Red Devils: La leyenda sobre ruedas que arde en las calles de Panamá
De autobuses escolares de EE.UU. a íconos culturales: los 'Diablos Rojos' panameños fusionan historia, arte urbano y velocidad en una tradición única
El origen de una leyenda sobre ruedas
Los Diablos Rojos, conocidos también como Red Devils, son autobuses icónicos que recorren las bulliciosas avenidas de la Ciudad de Panamá. Pero lo que pocos saben es que estos vehículos comenzaron su vida muy lejos: eran autobuses escolares estadounidenses de los años 70 y 80. Retirados del servicio en EE.UU., llegaron al istmo como parte de la herencia dejada por la presencia norteamericana en la Zona del Canal.
Adaptados para convertirse en el principal medio de transporte público urbano desde mediados del siglo XX, los Diablos Rojos fueron durante décadas una parte esencial de la rutina diaria de millones de panameños. Sin embargo, su legado fue mucho más allá del simple transporte.
Arte rodante: lo que los hace irresistibles
Una de las razones por las que los Diablos Rojos se volvieron una institución cultural fue por su transformación estética. Cada autobús es personalizado hasta el más mínimo detalle: pintura neón, imágenes de reguetón, santos, futbolistas, celebridades, calaveras, luces LED parpadeantes y hasta altavoces gigantes que convierten al transporte en discoteca móvil.
Lo visual es solo parte de la experiencia: el sonido inunda la ciudad. En su apogeo, los Diablos eran tan famosos por la música que reproducían — soca, reggae en español, salsa, electrónica — como por su diseño. Cada uno era un manifiesto rodante de estilo, mensaje social y orgullo del conductor.
Los Diablos en su rol cultural
Más allá de su funcionalidad como vehículo, el Diablo Rojo representa un símbolo de resistencia cultural panameña. Durante años, los mecánicos, artistas y choferes convergieron para mantener viva la tradición.
Incluso con la llegada de un sistema moderno de transporte público en 2011 — los buses articulados tipo Metrobús — los Diablos Rojos no desaparecieron. Algunos migraron al interior del país, otros fueron reutilizados como food trucks, bares rodantes, buses turísticos e incluso buses de carreras.
La cita anual: ¡Carreras de Diablos Rojos!
Uno de los eventos más impactantes es la carrera anual de Diablos Rojos que se celebra en La Chorrera, a 30 km de la capital. Esta competencia no es una payasada turística: es un espectáculo serio y vibrante.
Con parrillas de salida, cronometraje, asistentes, animación, comida y cerveza local, este evento moviliza a cientos de fanáticos todos los años. Los conductores compiten no solo por la velocidad, sino por la originalidad, potencia de sonido y diseño estético de sus vehículos.
“Esto no es un juego. Aquí se gana respeto”, dijo uno de los conductores en la edición 2025 mientras mostraba orgulloso su motor V8 modificado y decoraciones de Michael Jordan y la Virgen del Carmen.
Mucho más que carreras: restaurantes y fiestas sobre ruedas
La versatilidad de los Diablos Rojos les permite reinventarse. Algunos hoy funcionan como restaurantes móviles en Portobelo, donde puedes saborear un filete de pescado frito mientras admiras grifos con formas de calaveras y posters de Rubén Blades. Otros recorren la Ciudad de Panamá como fiestas móviles, llevando a turistas y locales en recorridos donde el ron, la música y las luces no descansan.
“Nunca pensé que terminaría bailando salsa sobre un autobús que una vez llevó niños a la escuela en Texas”, relata Mariana Gómez, una turista colombiana que disfrutó de un viaje nocturno en un Diablo adaptado como discoteca.
Crónicas de humo, rebeldía y regulaciones
Por años los Diablos también fueron criticados por su impacto ambiental y su conducción temeraria. Era común verlos sacar nubes espesas de humo negro, rebasar por la derecha, detenerse sin previo aviso y competir entre sí por pasajeros.
Esto llevó a las autoridades a retirar de circulación a más del 80% de estos autobuses del sistema de transporte colectivo. Sin embargo, su legado fue tan poderoso que la cultura no murió, sino que mutó.
Hoy son piezas de arte urbano, objetos de exhibición, protagonistas de ferias, concursos de modificación automotriz y temas centrales de múltiples documentales, libros y proyectos fotográficos.
El Diablo Rojo como símbolo identitario
En un mundo donde casi todo es estandarizado, el Diablo Rojo grita “soy único”. Panamá posee una cultura mestiza, y ninguna representación visual condensa mejor esa mezcla de influencias afroantillanas, estadounidenses, indígenas y latinas que estos buses.
A través del Diablo Rojo se puede leer parte de la historia del país: su pasado colonizado, su canal administrado por potencias extranjeras, su lucha social y su creatividad desbordante frente a limitaciones estructurales.
“Adornamos nuestras frustraciones, coloramos nuestras carencias, y las hacemos vibrar con música”, explicó en una entrevista de 2023 el sociólogo Iván Márquez. “El Diablo representa lo que hemos sido y lo que queremos seguir siendo: festivos, resilientes e irreverentes.”
¿Turismo cultural o espectáculo en decadencia?
Actualmente, iniciativas como el Museo del Diablo Rojo o los tours temáticos están atrayendo turismo cultural. Incluso aparecen paquetes turísticos en plataformas como Airbnb Experiences que ofrecen viajes nocturnos dentro de estos vehículos.
Pero también hay quienes ven con tristeza su folklorización: “Lo que antes era símbolo de rebeldía popular corre el riesgo de convertirse en mero objeto decorativo para extranjeros”, señala la historiadora cultural Alicia Quintero. “Hay que tener cuidado de no vaciarlo de contenido político y social.”
Una mirada al futuro: ¿cómo conservar la esencia?
La clave puede estar en educar a nuevas generaciones sobre su valor cultural. Escuelas, talleres de grafiti, asociaciones de artistas y comunidades organizadas ya empiezan a reconocer su importancia como patrimonio inmaterial.
El Diablo Rojo no será eterno en las calles —los motores envejecen, las regulaciones aumentan— pero como ícono estético, social y simbólico seguirá rugiendo en el corazón de los panameños.
Porque al final, no se trata solo de un bus pintoresco. Se trata de una nación que se niega a ser invisible, que transforma los escombros de un imperio en grito de identidad.