¿Genocidio de agricultores blancos en Sudáfrica? Un mito que desafía los hechos y alimenta la política exterior de EE.UU.
La exageración de las narrativas de persecución a los afrikaners: entre intereses geopolíticos y campañas de desinformación
Desde hace años, voces conservadoras en Estados Unidos, en particular durante la administración Trump, han promovido una narrativa alarmante: la existencia de un presunto “genocidio” contra agricultores blancos en Sudáfrica. Esta acusación ha servido incluso de justificación para proponer una política migratoria preferencial hacia los afrikaners. Pero ¿qué tan real es esta supuesta persecución? ¿Y por qué se ha convertido en un tema de política internacional?
Sudáfrica post-apartheid: conflictos reales, datos matizados
La Sudáfrica que emergió del apartheid en 1994 no es una nación libre de problemas. Con una tasa de criminalidad elevada, altos niveles de desigualdad social —herencia colonial y del régimen segregacionista—, y tensiones raciales palpables, el país ha mantenido vivos varios conflictos sociales que no desaparecieron con la democracia.
Entre estas tensiones está el problema de los ataques a granjas, que afectan tanto a agricultores blancos como negros. La organización AgriSA, uno de los mayores gremios agrícolas del país, ha sostenido que la delincuencia rural es un problema generalizado, no una persecución racial.
“Muy pocos ataques tienen motivaciones políticas o raciales. Lo que vemos es un problema más relacionado con el crimen organizado, robos, y dinámicas de pobreza extrema”, dijo en 2023 Christo van der Rheede, director ejecutivo de AgriSA.
De acuerdo con datos del Servicio de Policía de Sudáfrica (SAPS), los asesinatos en zonas rurales representan menos del 1% total de homicidios anuales en el país. En 2022, de 6,289 asesinatos registrados en el primer trimestre, solo 16 ocurrieron en granjas. Aunque preocupante, esta cifra está lejos de constituir un genocidio.
La narrativa en EE.UU.: ¿intervención humanitaria o cálculo político?
En 2018, el entonces presidente de EE.UU., Donald Trump, tuiteó que había pedido al secretario de Estado que estudiara las “incautaciones de tierras y las matanzas de agricultores en Sudáfrica”, lo que derivó en una explosión mediática y diplomática. Pero la base de esa declaración fue un informe de Fox News y varios grupos de presión afines a la derecha radical que llevaban años promoviendo la idea de que los agricultores blancos estaban siendo sistemáticamente asesinados.
Esta narrativa rápidamente fue aprovechada por sectores antiinmigración en EE.UU. que, irónicamente, promovieron dar asilo a “refugiados blancos” de Sudáfrica. Se invocó una supuesta persecución racial blanca para justificar políticas migratorias al margen de la ley.
“Esta fue una jugada inteligente para apelar al supremacismo blanco, presentando a los blancos como víctimas del nuevo orden global”, comenta la analista política africana Michelle Gavin, del Council on Foreign Relations.
En contraste, el Departamento de Estado estadounidense no encontró evidencia creíble de genocidio en Sudáfrica. Informes internos mostraban preocupación por la violencia rural, sí, pero no atribuible a políticas estatales o sistemáticas por razones étnicas.
La feria agrícola de Nampo: el verdadero rostro del campo sudafricano
En mayo de 2025, una muestra de esta realidad se evidenció en el festival agrícola Nampo, en Bothaville, uno de los eventos agrícolas más grandes del hemisferio sur. Allí, tanto agricultores blancos como negros coincidieron en que la narrativa del “genocidio blanco” está cargada de desinformación. Participaron conservadores, liberales y líderes ancestrales africanos. Todos señalaron que la violencia, sí, es un problema, pero generalizado.
Las imágenes del evento —granjeros compitiendo en desafíos de carga de camiones, almorzando juntos o debatiendo políticas agrarias— contradicen el apocalipsis promovido por ciertos medios internacionales.
La cruzada conservadora: desde Tucker Carlson hasta Viktor Orbán
La historia sobre la supuesta persecución de agricultores blancos ha sido recurrente en discursos nacionalistas alrededor del mundo. Por ejemplo, el primer ministro húngaro Viktor Orbán ha evocado el “genocidio blanco” en Sudáfrica para justificar políticas migratorias antiislámicas en Europa. Lo mismo ha hecho el popular presentador Tucker Carlson en más de una ocasión como ejemplo del “reemplazo demográfico” blanco.
Estos discursos se apoyan en imágenes como el Monumento de las Cruces Blancas en Ysterberg, donde cada cruz representa a un agricultor blanco asesinado desde 1994. Aunque emotivo, el monumento no representa proporcionalmente la violencia en el campo, ni tiene equivalentes para los cientos de agricultores negros víctimas de circunstancias similares.
¿Y los agricultores negros?
Poco se habla, por otra parte, de los granjeros negros también asesinados, o de las dificultades que enfrentan las comunidades rurales de color al acceder a la tierra, tecnología o mercados. El sistema de redistribución de la tierra post-apartheid avanza lentamente, y muchas familias negras aún no han visto justicia social de verdad en términos de propiedad agraria.
De hecho, el 72% de las tierras agrícolas comerciales en Sudáfrica permanece bajo control blanco, pese a que los blancos representan apenas el 8% de la población.
Una narrativa con consecuencias
El problema de mitificar una situación como genocidio tiene varias consecuencias:
- Internacionalmente, debilita la credibilidad de quienes denuncian verdaderas violaciones a los derechos humanos.
- Domésticamente en Sudáfrica, enciende tensiones étnicas y desconfianza entre comunidades que deberían colaborar para solucionar los problemas del agro.
- En el ámbito de la política exterior, puede servir como excusa para intervenciones selectivas con fines ideológicos.
El papel de la prensa y los líderes mundiales
La responsabilidad mediática es fundamental en estas narrativas. Medios con influencia global que amplifican estas historias sin corroboración previa contribuyen a la confusión y a veces incluso al odio. Cuando líderes mundiales como Trump se hacen eco de este tipo de versiones sin base suficiente, se normalizan visiones que sostienen el supremacismo racial y el miedo a la diversidad.
Es clave que se mantenga un escrutinio crítico sobre las fuentes, y que se privilegie la voz de los actores locales —los agricultores mismos, investigadores de derechos humanos y entidades propias del continente africano.
¿Qué se necesita de verdad?
Sudáfrica necesita abordar de forma urgente:
- La violencia rural en todas sus manifestaciones.
- Una aceleración transparente del proceso de redistribución de tierras.
- Mayor acceso a créditos y tecnología para agricultores emergentes negros.
- Un debate nacional sobre reconciliación que incluya la verdad histórica y el reconocimiento mutuo.
Pero lo que ciertamente no necesita es convertirse en la pieza de ajedrez para estrategias políticas internacionales disfrazadas de “defensa de los derechos humanos”.
¿Una persecución o interpretación compulsiva?
El caso sudafricano demuestra que incluso un tema tan delicado como los crímenes violentos puede ser distorsionado con fines políticos. Si bien la vida de todos los agricultores debe ser valorada y protegida —sin importar su color de piel—, el uso intencional de ciertos casos como propaganda internacional puede terminar haciendo más daño que bien.
Con un enfoque equilibrado, enfocado en la justicia y la equidad, Sudáfrica aún tiene oportunidades de convertirse en un verdadero ejemplo de reconciliación racial y económica. Pero eso no sucederá si el debate sigue siendo dirigido desde los estudios de televisión estadounidenses o despachos políticos lejanos.