Coltán, sangre y codicia: El oscuro precio de nuestros celulares
Una mirada profunda a cómo el mineral esencial para la tecnología moderna financia conflictos, explota comunidades y permanece envuelto en cadenas de suministro opacas
¿Qué es el coltán y por qué es tan valioso?
El coltán, contracción de columbita-tantalita, es un mineral del cual se extraen el tantalio y el niobio, dos elementos fundamentales para la fabricación de dispositivos electrónicos modernos. Desde teléfonos inteligentes, computadoras y consolas de videojuegos, hasta componentes de misiles, aviones y GPS, estos metales son esenciales para la vida contemporánea.
Según el Servicio Geológico de Estados Unidos, en 2023 la República Democrática del Congo produjo aproximadamente el 40% del coltán mundial. Pero, detrás de esta cifra, hay una historia de dolor, explotación e injusticia profundamente arraigada en la región de Rubaya, al este del país africano.
Rubaya: joya maldita del Congo
Ubicada en las colinas del territorio de Masisi, la mina artesanal de Rubaya vibra al sonido de generadores mientras cientos de hombres trabajan incansablemente a mano para extraer el valioso mineral. Este enclave, rico en recursos naturales, ha sido escenario de un conflicto eterno alimentado por grupos armados, intereses económicos globales y gobiernos regionales.
Uno de los trabajadores, Jean Baptiste Bigirimana, ha estado extrayendo coltán por siete años. Gana alrededor de $40 mensuales, una suma muy insuficiente para mantener a su familia. “Cuando divido el dinero para ver cómo cuidar de mis hijos, me doy cuenta que no es suficiente”, comenta.
Más de 7 millones de personas están desplazadas internamente por estos conflictos, de los cuales 100,000 lo han sido tan solo este año (ACNUR). Aunque el país flota sobre una de las reservas minerales más valiosas del planeta, el 70% de su población vive con menos de $2.15 al día.
Entre mafias y rebeliones: ¿Quién controla Rubaya?
La mina de Rubaya es solo una pieza del tablero de poder e intereses geoestratégicos. En los últimos años, este lugar ha estado bajo control de diferentes grupos armados, incluidos los M23 —un movimiento armado respaldado por Ruanda— y milicias aliadas al ejército congoleño como los Wazalendo.
Desde que el grupo M23 retomó el control de Rubaya en abril de 2024, comenzaron a imponer impuestos sobre los 120 toneladas de coltán que se comercian y transportan mensualmente, lo que les genera unos $800,000 mensuales, según datos de Naciones Unidas.
Algunos trabajadores como Alexis Twagira mencionan que bajo el dominio de M23 hay menos acoso que durante la gestión de los Wazalendo. “Con los Wazalendo, nos quitaban minerales, exigían dinero. Ahora eso ha cambiado un poco”, afirma. No obstante, tanto el ejército congoleño como los M23 han sido acusados de violaciones de derechos humanos por la ONU.
Una cadena de suministro turbia y global
Rastrear el camino del coltán congoleño hasta los dispositivos en nuestros bolsillos es una tarea casi imposible. “La cadena de suministro del coltán es extremadamente opaca”, explica Guillaume de Brier, investigador del International Peace Information Service.
El coltán extraído en Rubaya es adquirido por comerciantes, en su mayoría de nacionalidad libanesa o china, quienes lo venden a exportadores establecidos en Ruanda. Desde allí, es enviado a países como Emiratos Árabes Unidos o China, donde se refina y finalmente se vende a naciones occidentales como si fuera un producto originario de esos países, borrando sus vínculos con el conflicto congoleño.
Curiosamente, desde que M23 tomó el control de la mina de Rubaya, las exportaciones oficiales de coltán desde Ruanda se han duplicado, según cifras del gobierno ruandés.
Minerales críticos para “la vida moderna y la preparación militar”
No es casual que tanto Estados Unidos, la Unión Europea como China y Japón catalogan al tantalio y al niobio como materiales críticos para la seguridad nacional y el desarrollo económico. De hecho, durante el mandato de Donald Trump, se emitió una orden ejecutiva destacando la importancia estratégica de asegurar acceso continuo a estos materiales con fines tanto civiles como militares.
Hoy, el gobierno congoleño busca sellar un acuerdo con Estados Unidos ofreciendo acceso a sus recursos minerales a cambio de apoyo logístico y militar para combatir a los grupos insurgentes.
Problemas estructurales: corrupción, infraestructuras y grupos armados
Expertos coinciden que cualquier acuerdo relacionado con la minería en el Congo debe enfrentar una red de problemas estructurales:
- Corrupción local y el control de tierras.
- Falta de infraestructura básica, incluyendo caminos, electricidad y logística.
- Presencia de múltiples grupos armados que intervienen en la minería artesanal local.
- Desconfianza histórica entre Ruanda y la RDC.
De hacerse efectivo algún convenio con compañías estadounidenses, éstas tendrían que empezar desde cero: construir carreteras, garantizar la seguridad del personal, implementar prácticas responsables e impulsar el desarrollo local. Pero el escepticismo abunda, ya que en las últimas dos décadas muchos inversores han optado por abandonar la región.
La responsabilidad de las empresas tecnológicas
Multinacionales como Apple, Samsung o Tesla han prometido transparencia en sus cadenas de suministro. Aun así, informes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch revelan que es prácticamente imposible garantizar que los minerales usados en sus productos no provengan de zonas de conflicto del Congo.
“Todo el mundo sabe que los celulares se hacen con el coltán que aquí sacamos... pero mire cómo vivimos nosotros”, dice Bahati Moïse, comerciante de Rubaya.
¿Podemos hacer algo como consumidores?
La respuesta no es simple, pero una mayor presión pública sobre las marcas tecnológicas y una educación más crítica del consumo pueden empujar hacia una cadena de suministro más ética. Elegir productos con sellos de minería responsable, reducir la compra impulsiva de aparatos electrónicos y exigir claridad a las marcas son pasos iniciales.
Al final, Rubaya es solo uno de los muchos escenarios del precio oculto de nuestra modernidad. Mientras nuestros dispositivos se vuelven más veloces, más inteligentes y más indispensables, miles de hombres y mujeres siguen presos en las entrañas de minas sin luz ni esperanza.
La tecnología del siglo XXI no puede seguir construyéndose sobre los escombros de la desigualdad, la esclavitud moderna y el sufrimiento humano.