus rápidamente.
  • Asegurar que los países que compartan muestras víricas reciban a cambio pruebas diagnósticas, tratamientos y vacunas.
  • Designar hasta un 20% de la producción mundial de bienes esenciales para pandemias (como vacunas) a la OMS, con el objetivo de distribuirlos a países de bajos ingresos.

La ministra de Salud de Namibia, Esperance Luvindao, quien presidió el comité que pavimentó el camino para el pacto, resumió el espíritu del multilateralismo afirmando: "Nosotros —como estados soberanos— hemos resuelto unirnos como un solo mundo para proteger a nuestras futuras generaciones".

El elefante en la sala: la ausencia de EE.UU.

Lo que aplaudieron los delegados presentes en Ginebra podría no tener tanto eco fuera de la sala. Uno de los mayores ausentes en este escenario es Estados Unidos, quien —pese a ser el donante más importante históricamente de la OMS— no participó en los últimos tramos de la redacción del tratado.

La administración Trump, en enero de 2020, anunció formalmente su intención de retirarse de la OMS y cortar el financiamiento. Aunque el presidente Biden revocó esa decisión, el escepticismo hacia organismos multilaterales persiste, y el Congreso estadounidense ha impedido que EE.UU. se vincule plenamente con el tratado.

Esto no es un asunto menor: Estados Unidos fue clave para el desarrollo rápido de vacunas contra la COVID-19 mediante la inversión de más de 18 mil millones de dólares en la iniciativa Operation Warp Speed.

¿Un pacto sin dientes?

Más allá de la ausencia de Washington, una preocupación constante en los tratados internacionales es la falta de mecanismos de cumplimiento. En otras palabras: nadie puede obligar a los países a cumplir con el pacto.

Esto es exactamente lo que ocurre aquí. Los países que ignoren las disposiciones del tratado no enfrentarán sanciones formales, lo que genera escepticismo sobre su eficacia real. Como lo advirtió la revista The Lancet en su editorial reciente:

“Sin mecanismos de verificación y consecuencias claras, este tratado puede caer en la misma trampa que otros pactos bien intencionados: la irrelevancia.”

El contexto: lecciones duras del COVID-19

Durante la pandemia, se vivieron escenas dramáticas de inequidad global. Mientras países del G7 acaparaban vacunas y cerraban exportaciones, regiones enteras como África subsahariana no recibieron sus primeras dosis hasta bien entrado 2021.

Según datos de OurWorldInData, mientras que en mayo de 2021 más del 40% de los estadounidenses estaban completamente vacunados, en Níger la cifra rondaba apenas el 0.3%.

Estas cifras retratan el desastre moral que la OMS desea evitar en futuras pandemias.

Los intereses nacionales vs. el bien común

Un eje clave en la filosofía del tratado es resolver el dilema entre los intereses nacionales y el interés global. Durante la COVID, muchos países cerraron sus fronteras, acumularon insumos médicos y evitaron compartir datos sensibles.

El tratado busca cerrar esas brechas, promoviendo una cultura de confianza y reciprocidad. Aun así, en un mundo cada vez más multipolar y en donde lo nacional prima sobre lo internacional, las palabras de Tedros parecen aún idealistas: "Este tratado es una prueba de que el mundo puede unirse frente a una amenaza común".

¿Qué opinan los países en desarrollo?

Las naciones del sur global han sido las más demandantes en las negociaciones, exigiendo garantías reales de acceso a tecnologías. La inclusión del 20% de productos para redistribuir mediante la OMS fue aplaudida, pero sigue pendiente cómo se ejecutará ese compromiso.

Además, existe malestar por la falta de transferencia de tecnología. La India y Sudáfrica han insistido —durante años— en la exención de patentes durante emergencias de salud pública. En este nuevo acuerdo, sin embargo, el tema no fue abordado de forma vinculante.

Las farmacéuticas observan con recelo

Uno de los actores silenciosos pero poderosos en este debate han sido las industria farmacéuticas. Muchas de ellas se oponen a cualquier medida que limite su propiedad intelectual o que las obligue a compartir tecnología o conocimiento.

El nuevo tratado evita confrontarlas directamente, lo cual preocupa a defensores de la salud global. En palabras de la ONG Médicos Sin Fronteras:

“Un tratado pandémico sin control real sobre las farmacéuticas es simplemente una reafirmación de la desigualdad estructural.”

¿Qué sigue ahora?

El tratado fue aprobado, pero ahora cada país miembro deberá ratificarlo en sus respectivos mecanismos legislativos. Es allí donde el acuerdo podría fragmentarse aún más si algunos gobiernos —bajo presión interna o de grupos económicos— deciden no ratificarlo.

Además, la OMS deberá clarificar cómo se gestionarán los recursos redistribuidos, bajo qué criterios de necesidad y qué mecanismos de logística se pondrán en marcha. Recordemos que COVAX —la iniciativa anterior— fracasó en muchos de sus objetivos logísticos y de equidad.

¿Esperanza o autoengaño colectivo?

El nuevo acuerdo pandémico representa un intento ambicioso —y necesario— de aprendizaje colectivo. Pero sin compromisos vinculantes, sin la participación de actores clave como Estados Unidos y sin reformar el sistema actual de monopolios en la salud global, muchos lo verán como una declaración de buenas intenciones más que un instrumento transformador.

La COVID-19 expuso, con crudeza, que en tiempos de crisis, los discursos de solidaridad global ceden rápidamente ante los impulsos nacionalistas. El tratado actual busca evitar repetir esa historia. Solo el próximo brote global dirá si fue suficiente.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press